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El Pulitzer de los arrozales

  • Seix Barral edita en español la novela que obtuvo el prestigioso premio en 2016 y aporta un punto de vista inédito sobre la guerra de Vietnam.

Cientos de vietnamitas del Sur intentan entrar en la Embajada de Estados Unidos para huir de Saigón, en 1975.

Cientos de vietnamitas del Sur intentan entrar en la Embajada de Estados Unidos para huir de Saigón, en 1975. / neal ulevich / ap

El principal problema para un escritor que pretende hacer una novela sobre la guerra de Vietnam es el propio tema. Podría pensarse que está agotado, que cientos de autores lo han tratado ya, bien la guerra en sí o bien algunos de sus efectos colaterales, como el pacifismo, las protestas o la incapacidad de los soldados para adaptarse a la vida civil a la vuelta de los arrozales. Más aún si el conflicto fue el primero que el mundo pudo ver retransmitido casi en directo y hay miles de fotografías y cientos de películas sobre el mismo. Y más todavía si algunas de las obras literarias sobre Vietnam dejaron un listón inalcanzable para cualquier escritor, por ambicioso que sea.

Denis Johnson trazó en Árbol de humo un retrato inigualable de la guerra y del espionaje en el Sudeste asiático, en la línea de lo que había hecho décadas atrás Graham Greene en El americano tranquilo. Los Despachos de guerra de Michael Herr siguen siendo uno de los mejores libros periodísticos sobre la guerra y Tim O'Brien aportó la perspectiva de los propios soldados en un libro de relatos que lleva por título Las cosas que llevaban los hombres que lucharon. Cualquiera que intente escribir de Vietnam debe saber que difícilmente podrá llegar al nivel de estos cuatro.

El mérito de Viet Than Nguyen está no en intentar competir con ellos, sino en aportar algo diferente. Nguyen escribe una novela de espías, pero el narrador revela que lo es en la primera línea. Incluso en el título, si me apuran. Nada que ver con Johnson o Greene, en cuyas obras todo es mucho más sutil y es el lector el que ha de hacer un esfuerzo para descifrar lo viles que son sus personajes. Nguyen lo da mascado desde el principio. Y el arranque de su novela es quizás su parte más brillante.

El simpatizante se inicia en Saigón en el año 1975, cuando los últimos soldados americanos abandonan la ciudad ante el avance del Vietcong y la caída del Ejército de Vietnam del Sur. Hay tortas por obtener una plaza en alguno de los últimos helicópteros que salen de las azoteas de la ciudad hacia el aeropuerto para embarcar en aeronaves más grandes, con la artillería comunista bombardeando las pistas. La evacuación de Saigón -nadie en el Sur la llama Ho Chi Minh City- está narrada con nervio, pulso y tensión.

El autor la vivió en persona. Era un niño de cinco años cuando abandonó el país con su familia y se trasladó a Estados Unidos, donde vive desde entonces. Su peripecia, o más bien la de su familia, debió de ser parecida a la de algunos personajes, que se instalan en un país desconocido y se encuentran absolutamente desubicados. El otro gran mérito de Nguyen es aportar un punto de vista prácticamente inédito en la literatura (occidental) sobre Vietnam: el de los propios vietnamitas. Lo hace de una manera muy hábil. La condición de agente doble del protagonista permite al autor recoger los pensamientos tanto de un bando como de otro, su opinión sobre los americanos, sobre el conflicto, sobre el comunismo y hasta sobre la vida en Estados Unidos y el tratamiento que el cine hizo a la guerra. Es, además de un espía, un observador no siempre imparcial con el que el lector se llega a encariñar.

Como novela de espías, El simpatizante tiene episodios duros, con sus asesinatos y sus escenas de guerra. También es una novela irregular, con algunos pasajes que se hacen demasiado largos, hasta el punto de que da la sensación de que le sobran páginas. No debieron de pensar lo mismo los críticos literarios americanos, que le otorgaron en 2016 el premio Pulitzer de literatura, uno de los galardones más prestigiosos de las letras americanas.

La obra de Nguyen llega ahora a las librerías españolas con la fama que le ha dado el premio. En su país se le ha comparado con Joseph Conrad, Graham Greene y John Le Carré. Mejor no hacer comparaciones y leer la novela. Por cierto, el uso del humor es otro de los grandes aciertos de la misma. El autor brilla mucho más cuando describe su odisea como asesor del rodaje de una película que recuerda demasiado a Apocalypse Now que cuando se pone filosófico o atormentado por la culpa.

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