De libros

Políticas de la visión

  • Joan Fontcuberta analiza las mutaciones de la fotografía que nos han llevado hasta esta era de los 'selfies' y el aplastante magma de imágenes.

La furia de las imágenes. Notas sobre la postfotografía. Joan Fontcuberta. Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2016. 64 páginas. 19,95 euros.

En una época en la que cualquiera con un smartphone se considera fotógrafo, en un tiempo en que el selfie ha regenerado el concepto de narcisismo a escala global, las cámaras de vigilancia registran cada uno de nuestros movimientos y los reporteros intrépidos empiezan a ser sustituidos por los ojos mecánicos instalados en drones, escasean las voces que pongan un poco de orden en este magma de imágenes que nos invade, identifica, suplanta, (des)informa, activa, seduce, desconcierta, aturde y amenaza incluso con sepultarnos. 

La teoría fotográfica no anda precisamente sobrada de voces lúcidas y generosas que sepan identificar con precisión y sin demasiado catastrofismo nostálgico las mutaciones que el viejo orden fotográfico, paradigma de la modernidad, ha sufrido de dos décadas a esta parte con el advenimiento de la tecnología digital y la proliferación de dispositivos electrónicos capaces de tomar fotografías de manera compulsiva y de difundirlas o compartirlas al instante en las redes sociales. 

Y una de esas voces, me permito decir que en la estirpe de los Benjamin, Barthes, Berger o Sontag, es la de Joan Fontcuberta (Barcelona, 1955), fotógrafo, profesor, comisario y teórico, Premio Hasselblad en 2013, pensador activo con una innegable vocación divulgativa y un impagable sentido del humor, como lo demuestran algunos de sus trabajos (Fauna, La fragua de Vulcano, Sputnik, Imago, ergo sum) o sus libros sobre la estética, los falsos mitos y el devenir de la imagen fotográfica, especialmente El beso de Judas (1997, Gustavo Gili) y La cámara de Pandora (2010, GG, Premio Nacional de Ensayo), colección de ensayos de la que esta Furia de las imágenes es prolongación y actualización a la luz de las últimas derivas y transformaciones.

Si aquel primer ensayo cuestionaba, entre otras cosas, el sacrosanto estatuto de verdad de la fotografía, largamente asociado a su vertiente documental y periodística, el segundo adelantaba ya, casi sobre la marcha, ese nuevo estatus incierto e inestable de lo que ya se apuntaba como postfotografía, a saber, un nuevo objeto paradójicamente desmaterializado, instantáneo, accesible, excesivo, veloz, intercambiable, gesto comunicativo en definitiva, hijo de la era digital. 

Con su arrebatador título y su carácter episódico, La furia de las imágenes busca desentrañar algunas claves que nos ayuden a "recuperar la soberanía perdida sobre las imágenes", imágenes que se han convertido hoy en "proyectiles" como consecuencia de "una masificación que ha trastocado las reglas de nuestra relación con ellas". 

Y esas claves pueden resumirse, grosso modo, en un estado de las cosas que Fontcuberta sistematiza en un particular decálogo-manifiesto: 1. Ya no se trata de producir obras sino de prescribir sentidos; 2. El artista se funde con el comisario, el coleccionista, el docente, el historiador o el teórico; 3. Se impone una ecología de lo visual que penaliza la saturación y alienta el reciclaje; 4. La circulación de la imagen prevalece sobre su contenido; 5. Se deslegitiman los discursos de originalidad y se normalizan las prácticas apropiacionistas; 6. Se reformulan nuevos modelos de autoría: colaboración, interactividad, estrategias de anonimato...; 7. Se superan las tensiones entre lo privado y lo público; 8. El arte se abre a aspectos lúdicos; 9. Se privilegiarán prácticas de creación que nos habituarán a compartir antes que a poseer; y 10. Una política del arte que no se rinde al glamour ni al mercado para inscribirse en la acción de agitar conciencias. 

De esas diez líneas matrices nacen una serie de artículos y ensayos breves en los que Fontcuberta, provisto de un peculiar sensor para reconocer lo insólito y lo verdaderamente trascendente detrás la vastísima producción de imágenes, pone nombres y apellidos a algunos proyectos que recogen precisamente esta preocupaciones para inscribirlas en un discurso metafotográfico que es inherente a esta era hipermoderna. 

Especialmente relevante y desarrollado resulta su texto sobre el selfie como manifestación paradigmática de lo postfotográfico, una modalidad de autorretrato que no nos dice ya tanto que "algo ha sido" como que "hemos estado allí", el último de cuyos ejemplos más ilustres ha sido esa imagen de decenas de personas fotografiándose con su móvil de espaldas a Hillary Clinton para aparecer junto a ella en la imagen. Un selfie que se convierte en material para crear y cohesionar comunidad a través de su intercambio digital y del que algunos creadores han realizado bizarras y lúdicas experiencias de autoexploración asociadas con la identidad, lo erótico o lo político. 

No menos interesante resulta el reciclaje o la adopción del material encontrado como nueva vía creativa y "ecológica", dando una nueva categoría estética y artística, una "nueva conciencia", a esa fotografía anónima, íntima o familiar cuyo destino y sentido original no traspasaba el ámbito de lo privado (los álbumes, la foto-vudú...). Muchas de esas imágenes perdidas se inscriben ahora en la serie o la colección como nuevos discursos que hacen completamente obsoleta a la imagen única para reivindicar la recolección, la gestión o la manipulación como actos y gestos de construcción de sentido.

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