El salvaje interior y la mujer barbuda | Crítica

El doble rostro de Pilar Pedraza

  • Coinciden estos días en las librerías dos nuevos libros de la autora, figura de culto de la literatura fantástica nacional: el ensayo 'El salvaje interior y la mujer barbuda' y los relatos de 'Eros ha muerto'

La profesora y escritora Pilar Pedraza (Toledo, 1951).

La profesora y escritora Pilar Pedraza (Toledo, 1951). / D. S.

Como muchos de esos monstruos a los que ha dedicado su carrera, Pilar Pedraza (Toledo, 1951) tiene dos rostros. El primero, en el tiempo pero no sé si en la escritura, es la investigadora: doctora en Historia del Arte y profesora de Cine en la Universidad de Valencia durante tres décadas, ha producido ensayos deliciosos sobre rincones poco frecuentados de la pintura, la emblemática, la cinematografía, la literatura, culta y popular, y se ha atrevido incluso a traducir ese libro inclasificable que es la Hypnerotomachia Poliphili (Acantilado, 2008), donde abundan, como a ella le gustan, las imágenes aberrantes de toda laya.

Lo cual nos conduce a su segundo rostro, el más difundido: la escritora. Desde finales de los 80, entre las aguas de esa nueva ola que nos trajo a otros extravagantes de los que también hemos hablado por aquí, como Jesús Ferrero, Pedraza comenzó a producir novelas de una singularísima factura, donde sus obsesiones de erudita, ampliamente nutridas por el cine de género, encontraban un cauce narrativo antes que discursivo.

Cuando al insigne Umberto Eco, que había invertido una larga vida académica en sesudos ensayos sobre semiótica y filósofos carpetovetónicos, le preguntaron por qué había escrito El nombre de la rosa, él respondió que la culpa era de la edad: aquella en la que uno descubre eso de lo que no cabe teorizar, lo que sólo puede contarse. Es de justicia asumir que Pilar Pedraza, aledaña a Eco en muchos aspectos, alcanzó dicha edad temprano, y que desde entonces ha manejado con habilidad de ambidiestra tanto la teoría como el relato para alcanzar sus objetivos.

Los dos libros de los que quiero hablar hoy, ambos aparecidos en prensa con un lapso de escasas semanas, ofrecen una ilustración gráfica de lo antedicho. Tenemos, de un lado, a la ensayista, interesada mayormente en cuestiones puntuales de Historia del Arte, rama Iconología, y sobre todo en aquellas que abordan el carácter marginal, grotesco, monstruoso de ciertos motivos.

Portada de 'El salvaje interior y la mujer barbuda'. Portada de 'El salvaje interior y la mujer barbuda'.

Portada de 'El salvaje interior y la mujer barbuda'. / D. S.

Siendo la mujer una de esas criaturas malditas, secularmente condenada al arcén por la cultura masculina dominante en Occidente (según ella ha repetido en diversas ocasiones), no extraña que entre sus monstruos favoritos (que incluyen a los hombre lobo, a los freaks de circo, a los zombis, a los aparecidos de la tradición clásica) incluya a las hechiceras de antaño, como Medea, a las brujas medievales, a las viragos, marimachos descendientes de las amazonas, a los travestidos y transexuales, y, cómo no, a las mujeres barbudas, quienes ocupan una gozosa mitad (la otra es igual de disfrutable) de El salvaje interior y la mujer barbuda.

Se recogen aquí dos conferencias pronunciadas en diversos foros sobre un tema común: la otredad, la diferencia, la extrañeza, todo aquello que de vez en cuando, por obra de la naturaleza o del arte, toma encarnación en seres estrambóticos que, al contestar a la sociedad en algunas de sus leyes más unánimes y mejor asumidas, se ve excluido y desterrado a las fronteras, donde no hay nomenclatura que lo proteja. El salvaje, el aborigen, el hermafrodita, la mujer barbuda (trasunto de éste último), no son hombres ni bestias, hombres ni mujeres, lo cual los constituye como casos extremos en los que nuestra identidad (esa que nos tranquiliza: la de occidentales caucásicos padres de familia y clientes de supermercado) encuentra sus zonas de sombra y no todo es tan apacible como parece en las mañanas de domingo.

En el recorrido por esas figuras dudosas de un imaginario escondido, emergerán seres que merecen un silbido, como Julia Pastrana, a la que se supuso cruce de mujer y mono y cuyo cadáver embalsamado circuló en un ataúd de cristal por las principales ferias del siglo XIX, o el médico Philippe Pinel, creador de una sección especial en el Hospital de la Salpetriére donde las histéricas, todas muecas y gestos obscenos, eran exhibidas ante un atónito auditorio.

Portada de 'Eros ha muerto'. Portada de 'Eros ha muerto'.

Portada de 'Eros ha muerto'. / D. S.

En cuanto a Eros ha muerto, se trata de un conjunto de breves narraciones ("relatos impíos", dice el subtítulo) en los que se abordan muchos de los temas del libro previo desde una óptica menos académica. De hecho, es posible hacer una lectura cruzada entre un título y otro y seguir temas que se repiten en ambos, o que resuenan con ecos nuevos, quizá más guasones o patéticos, en el segundo de ellos: como el caso del hermafrodita Herculine Barbin, protagonista de una semblanza de Foucault, que a finales del siglo XIX fue retocado quirúrgicamente y pasó de mujer a hombre, o a no se sabe qué, para someterse a una existencia desdichada que el destino no había previsto en su cuota.

Este último volumen de Valdemar sigue los derroteros de la última antología de brevedades de la autora (Mystic Topaz, 2016), para dar cita, de un modo muy personal y bien trabado, al artículo científico con la confesión autobiográfica, la tribuna periodística y la imaginación novelesca. En la vena de un Richard Garnett (El crepúsculo de los dioses, reeditada también por Valdemar en 2016), Pedraza retoma los mitos griegos, en especial los relativos al amor, los despoja del mármol y las notas a pie de página con que los lastra la academia y nos muestra mediante una actualización de las situaciones y el lenguaje que lo que describen sigue siendo lo de todos los días: pasión, cuernos, calenturas, frigidez, desesperación, sudores y mística.

La verdad, se podría escribir tanto sobre la importancia y el alcance de Pilar Pedraza en el panorama de la literatura fantástica en castellano que cualquier proposición silenciaría injustamente todas las demás, por lo que preferimos dejarlo aquí: ahora, como siempre, lo mejor es leerla. Por cualquiera de sus dos caras.

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