Literatura

Emmanuel Carrère, la gran estrella europea de la no-ficción, gana el Princesa de Asturias

  • El autor de 'El adversario', 'Limónov' o 'El Reino' obtiene el premio por una obra que "desenmascara" la condición humana y "borra las fronteras entre la realidad y la ficción"

Emmanuel Carrère, durante una visita a Barcelona en 2017 para presentar su libro 'Conviene tener un sitio adonde ir'.

Emmanuel Carrère, durante una visita a Barcelona en 2017 para presentar su libro 'Conviene tener un sitio adonde ir'. / Marta Pérez (Efe)

Afirma el fallo del jurado que ha concedido este miércoles el Premio Princesa de Asturias de las Letras a Emmanuel Carrère que, con una obra "personalísima y generadora de un nuevo espacio de expresión que borra las fronteras entre la realidad y la ficción", el escritor, periodista y guionista francés (París, 1957), estrella indiscutible de la literatura europea reciente, ha contribuido al "desenmascaramiento de la condición humana" mediante un retrato incisivo e "implacable" de la sociedad contemporánea. Todo ello definitivamente solemne, porque para qué existen entonces estas ocasiones, y todo ello, también, inobjetable.

Las cuatro décadas que lleva el autor publicando –su primer libro, una monografía sobre el cineasta Werner Herzog, vio la luz en 1982– arrojan un saldo de un puñado de libros estupendos y dos obras en particular donde la literatura de Carrère –compuesta en proporciones variables y singularmente adictivas de retazos de crónica de hechos y personajes reales, cierto ensayismo ligero, generosas porciones de autobiografía descarnada, metaliteratura en su justa dosis y algo de humor autoconsciente para aliviar la dureza y el fondo a menudo perturbador de sus historias– voló en estado de gracia hasta alcanzar sus cimas. Naturalmente, estas dos piedras de toque son El adversario y Limónov, ambas publicados por Anagrama, su editorial en España.

Nieto de inmigrantes rusos (su madre, la historiadora y política Hélène Carrère d’Encausse, Zourabichvili en su apellido de soltera, es una referencia en Francia de los estudios sobre socialismo e historia de Rusia, que como veremos ha sido igualmente uno de los temas recurrentes en la obra del hijo) y perteneciente a los círculos bohemios de la burguesía parisina (los bobos que él mismo caricaturiza con impagable agudeza en sus libros), Carrère se inició en la escritura como crítico de cine en revistas especializadas (Positif, Télérama), una pasión que no abandonó pese a su dedicación cada vez mayor a la literatura, como atestiguan sus trabajos como guionista y realizador de telefilmes fundamentalmente en los años 90 (algunos de ellos, adaptaciones de novelas de Simenon).

Tras su primera novela, L'amie de Jaguar (1983), que sigue inédita en español, y Bravura (1984, editado en España en 2016), El bigote (1986, recuperada por Anagrama en 2014) ofrecía ya un bosquejo, aún en clave de ficción pura, de las obsesiones que luego moverían al autor; en ella, un tipo felizmente casado y de vida más que holgada, para darle una sorpresa a su mujer, se afeita el bigote. Sucede que ella, al llegar a casa, no repara en esa ausencia, ni su amigos, ni su familia, nadie. A partir de ahí, con un punto de terror cómico-existencial, Carrère narra la lucha contra el derrumbe interior de un hombre que descubre que la idea que tenía de sí mismo no era cierta. Ya sobrevolaban algunos fantasmas tutelares del escritor: la alienación, el vacío espiritual de las plácidas vidas consumistas y la doble amenaza de la depresión y la locura (él la llama así, sin asomo de miedosa asepsia contemporánea), con la que el autor ha convivido en no pocas ocasiones, y a la que dedica de hecho su última obra hasta la fecha, Yoga, en la que, muy lejos del tono pastel que sugiera el título, da cuenta, sin ahorrar un solo instante de angustia al lector, de su internamiento en un centro psiquiátrico a raíz de una devastadora crisis personal.

El autor francés, retratado en 2019. El autor francés, retratado en 2019.

El autor francés, retratado en 2019. / David Zorrakino (Europa Press)

A la amarga, algo siniestra pero aún bastante canónica novela Una semana en la nieve (1995) le siguió El adversario (2000). Un punto de inflexión. Un monumento al escalofrío. Una obra que inauguró la fórmula que más éxito y lectores le ha dado. En este viaje a las regiones más oscuras e inexplicables del ser humano –la comparación con A sangre fría de Capote, de tan frecuente, es ya un cliché– Carrère narra la historia –aterradoramente real– de Jean-Claude Romand, un tipo que fingió durante años ser un alto funcionario de la OMS y resultó que no era ni alto funcionario, ni médico, pues ni siquiera había terminado la carrera. Pero lo más desasosegante –por ahora– es que no llevaba una doble vida secreta, no era otra cosa: sencillamente era nadie, pues durante su supuesta jornada laboral pasaba las horas en una gasolinera, en el bosque, en una habitación de hotel, donde fuera pero siempre solo y sin nadie con quien hablar ni nada que hacer salvo prolongar la mentira que llevaba contando desde los 18 años. Cuando sintió que estaba a punto de ser descubierto, Romand mató a su mujer, a sus hijos y a sus padres y una vez borrados de la faz de la tierra los testigos más incómodos de su absurda y trágica farsa intentó luego, sin éxito, suicidarse. Y cuando parece que el relato no puede ser ya más asfixiante, Romand accede a que Carrère lo entreviste en la cárcel...

En Una novela rusa (2008) el autor compone un retrato de un hombre que emprende una suerte de huida a los orígenes para exorcizar una crisis amorosa. Los orígenes, claro, están en Rusia, en una pequeña ciudad de provincias perdida en la inmensidad del país donde el autor llega para investigar qué ocurrió realmente con su abuelo materno, quien tras una vida marcada por la desdicha desapareció en el otoño de 1944 y, muy probablemente, fue ejecutado por actos de colaboración con los alemanes. Tras el paréntesis que supuso De vidas ajenas (2011), una obra sobre la muerte, en la que escribió sobre supervivientes de distintas tragedias (como la de un amigo suyo que pierde a un hijo), Carrère regresó con Limónov (2012) a Rusia, y cómo...

Gran retratista –lo demostró ya en El adversario y lo hará más tarde, en 2018, en Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos, su sensacional y penetrante viaje al fondo de la mente de Philip K. Dick–, el francés se sumerge en esa nueva incursión rusa en el tempestuoso espíritu de Eduard Limónov, una de esas inverosímiles personas bigger than life, mitad artista de la vida mitad personaje descabellado de catadura moral atroz. Delincuente juvenil en Ucrania, poeta vanguardista y pendenciero en el Moscú de los 60, emigrante desarrapado en el Nueva York de los 70, bufón predilecto de los más leídos burgueses de izquierdas del París de los 80, más tarde activo partícipe de la guerra de los Balcanes del lado del criminal de guerra Karadzic, después fundador de un partido metafísicamente imposible y de perfecta nostalgia totalitaria –casi nazi, casi bolchevique– en la Rusia del zar in pectore Putin... Podríamos seguir hasta completar el espacio que le queda a este texto, pero lo anterior parece suficiente –y lo bastante turbio– para afirmar que lo mejor y en el fondo lo más hermoso que hizo Limónov en su vida fue parecer un personaje inventado. Casi está de más agregar que,con estos materiales biográficos inflamables el autor compone, de paso, una poderosa radiografía del colosal sindiós que fue –no sabemos si conjugar el verbo en presente– el poscomunismo en Rusia.

Sorprendió que su siguiente y extraordinario libro, El Reino (2015), tratase los orígenes mismos del cristianismo. A partir de una experiencia personal –su abrazo de la fe tras la enésima crisis personal profunda y su posterior regreso no ya al ateísmo pero sí al agnosticismo– el autor toma como punto de partida el Evangelio de San Lucas y los Hechos de los apóstoles para, con un respeto casi sagrado y a la vez dándole al texto un aire de aventura épica y tomándose la licencia de rellenar las lagunas y contradicciones factuales de las Escrituras allá donde las detecta, preguntarse por el misterio y el sentido de la fe y el hambre de espiritualidad y trascendencia –regladas o no– que ha caracterizado siempre al ser humano.

"Hay gente que no está dispuesta a entender que se puede escribir algo que sea verdad, que hay mucha gente que hace una conexión directa entre literatura y novela, que considera que la literatura sólo puede ser ficción", lamentó en una ocasión Carrère, al que, pese al enorme reconocimiento logrado, no se le han caído los anillos para seguir haciendo periodismo en su sentido más clásico, como demostró en Calais (2016), un extenso reportaje sobre la penosa crisis migratoria vivida en esa ciudad francesa en 2015, o en Conviene tener un sitio adonde ir (2017), una estupenda selección de sus reportajes, pequeños ensayos de urgencia, artículos y comentarios literarios.

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