Los años irreparables | Crítica

Caligrama sobre el agua

  • Con motivo de su centenario, El paseo publica 'Los años irreparables' del poeta Rafael Montesinos, memoria lírica de su infancia, acompañado de otras prosas de igual asunto evocativo: Sevilla y Andalucía en el tiempo

El poeta sevillano Rafael Montesinos (1920-2005)

El poeta sevillano Rafael Montesinos (1920-2005)

A los cien años de su nacimiento, El paseo publica esta sutil y enorme fe de vida que recoge, al amparo de un verso de Guillén (“Dulzura de los años irreparables...”), la infancia de Rafael Montesinos. Junto a Los años irreparables, el volumen incluye otras escritos, mayormente periodísticos, cuya íntima vinculación es el doble amor, la parte con el todo, que el poeta expresó por Sevilla y Andalucía. En este sentido, resultaría ocioso señalar el estrecho parentesco de Los años irreparables de Montesinos con el Ocnos de Luis Cernuda. Y en no menor medida, con la voluntad evocativa, aplicada al doble itsmo de una ciudad y un tiempo, que hallamos en Bécquer, Juan Ramón Jiménez y José María Izquierdo.

Los años irreparables, tanto en su composición como en la forma de convocarlos, guardan una estrecha relación con el poema en prosa.

Vistas desde hoy, estas memorias enhebradas por un sólido y conmovedor lirismo, vale decir, gobernadas por la melancolía, no debieran distraernos de su moderno linaje. Si la melancolía es una de las herencias más complejas del Romanticismo, lo es en tanto que expresión del individuo y su interior anímico. Una expresión que iría pareja de la realidad que cobija y articula la delgada humanidad del poeta, y que tiene el sino milenario de la urbe, la herencia emponzoñada y sublime de Caín. A pesar de que el propio Montesinos desvincule Los años irreparables del poema en prosa, aduciendo una mayor sencillez en su escritura, lo cierto es que Los años irreparables, tanto en su composición como en la forma de convocarlos, declaran lo contrario. En su composición, por cuanto es el libre asociarse de los recuerdos, y no una más estricta cronología, quien ordena o desordena estas evocaciones. En cuanto a su escritura, la elaborada precisión de los textos, su realidad climática, la naturaleza vaga y entrañada de la memoria, encaminan al lector hacia una umbría lírica, emotiva, donde el niño de ayer habla al niño que fuimos.

Lo cierto, en cualquier caso, es que Montesinos acude a una de las tradiciones de lo contemporáneo (el poema en prosa, la prosa poética, esa boscosidad intermedia donde antes quisieron acogerse Baudelaire, Rimbaud, Bertrand, Bécquer, Rilke, Cernuda, Breton, Valle, Azorín, etcétera, para eludir los rigores de la métrica y dar sitio a una realidad más vasta). Una tradición que exige, como ya se ha dicho, la doble aspa del individuo poético y su coraza urbana, con un añadido grato y diechiochesco, cual es la intimidad doméstica. Una intimidad, no sólo en lo concerniente a la filosofía del moblaje de Poe, lo cual es fácil constatar en Montesinos, sino en cuanto a la inmediata realidad burguesa del comfort, que ya está retratada en Chardin, pero que en estas prosas breves, confesionales, de intimidad desgarrada o apacible, siluetean al hombre y le dan su verdadera altura. El niño que fue Montesinos y que nos interpela desde estas páginas, lo hace en tanto que hijo de una luz y de una calles, en tanto que expresión de una música y un tiempo (véase la excelente biografía del poeta firmada por Alberto Guallart). Es en la acogedora umbría de la casa paterna, o en la luz veraniega de unas azoteas, donde reconocemos el misterio y el asombro que trae consigo la infancia. Y es en la evocación, a un tiempo precisa y desleída, de aquellas horas, donde Montesinos dispondrá ante el lector el carácter secreto del mundo y de la vida, así como la naturaleza mágica del niño. Un secreto y una magia, por otra parte, que el poeta conoce ya como indescifrables para el adulto, no sólo en cuanto a su forzada lejanía, sino a la propia elaboración de los recuerdos.

Esta doble batalla del tiempo y la memoria (“guerra del tiempo” la llama Lope), es la que Montesinos libra también en los textos periodísticos aquí recopilados. Una guerra que implicará salvar, de algún modo, la ciudad de la infancia, contrapuesta a los desafueros y urgencias de la ciudad de hogaño. En esta nostalgia razonada debe incluirse una cuestión de importancia: la Sevilla de Los años irreparables es la anterior a la Guerra Civil, con suyos primeros fuegos se cierran tanto las memorias del poeta como su propia infancia. De manera que la lectura de Los años irreparables es, también, en este sentido, una forma radical e inesperada de extrañeza.

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