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  • 'Conociendo a Jari' se centra en la vida y obsesiones de un finlandés de 50 años que viaja a España para ver jugar a Larry Bird y se queda en el país

Una imagen de la obra.

Una imagen de la obra.

Es lo que tienen las mudanzas, que siempre hay algo que se pierde. O que se recupera mucho tiempo después. En mi caso ha sido una caja que ha aparecido detrás de otras tantas cajas apiladas apresuradamente en el garaje. Fue buscando otra cosa, y harto de mirar una y otra vez en los mismos sitios, que me dio por mirar en el rincón donde estaba seguro de que no estaría lo que buscaba. Claro que no estaba, pero sí esa caja inquietante que no recordaba que debiera estar ahí. Y bueno, la abrí. ¿Que qué había en su interior? Un tesoro, diez o quince cómics extraviados, algunos aún retractilados. Entre ellos, tres de Fulgencio Pimentel. Lo dicho, un tesoro.

El primero de ellos es Conociendo a Jari, del ciudadrealeño José Quintanar, más conocido como José Ja Ja Ja. El dibujante con apellido de risa ha publicado otros dos libros, también con Fulgencio Pimentel, Culto Charles y Fartlek, de los cuales solo he leído el primero, y me encanta. Ya lo escribí en su día, allá por 2014: "un tebeo oblicuo, preciosista y singularísimo, que bebe del cómic tanto como de la ilustración y que merece figurar entre las publicaciones más hermosas del año". Del segundo, insisto, no sé nada, pero lo que he bicheado por internet me hace pensar que ha de ser una maravilla. En cuanto a Conociendo a Jari, el que les habla no es un lector impresionable, digamos que soy más bien un lector de pellejo duro. Y, sin embargo, esta especie de docudrama medio surrealista sobre la vida y las obsesiones de un finlandés de cincuenta años que se vino a España para ver jugar a Larry Bird y se quedó, me ha dejado boquiabierto. Es uno de esos escasos libros en los que importa la forma tanto como el fondo, no, en los que brilla la forma tanto como el fondo. Y no sé por qué, me ha traído a la cabeza al gran Micharmut, no porque haya semejanzas (que igual), sino por una misma actitud valiente, descarada, contracorriente y un talento gráfico descomunal. Vamos, que me he quedado cuajado. Lo pueden comprar con los ojos cerrados.

Luego está Beverly, del historietista de moda, Nick Drnaso, elevado a los altares del ahora por haber logrado que una novela gráfica fuese nominada por primera vez al prestigioso Man Booker Prize. Me refiero a Sabrina, su segunda novela gráfica. Esta que editó Fulgencio Pimentel fue su primera, y dice mucho del olfato de los editores riojanos que ellos se dieran cuenta antes del talento del de Illinois. Ciertamente, Drnaso tiene la mirada de un novelista contemporáneo, y su narrativa lenta, ordenada, monótona, engrandecida por una línea singular y un coloreado exquisito, no tiene nada que envidiar al novelista más pintado.

Y por último, Melancolía es una nueva estación del tren de alta velocidad conducido por el australiano Simon Hanselmann, el de Hechizo total, Bahía San Búho, Hail Satan! y etcétera. Ácido, irreverente, divertido, indie como él solo, basta probar un bocado de las desventuras de Megg, Mogg y Búho para quedarse atrapado en un universo irrepetible, que es a lo que aspira cualquier obra de arte.

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