referente gastronómico

Dos tapas y un cuarto de siglo

  • La familia Guerrero Pecino festeja el 25 aniversario de su bar La Casita, superviviente de la zona baja de Algeciras

La gran familia de los cuatro hermanos Guerrero Pecino y sus empleados, ayer ante 'La Casita'.

La gran familia de los cuatro hermanos Guerrero Pecino y sus empleados, ayer ante 'La Casita'. / Jorge del Águila

La zona baja de Algeciras vivió el sábado un día especial. Parroquianos y visitantes se dieron cita en La Casita para celebrar su 25 cumpleaños. La familia Guerrero Pecino abrió como un día normal, uno más de este cuarto de siglo. Sus fieles acudieron en masa, también como una jornada cualquiera, pero con el ánimo caldeado.

Este establecimiento señero germinó en la ambición de cinco hermanos de la barriada de Los Toreros que fijaron en la hostelería su sustento. Juan Carlos, José Antonio, Cristina, Sergio y David Raúl rondaban los 25 años de edad. El lugar elegido era jugar a caballo ganador. La calle Tarifa a la sazón era una suerte de Séptima Avenida en Algeciras.

Los Guerrero Pecino apostaron por abrir un bar con el modelo que su padre, Rafael Guerrero, había implantado en la insigne taberna La Bahía, en la calle Castelar. Este lo conoció en el extinto Bar Manolo, frente a la también desaparecida Sidrería Chumi. Allí pasó 14 años de su vida atendiendo a los que demandaban los dos estados de la materia más indispensables: el líquido y el sólido. El formato era Dos Tapas, es decir, un sistema binario gastronómico consistente en abaratar el coste de una consumición y dos entrantes para que los visitantes pidan a pares. Por menos de eso creyeron en Suecia que Fleming era merecedor de un Nobel.

Juan Carlos y José Antonio aprendieron el oficio en La Bahía, o La Bodega, como le llamaba su padre. Su madre, Cristina Pecino, arrimaba el hombro en la cocina del establecimiento cuando era preciso. Fueron las manos de Cristina las que patentaron el conocido pollo al limón. Con el tiempo se ha convertido en la tapa de referencia de La Casita. Sergio y Juan Carlos aliñan a diario 25 kilos. Junto a su hermana Cristina preparan, además, paellas con más de tres kilos de arroz y 15 kilos de ensaladilla rusa, que también se han ganado el reconocimiento de los comensales.

El negocio arrancó con un horario demoledor. Los hermanos arribaban al bar al filo de las 7:00 y echaban la baraja a las 21:00. Acordaron, posteriormente, que la atención sería solo hasta las 16:00.

La vida se torció el día que murió David Raúl. Todos viajaron hasta Barcelona para presenciar la final del Trofeo Joan Gamper entre el fútbol Club Barcelona y el Boca Juniors argentino en 2008. Aquella noche Samuel Eto'o se puso la capa de héroe y dejó el torneo culé en la ciudad condal. "Cuando volvimos a Algeciras, acompañé a mi hermano hasta la casa familiar y le ayudé a cargar las maletas. Él se fue a su casa y yo a la mía", rememora José Antonio Guerrero, diez años después. David Raúl sufrió un accidente de tráfico a la altura de la barriada de Pelayo. "Creo que su muerte nos unió mucho más. Somos una piña", confiesa Guerrero.

Antonio es la cara visible. Su timbre de voz se ha colado en el pabellón auditivo de distintas generaciones de algecireños. Trata a todo el mundo con el mismo criterio y rechaza el uso de varas de medir distintas. "Yo le hablo de la misma forma a un coronel que a uno que pasa por aquí con el carro de la compra. Me dan igual los galones", asegura. Ese es uno de los secretos del establecimiento. Interactúan entre sí a unos niveles elevados, porque no existe otra forma en este gremio. Ellos lo hacen sonriendo y al forastero que visita la cantina les cae en gracia. Despachan los desayunos igual que las comidas. Sirven el café con idéntica pericia con la que tiran la cerveza.

El Ayuntamiento de Algeciras les concedió en 2008 el Establecimiento con Solera. Este reconocimiento luce colgado en el patio trasero del bar, una inversión que los Guerrero Pecino asumieron ante la saturación del salón. Acondicionaron la zaga y la convirtieron en un reclamo. Junto a la condecoración institucional se hallan imágenes de la Algeciras de antaño y una muy especial en la entrada al estadio Wanda Metropolitano, en la que están inmortalizados los tres hermanos junto a su padre, colchonero confeso. Víctor Jerez les donó un cuadro de Rafa Nadal y el jugador local de balonmano Juan Bermejo, una camiseta. Ambos se encuentran expuestos junto a una zamarra de la selección española firmada por la plantilla y otras del Algeciras Club de Fútbol y del Barcelona, también con las firmas estampadas.

Los viernes son los días gamberros, según los dueños. Las sobremesas se eternizan y llueve el pacharán, licor que sirven en botellas personalizadas con el nombre del bar fabricadas en una destilería de Amurrio, en Álava. La consumición y las dos tapas cuestan 3,40 euros. Juan Carlos y Sergio recuerdan cuando valían 20 duros.

Un cuarto de siglo después mantienen su estilo de trabajo, la panacea que llevó a La Casita a convertirse en lugar de referencia para el culto al aluminio de las barras. La plantilla la forman los cuatro hermanos junto a Curro Sánchez, Saray Lozano y Pedro Sánchez. Este último lleva tan solo seis meses, cuatro más que el líder del PSOE en La Moncloa. Cierran quince días al año y se marchan de vacaciones a la misma par. Reparten los beneficios entre socios y asalariados, para premiar la labor de los tres trabajadores contratados. Con anterioridad también sirvieron Antonio Jiménez o Mari Carmen Guerrero.

Cerca de los cincuenta años en los casos de Antonio y Juan Carlos, miran la vida con ilusión. "Nos despertamos cada día a la misma hora con las mismas ganas", desvela Juan Carlos Guerrero. Son seguidores del Barcelona y les apasiona el motociclismo. Sergio tiene tres motocicletas. Él y Carlos regresaron de Italia hace escasos diez días. Recorrieron miles de kilómetros a dos ruedas con paradas en Bolonia, Roma, Barcelona, Valencia, entre otros puntos.

El certificado de calidad que el portal turístico Tripadvisor les entregó hace un lustro les ha disparado en el arco internacional. Despachan con clientes venidos de Austria o Reino Unido. Lo hacen con la esperanza de perpetuar el producto y que a las puertas de la cocina supervise el trabajo durante muchos años Cristina, su madre, mientras que Rafael trae el cambio.

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