tribuna de opinión

¡Yo la vi pasar!, era la camilla en la que traían a Eduardo Liceaga

  • Hoy se cumplen 72 años de la terrible cogida en San Roque que acabó con la vida del prometedor torero mexicano

  • El autor rememora la llegada del cadáver a Algeciras

¡Yo la vi pasar!, era la camilla en  la que traían a Eduardo Liceaga

¡Yo la vi pasar!, era la camilla en la que traían a Eduardo Liceaga

Sin duda hoy, 18 de agosto, es una onomástica triste para la plaza de toros de San Roque, una plaza cargada de rica historia taurina por ser, además, la más antigua de esta comarca. Es un coso que todavía respeta, conserva y no ha perdido ese sabor tan campero y andaluz desde que lo concibieron. Está en Fiestas Mayores. Pero hoy me viene a la memoria, aunque hayan pasado ya 72 años, una imagen grabada que viví con nueve años cuando plantado en la acera, cerca de mi casa, al final de la Calle Ancha, esquina del Bar de Piñero, veía que algo había pasado. No sabía que era, pero bajaban a toda prisa el Calvario soldados y militares -después lo supe- que llevaban una camilla grande de campaña de la guerra del 36, cubierta, como una larga pirámide. La transportaban los soldados casi corriendo hasta el Hospital Militar de la calle Convento. A un hombre mayor a mi lado le oí decir que el camión miliar que traía la camilla desde San Roque se había averiado en la misma puerta de la Perseverancia. ¡Qué extraña parada! Yo, sí vi, como al pasar por donde estaba, la extraña caravana de aquella camilla militar iba dejando en el suelo un fino reguero de sangre.

Un novillo cárdeno de Concha y Sierra nº 93, de nombre Jaranero, muy astifino, había cogido de mala manera, mortalmente, al joven novillero mexicano de 24 años, valiente y prometedor Eduardo Liceaga Macial.

El Museo Taurino sanroqueño conserva el cartel de aquella tarde y otros recuerdos

Era aquella tarde sanroqueña una novillada de postín. Acartelado con él, estaban El Vito y Antonio Chaves. Después, ya supe todo lo que pasó en el ruedo sin callejón de la plaza de toros. Eduardo Liceaga estaba muy ilusionado ya que iba a tomar la alternativa el próximo 6 de octubre en México de manos de su ídolo y paisano Carlos Arruza. Llegaba tras 18 novilladas de éxito en España y quiso en San Roque revalidar su trayectoria. Pero la parca, taimada siempre, lo esperaba esa tarde.

Fueron muy buenos sus naturales, con un toreo muy alegre a lo mexicano; pero en un descuido Jaranero lo derribó y, recogiéndolo de la arena, lo atravesó por detrás con furia en una tremenda cornada.

Mi amigo y buen torero de plata Antoñíco Ramos sabe muy bien de lo que hablo hoy; él tuvo la suerte de contar aquí en Algeciras tras su cornada en Pamplona parecida a la de Eduardo con la magia de las manos de Don Fernando.

La plaza, contaban que se había estremecido al ver a Eduardo Liceaga llevarlo casi sin vida a la enfermería -puro eufemismo- a las manos del médico forense Fernando Marenco PérezTebar, que contaba con la ayuda de un joven capitán médico de Sanidad Militar, Luna. Poco pudieron hacer, eso lo entiendo hoy, así que en un camión militar, es lo que había a mano y para Algeciras. Lo demás ya lo he contado. Eduardo Liceaga murió unas horas más tarde en el Hospital Militar. Yo, avivado por mi curiosidad de nueve años me asomaba hasta el Hospital cada vez que podía. A Eduardo Liceaga, de dinastía de toreros mexicanos, lo embalsamaron. Yo lo vi dos veces, parecía que estaba dormido, pero muy pálido. Estuvo su cuerpo ocho días en Algeciras hasta que se lo llevaron sus hermanos y familiares a Cádiz y de allí en un barco a México, donde fue enterrado. Vi, a muchos toreros de aquí, supongo ahora y de fuera aquellos días, al mismísimo Carlos Arruza que en aquellos años con Manolete copaban los carteles de España y México.

Hoy, el bonito Museo Taurino de San Roque conserva el cartel de aquella tarde y algún otro objeto de Eduardo Liceaga. Hoy, 18 de agosto de 2018 he querido contarles como un niño de nueve años con la curiosidad ya a flor de piel, vivió aquella trágica tarde cuando la camilla con Liceaga dentro pasaba a toda prisa delante de mi dejando un rastro de sangre ya camino de la eternidad.

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