el drama de la migración | el patrón de la balsa abandonó al grupo a su suerte junto a un acantilado

Ángeles del Estrecho

  • Tres guardias civiles de Tarifa relatan el servicio más difícil de sus vidas: evitaron el naufragio de una patera con 34 jóvenes magrebíes en Punta Camarinal

"Veía que el chico se estaba ahogando delante nuestra. No se me hubiera olvidado en la vida. No me lo pensé y me tiré al agua". Para el sargento de la Guardia Civil Raúl López la mañana del pasado lunes está grabada a fuego en su mente. El cabo primero Miguel Ángel Sevilla y el agente Daniel Álvarez escuchan con atención y reconocen que a ellos tampoco se les va de la cabeza la escena que -en un acto tan heroico como espontáneo- protagonizaron a los pies del acantilado tarifeño de Punta Camarinal.

Valiéndose sólo de sus fuerzas y de mucha sangre fría lograron salvar a 34 jóvenes magrebíes de un naufragio prácticamente seguro. Los tres insisten en que fue una reacción instintiva la que les llevó a lanzarse a las aguas del Atlántico para tomar el control de una patera a la deriva y sacar del agua a varios de los migrantes que se habían arrojado para tratar de ganar la costa a nado pese al fuerte oleaje.

López, Sevilla y Álvarez, destinados en el pequeño puesto de Torreplata -en la linde entre Tarifa y Barbate- están acostumbrados a atender prácticamente todos los días a quienes arriban al puerto de Tarifa ateridos de frío tras la travesía del Estrecho. Pero el arranque de la semana superó con creces lo vivido hasta el momento.

Todo sucedió en apenas unos minutos, aunque coinciden en no tener constancia de cuánto tiempo duró el angustioso rescate que comenzó poco después de las 7:00. Los guardias civiles acababan de desayunar y se dirigían hacia el acuartelamiento. Les tocaba trabajo de oficina. "Nos llegó el aviso de que una patera se acercaba hasta nuestra zona y que estaba siendo seguida por Salvamento Marítimo. Junto con otros compañeros nos acercamos corriendo hasta la playa para atender al grupo cuando observamos que el patrón de la patera, una semirrígida de siete metros de eslora, nos vio y viró rumbo hacia el acantilado", explica el sargento López.

El patrón de la embarcación abandonó a su suerte y a merced del oleaje a los chavales, la mayoría sin saber nadar, a unos 50 metros de la base rocosa del acantilado. Se lanzó al agua y logró escapar. Tras él, otros cuatro chicos saltaron de la lancha en un desesperado intento de tocar tierra. Dos lograron refugiarse en una de las rocas, otro tocó tierra y luego fue localizado. El cuarto se quedó en medio del mar, moviendo sus brazos condenado a una muerte prácticamente segura mientras sus compañeros de travesía le lanzaban toda suerte de objetos para que se agarrase, ninguno lo suficientemente cerca.

"Bajamos por el acantilado a toda velocidad. La embarcación de Salvamento Marítimo no podía llegar hasta allí por riesgo de embarrancar y la lancha corría peligro chocar contra las rocas. Llegué abajo exhausto. Entonces vi que el chico se hundía, que su cabeza desaparecía bajo las olas. No me lo pensé y me lancé al agua. Le alcancé y le conduje hasta una roca segura. Estaba blanco y sólo acertaba a darme las gracias. Pero ahora era yo quien no tenía fuerzas y llegué a pensar que me ahogaba. Dos olas me engulleron. Logré relajarme y salir adelante", relata Raúl López. En el agua, en otra de las rocas, les esperaba Daniel Álvarez. No sin esfuerzo, los dos lucharon contra la resaca que les golpeó varias veces contra el acantilado hasta lograr poner a salvo al migrante. Las heridas en sus antebrazos y rodillas atestiguan la dureza del rescate. "Si se nos hubiera soltado, el joven se habría ahogado por la corriente. No tenía fuerzas", resaltan.

A unos 20 metros y mientras sus compañeros se jugaban la vida, Miguel Ángel Sevilla tampoco dudó en echarse al mar, en este caso para alcanzar a nado la balsa cuyo motor se había parado. Sin gobierno -por la cobardía del patrón- la embarcación era apenas una cáscara de nuez a punto de volcar. "Me costó trabajo darle alcance. La corriente iba en contra. Me ayudaron a subir a la lancha y traté de arrancar el motor tras liberarlo de una cuerda que se había enrollado en las hélices. Pero le había entrado agua", explica Sevilla. Providencialmente, la máquina volvió a la vida a apenas metro y medio de golpear contra las rocas y el cabo pudo poner rumbo hacia la Salvamar para trasvasar a los jóvenes, que finalmente fueron atendidos en Barbate. "Eran todos unos críos. Tenían la cara desencajada. No eran capaces de hablar. Jamás se me olvidará", reconoce el cabo Sevilla.

"Todavía no somos conscientes de lo que hemos hecho. Es el servicio más difícil al que nos hemos enfrentado, el que más nos ha marcado", destacan los tres, mientras sus teléfonos no dejan de sonar. Sus compañeros del acuartelamiento de Tarifa les reciben entre abrazos y muestras de cariño. "Sois unos héroes", resalta el alférez de Torreplata, Adolfo Martín.

"Nos han llamado muchos mandos. La familia también. Nosotros sólo hemos cumplido con nuestro deber", destaca Álvarez, quien lleva 18 años en la patrulla fiscal de Tarifa. López y Sevilla, ambos de San Fernando y conocidos de la infancia, trabajan juntos en Tarifa desde 2010.

Tras la dureza de la experiencia, los sentimientos salen a relucir. "No me baño nunca en la playa. Cuando vi las imágenes en televisión -grabadas por vecinos de la zona- no pude evitar echarme a llorar", reconoce López. Sevilla y Chico también admiten haber derramado lágrimas por la tensión y por haber superado con éxito la misión más arriesgada de su trayectoria. Los tres, sin embargo, evitan con sincera modestia considerarse merecedores de una condecoración. "Es lo de menos", zanjan tras remachar que su misión no es otra que afrontar cualquier reto que se les ponga por delante para proteger a los demás. "Si llega, llegó. Tenemos el orgullo de vestir el uniforme de la Guardia Civil, de haber salvado 34 vidas y de sentirnos respaldados y queridos por toda la sociedad. Con eso nos basta", resalta el sargento López.

El drama de la migración en el Estrecho volverá a cruzarse con ellos en apenas unas horas. El trasiego de las balsas desde el norte de África es constante y la entrada de la próxima llamada de Salvamento Marítimo solicitando apoyo al pequeño puesto de Torreplata será sólo una cuestión de tiempo. Saben con certeza que este verano será intenso en la angostura que separa el que se hace llamar primer mundo de quienes huyen de la miseria en busca de la tierra prometida. Pero se sienten preparados.

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