Cine

A la sombra de Buñuel

  • Jean-Claude Carrière, guionista del director de 'Ese oscuro objeto de deseo' y de otros importantes títulos del cine europeo, publica sus 'memorias españolas'.

Para matar el recuerdo. Memorias españolas. Jean-Claude Carrière Lumen / Biografías. 280 páginas. 25 euros

El nombre de Jean-Claude Carrière (Colombières-sur-Orb, 1931) está indefectiblemente asociado a Luis Buñuel, con quien colaboró como guionistaen seis de sus últimas películas, Diario de una camarera, Belle de Jour, La Vía Láctea, El discreto encanto de la burguesía, El fantasma de la libertad y Ese oscuro objeto del deseo, y junto al que escribió sus memorias, Mi último suspiro, publicadas en 1982.

Pero Carrière ha pasado también a la historia del cine europeo como uno de los escasos guionistas de prestigio cuyo nombre trasciende más allá de los directores o las películas para las que ha trabajado, un prestigio labrado desde el toque culto que su amplia formación literaria e histórica, desarrollada de forma autónoma en ensayos, novelas u obras teatrales, aportaba a los guiones, muchos de ellos adaptaciones, de títulos como El tambor de hojalata, Valmont, Milou en mayo, Danton, La insoportable levedad del ser, Cyrano de Bergerac, Reencarnación o La cinta blanca.

Estas Memorias españolas de Carrière no quieren ni pueden esconder la enorme deuda contraída con la tierra y el mundo de Buñuel en una trayectoria vital y profesional que, por otro lado, ha superado los límites de lo estrictamente buñueliano. Se diría que Carrière ha reconstruido su memoria afectiva de España, una España que camina entre el mito y la realidad histórica con un punto de ingenuidad que ni siquiera borran la erudición y las discutibles opiniones personales del autor, muy consciente de que aquello que más puede interesar al lector se sitúa siempre en torno a Buñuel y sus particularidades, que como se sabe eran muchas y enjundiosas.

Si bien es cierto que Carrière se esfuerza por situar y contextualizar la cuestión española (los tópicos históricos y literarios, la visión desde Francia, el temperamento irracional, el misterio de la fe, el odio fratricida, el nacionalismo, la modernidad, etc.) en todo momento, no lo es menos que donde se muestra mucho más convincente y agudo es en el relato de los encuentros, viajes, frases memorables y anécdotas salidas de su relación de más de veinte años con Buñuel, relación que contagia las que también mantiene con otras figuras destacadas de nuestra cultura: José Bergamín ("una de las inteligencias más sensibles, penetrantes y desconcertantes y divertidas que jamás haya conocido"); Fernando Rey ("Era para Buñuel como un espejo elegante, discreto y misterioso, donde enseguida pudo reconocerse, sin que jamás llegara a admitirlo"); Paco Rabal ("su físico algo rústico, sus maneras directas, su pinta un poco canalla, su voz ronca increíblemente española, le recordaban a Buñuel la España popular, la que le gustaba por encima de todas las demás"); Carlos Saura (de cuya esposa, Geraldine Chaplin, dijeron una vez: "mira, ¿has visto?, ¡Es la hija del Gordo y el Flaco!"); o Jesús Franco (de quien, en el momento de escribir, desconoce que ha fallecido ya), a los que dedica capítulos enteros con admiración y cariño.

Es, decíamos, junto a Buñuel, donde se cimenta la españolidad vicaria de Carrière, su deseo de conocimiento (del lenguaje, de la gastronomía, de la geografía, de la cultura, de la historia…), y donde también se esconden los mejores pasajes de este libro: los peregrinajes a Toledo para rendir honores herejes al cardenal Tavera de Berruguete ("un mármol a punto de pudrirse"), el placer de la rutina ("Luis era un hombre de costumbres, de gestos y actitudes repetidas. Toda su curiosidad era interior"), los recuerdos de la época surrealista, Dalí, Lorca y la Residencia de Estudiantes, el recuento de bares ("un bar es un lugar donde se puede estar solo"), paradores nacionales y comidas ("si alguna vez llega a un lugar dudoso, pida huevos fritos con chorizo. Nunca falla"), los rituales de una jornada de trabajo en El Paular, los principios morales ("Lo que no puedo hacer por un dólar, no voy a hacerlo por un millón") y creativos ("rechazar las ideas preconcebidas"), la "paradoja de un ateo radical atraído por la profanación, el sacrilegio y el satanismo y, al mismo tiempo, la necesidad de reírse de ello", o la convicción de que "cuando conservamos recuerdos demasiado agradables de un lugar en el que hemos amado o donde creemos haber pasado horas inolvidables, hay que volver años más tarde para matar el recuerdo".

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