Rithy Panh. Cineasta

"Hay que 'estar con' los personajes con los que hacemos la película"

  • El camboyano, figura esencial del cine documental contemporáneo, viene a Sevilla invitado por el Institut Français, Cinesur y el SEFF a presentar 'El papel no puede envolver la brasa'.

El cine de Rithy Panh (Nom Pen, 1964) se interroga sobre cómo restituir la memoria del horror, dignificar a las víctimas y sanarse desde el exilio forzado, un horror vivido en primera persona cuando los Jemeres Rojos exterminaron a 1,8 millones de camboyanos en un siniestro proceso de purga y depuración para instaurar la falsa utopía maoísta.

Panh ha emprendido el camino del documental (S-21, La máquina de matar roja, Duch, el maestro de las forjas del infierno, La imagen perdida, La France est notre patrie) como terapia de investigación, justicia y reconstrucción, como gesto de restitución de lo irrestituible que, a la manera de un Lanzmann, pone en escena el vacío, la reinterpretación y la palabra como principales herramientas discursivas para combatir el olvido.

-Su cine busca reconstruir y mantener viva la memoria autobiográfica y la de su país desde una particular estética de la ausencia. ¿Cuál es el propósito y el método de esa estrategia?

-Para mí, hacer una película no es una estrategia. En el cine documental se trata siempre de un encuentro con lo que queremos filmar. Hay cineastas que saben perfectamente como abordar una película. Yo, sin embargo, aunque tenga un tema, nunca sé cual es la forma adecuada. Si para La imagen perdida escribo un texto bonito diciendo que quiero contar la historia del genocidio de los Jemeres Rojos utilizando figuras inmóviles de arcilla, lo más probable es que nadie me de un céntimo para hacer la película. Además, esta idea vino luego. Primero empecé a filmar otra cosa, y después de dos años descubrí que de pequeños no teníamos juguetes e íbamos al río a buscar arcilla, moldear pequeños personajes y contar historias. Me interesa la idea de que los personajes vuelvan a la tierra después de la película; son como nosotros, como nuestras vidas. La idea de que la figura también encarna la memoria que ha desaparecido o que está destinada a desaparecer me parece muy interesante. Entonces empecé a hacer la película de esta forma, sin saber si así iba a poder expresar la ausencia, el dolor o el duelo. En realidad, no sabemos si logramos personificar a esas pequeñas figuras que no se mueven pero parecen muy vivas y expresivas.

Eso es el cine, la creación artística en general: algo que nos trasciende y nos permite imaginar. Hacemos una película que al mismo tiempo es un "éxito", una película que los demás pueden hacer suya. No sé si existe un método, creo que se prueba, se tantea y se hace. Algunas películas están muy formateadas, otras son una verdadera experiencia, una verdadera búsqueda. Hay que estar con los personajes con los cuales hacemos la película, sean de arcilla o de carne y hueso. No me gusta hacer películas sobre alguien, lo que me gusta es hacer películas con gente. Mi idea es estar con, avanzar, recorrer un trozo de camino juntos.

-Usted se ha puesto delante de los responsables (Duch) y verdugos (S-21) del genocidio camboyano. ¿Cómo ha encontrado las fuerzas o la calma necesarias para sostenerles la mirada y escucharlos sin ira?

-Tal vez tengo ira pero escondida. No somos neutrales cuando hacemos una película como S-21. Es un combate, un auténtico compromiso, una lucha que no ganamos, de hecho. Pero hay que hacerlo. Una vieja historia de combate entre el bien y el mal que existe desde la noche de los tiempos. El mal es siempre más fuerte que el bien, pero hay que combatirlo aunque no salgamos victoriosos, aunque perdamos a menudo, este combate da sentido a la civilización y a la esencia del ser humano. No tengo suficiente fuerza para evitar sentir ira. Intento controlarme, no caer en la provocación. No me considero ningún especialista del genocidio, lo cuento porque es mi historia, y en mi historia hay partes malas y dolorosas pero también partes buenas, hay que abarcarla entera, enfrentarse a ella. No sé si es un deber o no. Nadie me obliga.

En mis películas no voy a ver solo a los muertos o los vivos. Se trata también de crear, no solo de amontonar testimonios, es necesario inventar una escritura. A la gente que te quiere aniquilar le gustaría que no fueras capaz de crear. El hecho inventar una forma y una manera de expresarse significa también que puedes seguir existiendo, viviendo, y que no te pueden destruir.

No se trata solo de una película sobre los verdugos. También hubo que encontrar una manera fuerte y acertada de contarlo. No sobrevives a una situación tan difícil y complicada como un genocidio porque seas más fuerte o más inteligente, sino porque los otros han hecho todo para que estés aquí. Una vez que estás aquí, y que ellos ya no están, ¿cuál es tu responsabilidad hacia ellos? No me gusta la palabra "deber" o la palabra "deuda", pero, ¿qué tienes que hacer como ser humano para los que ya no están aquí? Cuentas su historia, haces un testimonio. Haces algo para que no hayan muerto en vano. La escritura de la memoria es también eso, no se trata de complacencia hacia el sufrimiento. Se trata de decir que un ser humano ha sido aniquilado, quién es esta persona, restituirle su identidad y su dignidad. Cada víctima tiene un rostro, una vida, un recuerdo diferente. Algo que le pertenece, su dignidad. Intento restaurar uno o dos rostros, una historia, y después un nombre. Así concibo mi trabajo. Enfrentarme con un tipo no me interesa mucho. Si pudiera, sería para que los que han muerto supieran quiénes son y por qué han muerto. La cuestión que me interesa no es realmente quién encarna el mal.

-Viene a Sevilla a presentar Le papier ne peut pas envelopper la braise (2007), un documental sobre un grupo de prostitutas de Nom Pen. En su película parece establecer un nexo entre el periodo de los Jemeres Rojos y las lamentables condiciones de vida de estas mujeres.

-Obviamente no todo tiene que ver con los Jemeres, pero en este caso son ellas las que me han contado estas historias. Imaginemos que los Jemeres no hayan existido nunca, tal vez ellas no habrían nacido en campos de refugiados, tal vez habrían ido a la escuela. Los Jemeres no sólo han matado, han destruido muchas otras cosas: la cohesión social, la solidaridad, han sembrado una cultura de la violencia. Ellas son víctimas de eso. Pero hay violencia económica también. Me preguntaba más bien sobre los aspectos positivos de la tradición: la solidaridad, la felicidad. ¿Dónde han acabado estas nociones? En la tradición no todo está estancado. La tradición en sí no es conservadora, puede ser muy noble. Con la globalización, todo desaparece. Entonces, ¿por qué estas chicas están allí? Probablemente llegaron después de la guerra o un crimen de masas. Se tardarán dos o tres generaciones para reconstruir el estado de derecho, valorar y proteger la dignidad de la gente y concienciarla. No estoy seguro de que lo consigamos.

-En su libro La eliminación (2013, Anagrama) escribe: "lo que busco es la comprensión de la naturaleza del crimen y no el culto de la memoria. […] No busco la verdad, sino el conocimiento. Que se haga la palabra". ¿Cuál es su método para extraer esta palabra?

-Insisto, no tengo método, sólo preguntas. Lo que me interesa es la comprensión. ¿Puedo entender un genocidio? No creo, pero intento entenderlo. Una dinámica de movimiento, algo que tiene que ver con la creación y la reconstrucción. No sé si se puede entender un genocidio. No hay que entenderlo. ¿Hay una verdad después? No. La verdad no se puede alcanzar realmente, pero podemos buscarla. Pero 1,8 millones de vidas distintas… buscar la verdad en eso es una iniciativa un poco osada. Lo que hay que hacer es caminar hacia estas personas, y ese camino lleva a la reconstrucción de sí mismo, permite restaurar la dignidad a los muertos. Eso es lo más importante.

¿La palabra? Hay gente que no habla. No estoy seguro de que se sienta mejor hablando. La palabra es importante para mí, pero no puedo decir "anda, habla, te sentirás mejor". Hablar es como nacer de nuevo. Cada palabra es un nacimiento y conseguir pronunciarla, contar la historia y escribirla, es una especie de renacimiento. Una vez que la palabra esté construida, la historia escrita se vuelve universal y pertenece a todo el mundo. Si la historia no sale, el duelo es muy difícil. Lo que le pasa a los camboyanos no les pasa solo a ellos, hubiera podido ocurrir y ha ocurrido en otros países. Escribir la historia está bien. Se dice que la historia no se repite, pero en realidad no hace más que repetirse. Hay que estar siempre alerta. Cuando estalla la guerra, ya es demasiado tarde.

-Recientemente ha colaborado con Angelina Jolie en su película First they killed my father. ¿Qué opinión tiene sobre las ficciones de Hollywood que se han acercado a la historia de su país o a conflictos y situaciones similares?

-Cada uno tiene el derecho de hacer la película que quiera. La lista de Schindler, por ejemplo, puede plantear algunas dudas. Desde un punto de vista moral o ético, ¿tenemos derecho a filmar las cámaras de gas? El pianista de Polanski no las muestra, sin embargo es muy potente. Pero la película de Spielberg ha sido vista por millones de espectadores. Después de verla uno lee libros, intenta saber un poco más sobre el tema. Antes de Los gritos del silencio nadie hablaba del genocidio camboyano. Es el poder de Hollywood. Me parece muy bien que Angelina Jolie haya hecho esta película. Es una persona muy bella en todos los sentidos, mucho más de lo que la gente se imagina. Tiene una fuerte relación (incluso la nacionalidad) con este país desde hace mucho tiempo, y pienso que si tiene ganas de contar la historia de Camboya, que puede ser también la historia de sus hijos, hay que apoyarla. No hace películas para marcharse después. Hace 20 años que viaja a Camboya, está con nosotros, y eso es más importante que hacer una película.

-En Cannes ha presentado su nuevo filme, Exile. ¿Qué puede adelantarnos de él?

-Tenía una idea inicial: ¿cómo resistir cuando estás en una situación extrema?, ¿cómo superar lo inadmisible? Y luego pensé en la famosa frase de Adorno: "escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie". Pero yo pienso lo contrario, después de Auschwitz se necesita aun más poesía. La poesía, en el sentido griego, es la creación. Hay que crear para construir y no desaparecer. Fue mi punto de partida: cómo ha podido sobrevivir la gente, cómo he podido sobrevivir, gracias a ideas poéticas, alejadas de la ideología o del totalitarismo que nos aplasta. No hace tanto tiempo, los poetas soviéticos disidentes se aprendían poemas y libros de memoria en caso de que Stalin los quemara. Esa manera de resistir es genial. Prohibir la poesía es prohibir soñar. Un ser humano es un soñador, es lo que hace su grandeza y su progreso. Si se te prohíbe soñar o crear, te aprendes todo de memoria para la próxima vez. Es una bella manera de resistir.

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