Crítica de Cine

El ojo cándido

Una imagen de 'Tamara y la catarina'

Una imagen de 'Tamara y la catarina'

Recién presentada en el Festival Iberoamericano de Huelva, Tamara y la catarina llega desde México para recordarnos que el realismo y la ingenuidad no siempre son buenos compañeros de viaje. Con una imagen desaturada y ambientada en los arrabales de Ciudad de México, la película de Lucía Carreras (Nos vemos, papá) desarrolla morosamente su anécdota mínima -a saber, cómo Tamara, una mujer con retraso mental que se ha quedado sola, encuentra y se hace cargo de una niña con la ayuda de una vecina- para trazar a fuego lento un retrato de la vida de los marginados y desfavorecidos y, de paso, dejar algunas pinceladas críticas sobre la corrupción, el machismo o la falta de solidaridad de la sociedad mexicana.

Pocos mimbres y demasiada contención minimalista (apenas tres escenarios y repetición de gestos y lugares) que no terminan de elevar la candidez humanista de la propuesta a un nivel por encima de lo anecdótico, buscando empatías con nuestra protagonista, a la que Ángeles Cruz presta una discapacidad psíquica en el límite, y distanciándonos demasiado de una supuesta realidad que se nos antoja mucho más compleja y dura de lo que esta película tristona alcanza a dejar ver.

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