El jardín secreto | Crítica

Mediana película, gran novela

Dixie Egerickx, en una escena de la película.

Dixie Egerickx, en una escena de la película. / D. S.

Como muchas otras fascinantes escritoras victorianas y eduardianas, Frances Hodgson Burnett (1849-1924) se dedicó a la literatura tras la ruina familiar ocasionada por la muerte de su padre. Obligada a emigrar a Estados Unidos se ganó la vida publicando cuentos y poemas, además de una novela, sin conseguir el éxito. Fue tras su matrimonio con el doctor Burnett, que le permitió escribir por gusto, cuando logró el éxito con su trilogía de novelas para niños y adolescentes El pequeño lord Fauntleroy (1885), La princesita (1905) y El jardín secreto (1910).

El cine se interesó por su obra con tal avidez, dado su éxito editorial, que antes de que falleciera en 1924 se habían rodado más de 20 películas basadas en sus cuentos o libros, las más famosas de las cuales fueron La princesita y El pequeño lord, interpretadas por Mary Pickford en 1917 y 1921. Tras su muerte y hasta 1949 se sucedieron otras adaptaciones, siendo las de mayor éxito El pequeño lord interpretado por Freddie Bartholomew (1936), La princesita interpretada por Shirley Temple (1939) y El jardín secreto interpretado por Margaret O'Brien.

Durante medio siglo el cine se olvidó de ella y fue la televisión la que adaptó sus cuentos y novelas, singularmente las tres ya citadas. A partir de los 90 la obra de esta escritora conoció un sorprendente -o no tanto: sus tres novelas son excelentes por distintas razones, y El jardín secreto la mejor de las tres- revival de qualité en las adaptaciones de Agnieszka Holland (El jardín secreto, 1993) y Alfonso Cuarón (La princesita, 1995) a las que ahora se suma ésta de Marc Munden que vuelve sobre El jardín secreto basándose en un guión de Jack Thorne que no hace justicia a la estupenda novela. Tampoco Munden está a la altura de la faena en su segunda vuelta como matador a los ruedos del cine -porque es un novillero televisivo, al igual que el guionista- tras su único y fracasado largometraje, Miranda, estrenado hace casi dos décadas y justamente olvidado.

La fascinante historia de la huérfana (una estupenda Dixie Egerickx) que desde la India es enviada a Inglaterra para vivir en un caserón lleno de misterios y rodeado por un jardín lleno de promesas, al cuidado de un tío más bien amargado (un acartonado Colin Firth, actor que cada vez tiene más cara y gesto de Colin Firth y menos de sus personajes) y una ama de llaves debidamente dura (excelente Julie Walters), es una fantástica alegoría sobre la infancia y su pérdida, el descubrimiento de la vida, la naturaleza, los sentimientos y con ellos del dolor, requiere más sutileza, más capacidad de alusión y de sugestión, más sentido de lo mágico. Cosas que los retoques digitales y colorines (y tampoco los retoques ideológicos que pretenden acercarla a eso que se llama sensibilidades actuales) no pueden suplir. Que la acción se adelante a 1947 no aporta nada. No molesta, pero tampoco enriquece la visión de la escritora ni supera a la versión de Agnieszka Holland. Si sirve para que quien no la conociera descubra a Frances Hodgson Burnett, pues estupendo.

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