Hasta los huesos | Crítica

Devórame otra vez

Timothée Chalamet.

Timothée Chalamet. / D. S.

Luca Guadagnino es una mentira con éxito. La mentira es que se trate de un Autor, de un Gran Director, de un Cineasta Atrevido (todo con mayúsculas) que desafía las convenciones sociales y cinematográficas. Tras haberse labrado una reputación en el documental y un mal debut en el largometraje de ficción con Melissa P, le llegó el reconocimiento crítico unánime y la lluvia de premios (nominación al Oscar y al Globo de Oro incluidas) de la interesante Io sono l’ amore. La avidez italiana por recuperar los perdidos esplendores de su cine lo consagró de un golpe. La crítica internacional se rindió.

Pero después, tras regresar durante seis años al documental, el vídeo musical y el cortometraje, vino Cegados por el sol, un remake de la en su día popular La piscina de Deray que interpretó Delon. El “pero” es mío porque la considero tan pretenciosa como hueca. El entusiasmo crítico decreció, pero su prestigio quedó intacto y la siguiente Call Me by Your Name lo disparó a los cielos de los Oscar (cuatro nominaciones y uno ganado) y de otro aluvión de premios mientras la crítica se deshacía casi con unanimidad ante lo que para un servidor era un estetizado y empalagoso melodrama de diseño.

Sus siguientes películas fueron quitando razones a sus adoradores: el remake de Suspiria de Argento y The Staggering Girl fueron dos fiascos reconocidos. Se replegó de nuevo en los cortos, documentales, vídeos musicales y miniseries televisivas (un mal remake -se ve que al hombre le van- de Retorno a Brideshead y la más interesante We Arre Who We Are) para regresar con esta Hasta los huesos, su mayor fracaso pese a estar concebida para dar que escribir y que hablar.

La película tiene más de 'Crepúsculo' de lo que a Guadagnino le gustaría reconocer

Tratando con naturalidad forzada lo monstruoso presenta una grotesca historia de amor adolescente, carreteras americanas, canciones y canibalismo. Maren (Taylor Russell) es una adolescente que prueba la carne humana y le coge gusto. En su periplo caníbal descubre dos cosas: que no es la única y el amor, representado por el joven Lee (Thimothée Chalamet, descubierto por Guadagnino: otra cosa que reprocharle), que comparte sus apetitos. Se basa en una novela de y para adolescentes de Camille DeAngelis y tiene mucho más de Crepúsculo de lo que a Guadagnino le gustaría reconocer. No pretende ser una película gore sino un canto dolido al amor de dos outsiders perdidos y errantes en una América perversa y reaganiana. Porque, claro, los malos son los otros, los normales. De lo perverso a lo grotesco hay un paso, y Guadagnino lo da. Eso sí, sin perder la compostura de Autor ni dejar de estetizar.

No es poética, es cursi. No es terrible, es grotesca. No es honda, es anodina. El único momento perturbador lo protagoniza Mark Rylance. Todo lo demás es una promesa de internarse en territorios prohibidos, transgrediendo el tabú del canibalismo para presentarlo como el rasgo definitivo de exclusión social de dos personajes que deberían suscitar compasión y simpatía, que nunca se cumple, nunca hasta el fondo de lo que propone. Un -nunca mejor dicho-“sujetadme, que me lo como” dicho por quien se aferra a quienes le sujetan.

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