Crítica 'Espías desde el cielo'

El guerrero distante y la ética de la guerra moderna

espías desde el cielo. Thriller bélico, Reino Unido, 2015, 102 min. Director: Gavin Hood. Guión: Guy Hibbert. Intérpretes: Aaron Paul, Helen Mirren, Alan Rickman, Iain Glen, Barkhad Abdi, Phoebe Fox, Carl Beukes, Richard McCabe, Tyrone Keogh, Babou Ceesay, James Alexander, Lex King, Daniel Fox, John Heffernan.

Apuntaba maneras desde el principio el realizador sudafricano Gavin Hood. En su primera película, Luchar por sobrevivir (1999), abordaba el asesinato de niños que pervive en regiones africanas dominadas por la brujería. En la siguiente In desert and wilderness (2001) adaptó una novela de Henryk Sienkiewicz que trata de la odisea de dos niños europeos secuestrados durante la revuelta sudanesa del Mahdi. A la tercera fue la vencida y Tsotsi (2005), dura historia de supervivencia de un joven en los suburbios de Johannesburgo, le valió el Oscar y el salto a Hollywood donde, sin abandonar su universo, debutó con la inteligente Expediente Anwar (2007), que ponía en cuestión los métodos de la lucha antiterrorista al centrarse en la detención abusiva de un ciudadano norteamericano de origen egipcio. Con X-Men orígenes: Lobezno (2009) y El juego de Ender (2013) pareció sucumbir al cine de efectos especiales. Afortunadamente Espías desde el cielo lo devuelve a su universo, en el que la acción es siempre pretexto para planteamientos éticos y sociales.

Quien en su debut hollywoodiense se planteó los límites éticos de la lucha contra el terrorismo se plantea ahora los límites éticos en la moderna guerra en la que los más sofisticados artefactos se convierten en la prolongación mecánica de ejércitos situados a miles de kilómetros de distancia. La guerra que no pisa tierra, que dicen los expertos. El escenario es Kenia; el objetivo, capturar a unos terroristas islamistas; el incidente que desencadena el conflicto ético, que los terroristas están a punto de cumplir una misión suicida; y el conflicto ético, la orden de matarlos antes de que actúen, sin importar las víctimas colaterales. Como si toda la película se construyera sobre la secuencia inicial de la estupenda El francotirador de Eastwood, cuando el protagonista ha de decidir si dispara o no contra la mujer y la niña convertidas en bombas humanas.

Hay un perfume a Sidney Lumet en Espías desde el cielo. En un sentido estrictamente ético me recordó su Doce hombres sin piedad, componiéndose en esta ocasión el jurado que ha de decidir sobre la vida y la muerte por políticos, oficiales de inteligencia militar, secretarios de defensa, altos mandos, expertos en las nuevas tecnologías, asesores jurídicos, soldados y espías. Y en un sentido ético-político me recordó su Punto límite, claustrofóbico drama en el que el futuro de la humanidad se decide en un despacho. Ahora la enorme distancia entre los contendientes supone la abolición del horror -tantas veces origen de las reflexiones pacifistas- del combate cuerpo a cuerpo, de la sangre que salpica, del rostro de aquel a quien se da muerte. Como ha escrito Zygmunt Bauman en su Ética posmoderna, "gracias a la vigilancia electrónica y las armas inteligentes se mata cada vez a mayor distancia" y por ello sin conciencia de culpa. "Matar a 11.200 kilómetros de distancia de nueve a dos", titulaba el New York Times un reportaje sobre los más de 1.300 pilotos de drones repartidos en 13 bases en Estados Unidos. De esto trata, de forma pionera, esta inteligente película.

Ese perfume a Lumet se ve reforzado por la sobria y rigurosa dirección de Gavin Hood y por la soberbia interpretación de la siempre grande Helen Mirren, enfrentada a un poderoso Alan Rickman en su último trabajo antes de su fallecimiento. Siguen siendo insuperables los actores ingleses de formación teatral.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios