Crítica de Cine

El desprecio y la infamia

Louis Garrel, disfrazado de Godard.

Louis Garrel, disfrazado de Godard.

No alcanzo a imaginar los motivos para hacer esta película, retrato burdo y por momentos despiadado de quien pocos cuestionarían ya como uno de los cineastas más importantes de todos los tiempos. Sólo la maldad, la ignorancia o, quién sabe, alguna extraña forma de revancha secreta pueden explicar el haber puesto las manos de manera tan zafia sobre la novela autobiográfica de Anne Wiazemsky (Un año ajetreado) que da cuenta de sus días junto a Godard a finales de los turbulentos años 60, unos materiales que, atravesados por la inerte mirada en clave de pastiche de Hazanavicius, especialista en imitaciones de saldo tan vistosas como huecas (The Artist), no consiguen pasar de la caricatura simplificadora de una época en la que Godard, sus películas y su activismo político fueron mucho más que un mero gesto juvenil y moderno para la mofa o la nostalgia.

La operación pasa por disfrazar al desleal Louis Garrel (recordemos lo que le debe su padre a Godard o recordemos una película como Les amants réguliers) del cineasta suizo, por introducir ocasionales guiños a las formas y estilemas más superficiales de su cine y por convertir la historia de amor entre un cineasta en pleno éxito y una joven burguesa de respetable familia intelectual francesa en un relato plano y cansino sobre las contradicciones, el infantilismo o las neuras de una caricatura andante y con tendencia a perder las gafas.

Hazanavicius se muestra incapaz de respetar el tono de Wiazemsky o de acometer la tarea desde la comedia loca o la parodia inteligente, lo que evidencia aún más el carácter desmitificador y ofensivo de su propuesta. Es más, deposita en el personaje que interpreta su esposa, Bérénice Bejo, trazos de la que parece su propia aversión a un cineasta, una manera de entender el cine y una época que él, hombre de la industria, los premios y las academias, mira con desprecio desde esa altura moral que sólo proporcionan el dinero, los Oscar y las premières de Cannes, ese festival aquí astutamente eludido en su famosa rebelión del 68 y en el que, de una manera que sólo puede ser considerada como cínica, concursó esta película en su pasada edición.

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