Smile | Crítica

El difícil ejercicio del miedo

'Smile' logra contagiar el miedo al espectador.

'Smile' logra contagiar el miedo al espectador. / D. S.

Buen debut como guionista y director de Parker Finn convirtiendo en largometraje su corto Laura Hasn’t Slept. Tema clásico: la ruptura del muro que separa la pesadilla de la vigilia o la obsesión de la realidad, una variación de lo fantasmal en el que la presencia amenazante, en lugar de permanecer entre los vivos tras la muerte, lo hace tras el despertar o en plena lucidez aprovechando la grieta de algún antiguo trauma. Con la posibilidad de contagiar como una terrorífica infección las vidas de otros. Finn utiliza recursos trillados, más de susto o sobresalto que de terror o tensión, pero también sabe crear un clima de incertidumbre y miedo progresivamente terrorífico que puede prometer una personalidad interesante para este superexplotado género.

Sin pertenecer a la oleada renovadora representada sobre todo por Jordan Peele, juega con habilidad con lo conocido de efecto seguro y con planteamientos más personales y sutiles cuando se centra en el terror psicológico, en lo amenazante no visto o solo entrevisto, en lo que persigue a su víctima sin que nadie la vea y por ello sin que nadie la crea, en lo horrendo infectando una cotidianidad aparentemente normal. Es en esos momentos cuando Smile logra ser, pese a ciertos excesos de cámara, una interesante, personal y a ratos perturbadora película de miedo, más que de terror efectista y desde luego no de horror visceral, que bastante hartos estamos ya de ambos. Un miedo que, con inteligencia, nos lleva a los umbrales de lo verdaderamente terrorífico. La excelente interpretación de Sosie Bacon logra concentrar toda la tensión de la película en un rostro angustiado y una mirada de muda petición de socorro.

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