Tommaso | Crítica

La (pen)última tentación de Ferrara

Willem Dafoe, trasunto de Abel Ferrara en 'Tommaso'.

Willem Dafoe, trasunto de Abel Ferrara en 'Tommaso'.

Afincado en Roma, nuevamente casado con una mujer 40 años más joven que él (Cristina Chiriac, que interpreta aquí a su propio trasunto), padre de una hija casi a los 70 y sobrio y rehabilitado de sus adicciones desde hace seis años, Abel Ferrara se desdobla aquí en el personaje que interpreta su amigo y cómplice Willem Dafoe, si acaso el único cuerpo posible capaz de acarrear con verdad las heridas físicas, el tormento existencial, las fantasías y pesadillas que lo acechan en esta suspendida noche de verano en la ciudad eterna.

Tommaso supone el particular autorretrato deformante y flotante de un cineasta en plenitud creativa, un autor tan veterano como rejuvenecido que sigue sacando adelante sus proyectos frankenstenianos contra viento y marea, la expiación en forma de relato soñado de tantos años de vida al límite, excesos y fracasos, también la sublimación de los fantasmas y miedos atávicos que siguen acechando a la vuelta de la almohada. Pero también, ay, es la película de las últimas fantasías eróticas, de los paseos prometedores y los escarceos secretos, la película de confesión, transición y reinicio, el punto final y también el punto de partida para más cine por venir (Siberia, Sportin’ life) en el que seguir liberando la experiencia y la psique en nuevas formas cinematográficas.

La cámara angular y suspendida, la fotografía de umbrales de Peter Zeitlinger y las músicas atmosféricas de Joe Delia se nos antojan la traducción audiovisual perfecta de ese estado de vigilia en el que se mueve toda la película, capaz a un tiempo de capturar la ciudad como documento vivo y crepitante pero de convertirla también en una suerte de circo sombrío plagado de ruidos, amenazas y misterios.

Pero Tommaso es también la declaración a tumba abierta de un hombre renacido incapaz de superar ciertas taras y defectos, un hombre de otro tiempo carcomido por el demonio de los celos y tentado por el diablo de la carne. Una pequeña gran obra maestra del cine íntimo que se permite incluso la gran broma de poner a su intérprete, posiblemente el mejor de los actores norteamericanos de este tiempo, ante el espejo de su gran vida de ficción para colgarlo en la cruz por toda la Humanidad para escarnio de transeúntes y mirones asombrados.