La oveja Shaun: Granjaguedón | Crítica

Larga vida a Aardman

Una imagen del filme de animación 'La oveja Shaun: Granjaguedón'.

Una imagen del filme de animación 'La oveja Shaun: Granjaguedón'.

De la británica factoría Aardman sólo puede esperarse la excelencia o algo aproximado, así que el regreso de la oveja Shaun después de un corto, un par de series de TV y un delicioso largometraje previo (2015) no puede sino alegrarnos este fúnebre puente de los Santos disfrazado de Halloween.

Fieles a la artesanía de la miniatura de plastilina y arcilla, a sus reconocibles diseños de figuras esquemáticas y ojos expresivos, al lenguaje visual sin palabras y a la elocuencia sonoro-musical, los creadores de Rebelión en la granja o Wallace y Groomit, ahora recluidos en tareas de producción, siguen depurando la vieja esencia slapstick de su gramática animada para hacer un guiño a la ciencia-ficción extraterrestre que se mira en ET o Encuentros en la Tercera Fase, también con guiños a Kubrick o a Expediente X, como referencias primarias para una nueva historia de encuentro entre el gamberro mundo animal de la granja inglesa y un pequeño alienígena extraviado que quiere regresar a casa al tiempo que huye de una malvada (o no tanto) buscadora de aliens.

Entregada sin mayores dobleces a la aventura de solidaridad y regreso, Granjaguedón reparte y coloca maravillosamente bien sus gags visuales y sus running gags marca de la casa, pero sobre todo se hace fuerte en el cuidado artesanal del gesto o el sonido expresivo como materia prima para dar vida y encanto irresistible a unas criaturas que no necesitan emitir una palabra inteligible para ganarse el cariño y la complicidad de los más pequeños y el codazo cómplice de los adultos acompañantes.