Öndög (El huevo del dinosaurio) | Crítica

Minimalismo estepario

La aparición del cadáver de una mujer en medio de la estepa mongola es el detonante, siempre en sordina, sin suspense alguno, de esta cinta china de Wang Qua’nan, ganadora de la Espiga de Oro en el Festival de Valladolid, que se acerca al paisaje horizontal y yermo de aquella región asiática con una interesante mirada híbrida entre el documento etnográfico, ya presente en la anterior La boda de Tuya, y una depurada puesta en escena que observa a sus criaturas desde la distancia, sin que apenas podamos distinguir sus rostros más allá de su silueta recortada en el plano.

En su apuesta esencial y minimalista, Öndög aspira empero nada menos que a conectar (y no sólo metafóricamente) las vidas de estos solitarios pastores, mujeres y policías de la llanura con el origen mismo del planeta y sus primeros habitantes, esos dinosaurios cuyos huevos fosilizados aún siguen apareciendo ocasionalmente por la zona. Un huevo que es a su vez símbolo explícito de una fertilidad femenina que intenta abrirse paso entre el aislamiento y una vida entregada al pastoreo, la espera y la contemplación.

Wang’An filma de lejos, decíamos, dejando que sea el sonido y los escuetos diálogos los revelen alguna clave narrativa (una jubilación, la inexperiencia, la búsqueda del amor…), y apenas se acerca a las figuras cuando estas sienten la necesidad del calor o el roce.

Sencilla, esencial y hermosa por momentos, Öndög se traiciona a veces en alguna que otra innecesaria cámara lenta, pero nos regala un gran e insospechado momento cinematográfico-musical con el Love me, tender de Elvis Presley sonando en la noche estepeña y haciendo bailar a nuestro joven policía solitario.