Okko, el hostal y sus fantasmas | Crítica

Sintoísmo pop

Una imagen de 'Okko, el hostal y sus fantasmas', el anime de Kitarô Kôsaka.

Una imagen de 'Okko, el hostal y sus fantasmas', el anime de Kitarô Kôsaka.

De vuelta a los valores de la tradición y el sintoísmo, Okko, el hostal y sus fantasmas prolonga el idilio del anime japonés con una reformulación del humanismo y los relatos de superación del duelo e iniciación que se aleja bastante de las fórmulas animadas occidentales para el público infantil.

Nuestra protagonista, una niña de ojos grandes (el canal de las emociones) que llega a la posada rural de su abuela después de perder a sus padres en un accidente, atraviesa los deliciosos y coloridos fondos de Kitarô Kôsaka (Nasu: verano en Andalucía), antiguo colaborador de Miyazaki en Ghibli, en busca de respuestas y asideros para superar su dolor, y los encuentra en ese animismo que materializa con pasmosa naturalidad a espíritus y fantasmas amistosos convocados aquí como apoyo emocional en un trance que pasa también por encontrar el destino en el mundo.

La película se mueve así con desparpajo por ese interregno de lo real-maravilloso destinado a superar el trauma, aprender lecciones de vida de la mano de los adultos y marcar un camino que se empapa aquí del sentido de la amistad, el poder fabulador de los cuentos, la iconografía y los rituales sintoístas sin renunciar a esa desbordante vertiente pop que ha hecho del anime un territorio expresivo integrador y fértil.