El monstruo de St. Pauli | Estreno en Filmin

Alemania extrema

Una imagen del filme de Fatih Akin 'El monstruo de St. Pauli'.

Una imagen del filme de Fatih Akin 'El monstruo de St. Pauli'.

Sorprende leer crónicas de esta película refutando o sin mención alguna a lo que subyace sin demasiado disimulo tras su desagradable superficie, que narra con todo lujo de detalles la miserable vida y los atroces asesinatos de varias prostitutas cometidos por Fritz Honka en Hamburgo entre 1970 y 1975.

En efecto, el irregular Fatih Akin (Contra la pared, Al otro lado, Soul kitchen, En la sombra) se recrea en cada uno de ellos y no escatima un euro de su diseño de producción en reconstruir la suciedad, la podredumbre y el hedor que impregnan y rodean a nuestro protagonista, un tipo feo y deforme, con gafas de culo de vaso y aspecto insoportable al que Jonas Dassler presta la percha. 

Todo es así repugnante y repulsivo en una Alemania que concentra entre las cuatro paredes de un ático y tras las cortinas siempre echadas del bar El guante dorado toda la decadencia imaginable de una nación sumida en el alcoholismo y la derrota, en la humillación y cierta nostalgia amarga del pasado.

Porque de eso va precisamente, o al menos así lo hemos visto, este ejercicio extremo bajo su apariencia de crónica criminal que tal vez no se haya entendido del todo en su apuesta por los límites de lo soportable. La historia de Honka y su entorno es, a pesar de su origen real y su meticulosa reconstrucción rayana en lo morboso, la propia historia de un país que todavía en los 70, cuando Fassbinder, Schlondorff, Kluge y compañía ya lo avisaban con sus películas, aún no terminaba de salir de su particular resaca post-nazi, un país de trazos y ecos expresionistas que no podía esconder los cadáveres, la xenofobia y la vergüenza bajo la alfombra o detrás de las paredes, esas mismas que, en un final también ajustado a los hechos, terminaron revelando el historial de crímenes de un psicópata impotente y alcoholizado obsesionado con las jóvenes arias y con ganas de ponerse el uniforme que un día lo sometiera en los campos de concentración.

No sé si el viaje a la moraleja les merecerá la pena, es sórdido, sucio y macabro hasta decir basta. Ustedes mismos, avisados quedan.  

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