La abuela | Crítica

Los fantasmas del tiempo

Almudena Amor y Vera Valdez, nieta y abuela en el filme de Paco Plaza.

Almudena Amor y Vera Valdez, nieta y abuela en el filme de Paco Plaza.

Poco después de un inquietante prólogo, el nuevo filme de Paco Plaza (Rec 3, Verónica, Quien a hierro mata) ahora con guion de Carlos Vermut (Magical girl), enseña el camino y las cartas simbólicas que han de sustentar un nuevo ejercicio de terror en el alambre. Nuestra protagonista, una joven modelo española (Almudena Amor) que intenta abrirse camino en París, acude a una fiesta donde conoce a un fotógrafo que puede impulsar su carrera. Cuando este le pregunta por su edad, ella contesta que tiene 25 años: “una vieja”, dirá él entre risas y cocaína.

El tiempo fugaz de la belleza (femenina) y su vampirización (generacional) se inscribe así como el gran tema de este filme que se mueve entre una cierta pretensión realista y vintage, esa esquinada mirada costumbrista marca de la casa y la inevitable deriva fantasmagórica y terrorífica que contamina y enturbia el relato a través de la puesta en escena intentando sortear los lugares comunes y clichés más desgastados del género.

El resultado es un filme denso, oscuro y ensimismado que busca reinventarse a cada movimiento de cámara, a cada nuevo zoom de acercamiento, a cada luz que se apaga, a cada pesadilla, indicando ese camino que va consumiendo la psique de nuestra protagonista, prima lejana de aquella Catherine Deneuve de Repulsión, de Polanski, empeñada en darle una salida racional y lógica al embrollo de tener que hacerse cargo de su abuela anciana (Vera Valdez, quien fuera en su juventud modelo de Chanel), para arrastrarla a esa vorágine paranormal que convierte el gran piso del Retiro madrileño en una prisión sin posibilidad de escape, ni siquiera atravesando los espejos o descifrando los secretos olvidados de una infancia premonitoria.

La abuela transita así por las variaciones de una idea recurrente y su potencial simbólico y expresivo, la del reloj detenido, hace de los cuerpos un territorio para el tabú y consigue poderosas imágenes de lo siniestro apenas pulsando por encima la retórica del golpe de efecto. La película es también un filme sin apenas presencias masculinas, una historia que desplaza la sexualidad y el deseo a un ámbito plenamente femenino y que, por tanto, cabe leer en una clave muy contemporánea. A la postre, el relato nos conduce hacia esa pasarela infinita de la eterna juventud en la que poder gozar de los cuerpos en su plenitud incandescente.