Historias para no contar | Crítica

El limitado encanto de la burguesía

Cada vez más acomodado en sus decorados urbanos de teleserie, el cine de Cesc Gay regresa de nuevo a la estructura del relato corto encadenado a propósito de las cuitas sentimentales, las fantasías o mezquindades morales de sus personajes de clase media urbana siempre bien vestidos por un elenco all-star.

Historias para no contar ensambla cinco ídem sobre los límites entre la sinceridad y la mentira piadosa como herramientas para el equilibrio social o la estabilidad de la pareja. En la primera, Anna Castillo esconde en el armario al vecino (Darín) del que está secretamente enamorada ante el regreso inesperado del marido (Rey); en la segunda, De La Torre y León empujan a su amigo separado (Brendehmul) a cerrar su duelo de separación en una noche con sorpresa; en la tercera, tres amigas (Jiménez, Verdú y Navas) se reencuentran en un casting para interpretar sus respectivos papeles falsarios; en la cuarta, Coronado da un giro de despecho a la cita con su joven amante; y en la quinta y última, Quim Gutiérrez verá cómo sus planes de sinceridad con su pareja (Echegui) le devuelven más franqueza innecesaria.

Una tras otra, estas cinco historias independientes se mueven entre la ocurrencia, el equívoco y el chiste alargado, entre el lugar común de las cuitas pequeño-burguesas y el enredo con moraleja que busca revelar las pequeñas miserias e hipocresías de las relaciones modernas. La puesta en escena no aporta absolutamente nada al conjunto y todo se fía a las identificaciones elementales, a unos diálogos supuestamente afilados y a unos actores en su registro más estereotipado, incluido el del histrión patético. Como de costumbre, con Gay no se sabe si estamos ante un mero ilustrador de guiones o ante un cronista de tópicos sentimentales del cuñadismo cool.