Desde Australia, premiada en Venecia 2019, la primera película de Shannon Murphy se mueve en la cuerda floja de ese cine de corte y sensibilidad indies para mercados internacionales y la emoción sincera de una despedida anunciada entre una adolescente y su familia.
Corte indie que se traduce en unas formas suaves, coloridas y vistosas de aire e interludios pop, incluida su estructura en episodios-viñetas precedidos por un título, y emoción sincera que emerge sobre todo en una parte final en la que la relación paterno-filial se eleva desde el silencio y la contención en un pacto privado del que queda excluida una madre con evidentes signos de histeria y descentramiento.
Murphy introduce unas calculadas disonancias en este retrato familiar a través de la excentricidad, el coqueteo con las drogas, los flirteos vecinales y un puñado de personajes satélite que, como el joven desarraigado que dispara la catarsis de nuestra protagonista, interpretada por la prometedora Eliza Scanlen (Mujercitas), contribuyen a dibujar ese paisaje disfuncional que busca compensar y redimir en cierta forma el sesgo melodramático, generacional y trágico de su historia.