Camera Café, la película | Crítica

La oficina nacional

Una imagen de 'Camera Café, la película', dirigida por Ernesto Sevilla.

Una imagen de 'Camera Café, la película', dirigida por Ernesto Sevilla.

Tal vez porque no teníamos apenas expectativas o porque pensábamos que esta era una mera operación de adaptación y estiramiento de la famosa sitcom televisiva a mayor gloria de su único punto de vista, Camera café, la película nos sorprende gratamente en su nueva piel chanante, surreal, episódica y desaforada fruto de ese post-humor que practican los Reyes, Sevilla y compañía, pero también en su apuesta por hacer del mainstream cómico nacional un terreno híbrido donde, además de la torsión costumbrista, aquí sobre esa clase media empobrecida de oficina y bar de desayuno que tenía a Albert Rivera como gran esperanza blanco-liberal, también es posible soltar la mano de las formas en una montaña rusa de referencias cruzadas y gestos paródicos extraídos de la cultura audiovisual pop.

Camera Café se mueve así entre sketches más o menos logrados, ensamblados e incorrectos (el del intento de ligue con la propia hija es insuperable), fiel a su particular fauna de miserables, cuñados y perdedores a los que Arturo Valls lidera con mano firme y vestuario imposible en su escalada de despropósitos, escaqueos, apartes, running gags, meteduras de pata y planes de saneamiento por hacer de la oficina en crisis ese microcosmos donde se reconocen ciertas esencias y vergüenzas hispanas que son perfectamente trasladables al país vecino, a la sazón también co-productor y objeto de la mofa desmitificadora a costa de la tristura de sus fados o el color de sus caldos.

No es menos cierto que, en la propia condición fragmentaria del artefacto, la cinta que dirige sin frenos Ernesto Sevilla, curtido en Muchachada Nui, Museo Coconut o Capítulo Cero, tiende irremediablemente a la autoextenuación y, muy especialmente en su deportivo duelo final, hacia la autodestrucción, pero no por ello, en su constante desvío hacia el absurdo, su conciencia de producto bastardo y mercantilizado y su generosidad en la creación de tipos y situaciones delirantes, esta Camera Café se gana a un sonreidor cómplice donde hora y media antes sólo tenía a un prejuicioso hater con la escopeta cargada.   

 

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