Crítica de Cine

Una comedia fantástica de Carabanchel

Maribel Verdú y José Mota, primos en la ficción de Pablo Berger.

Maribel Verdú y José Mota, primos en la ficción de Pablo Berger. / d. s.

La deformación esperpéntica del realismo ha sido siempre una de las señas de identidad de la mejor comedia española (del mejor cine español), de Berlanga a Fernán-Gómez, a saber, llevando un poco más allá de las apariencias, los usos y tipos, retorciéndolos en su carácter ya de por sí excesivo, los rasgos reconocibles de esa España de a pie salida de la crónica cotidiana.

En su tercera película después de la singular, silente y sobrevalorada Blancanieves, Pablo Berger aspira a inscribirse en esa saludable veta elevando el retrato costumbrista de barrio choni y proletario a la categoría de aventura hipnótico-fantástica y metáfora emancipadora gracias a un inteligente y bien sostenido pulso con la magia, catalizadora, como en tantas películas de Woody Allen, de una transformación de la realidad en un espacio múltiple y desdoblado en el que los tiempos y los espacios se cruzan y los espíritus se comunican.

A tal efecto, Abracadabra se sitúa pronto en un marco indefinido y propio, anclada en ese universo kitsch de barrio periférico y hortera en el que todo parece haberse detenido a mediados de los ochenta, o al menos todo lo que atañe a nuestros protagonistas, un matrimonio en crisis al que una boda familiar y un chapucero truco de hipnosis impulsarán a una pequeña gran aventura urbana que dará entrada a una serie de gloriosos y estrafalarios personajes (el primo que interpreta Mota, su maestro Fumeti, encarnado por Pou, el agente inmobiliario que encarna Villagrán) que propulsan la película hacia terrenos insospechados y sorprendentes.

Berger libera el estilo y controla el peligro de caer en las garras del diseño de producción y la caricatura fácil, modulando la empatía con unos personajes en el límite, expuestos a un viaje al más allá que busca, a la postre, reconciliarlos con ellos mismos, sus defectos y limitaciones, elevando incluso un leve discurso de liberación femenina que Maribel Verdú encarna con enternecedora verdad.

Así, expuesta a continuos giros y quiebros inesperados y acechada por un mono siniestro, Abracadabra camina firme y coherente por su propia cuerda floja, a veces con cierta premura o acumulación de gags (sobre todo en su tercio final), otras con una portentosa capacidad elíptica, atenta al detalle cómico, feliz en su estado de gracia interpretativo, valiente, en definitiva, en su insólita apuesta por prolongar a contracorriente y con personalidad uno de los caminos más singulares y definitorios de nuestro cine.

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