Rocketman | Crítica

En cine, Elton gana a Freddie

Taron Egerton, caracterizado como Elton John en 'Rocketman'.

Taron Egerton, caracterizado como Elton John en 'Rocketman'. / D. S.

Tras unos inicios dubitativos en los 80 y los 90 –biopics de Sex Pistols, Ritchie Valens, Charlie Parker (el mejor de todos: Bird), Jerry Lee Lewis, The Doors o Tina Turner–, las vidas de las estrellas de la canción y el jazz, de grupos e incluso de discográficas han creado en lo que llevamos de siglo XXI un subgénero de éxito.

Entre otras han sido llevadas a la pantalla las vidas o trayectorias de Eminem (2002), Ray Charles (2004), Johnny Cash (2005), Bobby Darin (2006), Ian Curtis, Bob Dylan y Edith Piaf (2007), la compañía Cadillac Records (2008), Joy Division, Notorious y John Lennon (2009), Serge Gainsbourg y The Runaways (2010), Liberace (2013), Brian Wilson, James Brown y The Four Seasons (2014), NWA (2015), Chet Baker (2016) o Blaze Foley, Queen y Don Shirley (2018).

Nada nuevo en realidad pues en el Hollywood clásico los biopics de estrellas de la canción, el swing o el jazz son tan antiguos como el cine sonoro: de los años 30 a los 80 Al Jolson, George M. Cohan, Glenn Miller, Benny Goodman, Bix Beiderbecke, Eddie Duchin, Gene Krupa, Ruth Etting, Fanny Brice, Billie Holiday o Patsy Cline tuvieron sus películas. Pero el furor del siglo XXI no tiene precedentes en cuanto al número de títulos que, seguro, se multiplicarán tras los éxitos y los Oscar de Bohemian Rhapsody y Green Book.

Los biopics clásicos multiplicaban las luces y ocultaban las sombras o las presentaban con un redentor énfasis melodramático exculpatorio. Los modernos de los años 80 multiplicaban las sombras –por aquel disparate de "sexo, drogas y rock & roll"– convirtiéndolas en luces de la transgresión y la rebeldía contracultural. Los posmodernos buscan un equilibrio entre ambos modelos sabiendo que el público lo conoce todo –o casi– sobre sus ídolos y presentando como verdad humana y color realista las zonas más complicadas de las vidas de los biografiados.

Este es el caso del buen retrato de Elton John producido por él mismo que ha dirigido el actor de larguísima filmografía en cine (empezó siendo niño en Bugsy Malone y El hombre elefante) y sobre todo televisión Dexter Fletcher, debutante en la dirección con Wild Bill (2011), consagrado con el buen musical Amanece en Edimburgo (2013) y autor del aceptable filme biográfico Eddie el águila (2016), además de rematador de Bohemian Rhapsody tras el despido de Bryan Singer.

El guión escrito por el multipremiado dramaturgo y guionista Lee Hall, autor de Billy Elliott the Musical, Orgullo y prejuicio o Caballo de guerra, y la dirección de Fletcher presentan desde el inicio las sombras –adicciones a casi todo pero también crueldades sentimentales, divismo, prepotencia– como si fueran producidas de una parte por circunstancias biográficas adversas –una infancia difícil, una homosexualidad imposible de vivir entonces abiertamente– y de otra por un carácter complicado que según un arraigado tópico es también la clave, el precio o la marca del genio.

Todo se administra en las dosis necesarias para que parezca casi real y no demasiado hagiográfico. Y la cosa funciona. Incluso mejor que la triunfal Bohemian Rhapsody (que es bastante floja, la verdad, con su penoso final digital) gracias a dos factores: la fusión entre biopic y musical (no es lo mismo el biopic con canciones que el musical) y lo bien escrita, filmada e interpretada que está la larga y no siempre fácil relación entre Elton John (Taron Egerton, que –otro acierto– interpreta las canciones en vez de hacer un Escala en Hi-Fi) y su amigo, cómplice y letrista Bernie Taupin (Jamie Bell, que alcanzó la fama interpretando el Billy Elliott escrito por Lee Hall: el mundo es un pañuelo).

Estos dos aciertos dan a la película espectacularidad cinematográfica e interés humano. Gracias a ello interesa incluso a quienes no sean entusiastas de la figura biografiada.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios