El amor en su lugar | Crítica

La luz de una comedia en el corazón de las tinieblas

La compañía de 'El amor en su lugar'.

La compañía de 'El amor en su lugar'. / D. S.

Rodrigo Cortés es el más difícilmente clasificable de los directores españoles. El suyo es un cine comercial con marca de autor que revisita la comedia negra o negrísima (Concursante), el terror innovador (Enterrado) o clásico-gótico (Blackwood) y el thriller con pespuntes paranormales (Luces rojas). Casi siempre en coproducciones con Estados Unidos e Inglaterra que le permiten lujosos repartos en los que han figurado Ryan Reynolds, Robert De Niro, Sigourney Weaver o Uma Thurman. Cortés podría recordar a un Chicho Ibáñez Serrador que, como él, tocó el terror clásico-gótico (La residencia) o creó el más innovador (¿Quién puede matar a un niño?). Que Cortés haya dirigido algunos episodios de la recuperación de la mítica serie Historias para no dormir podría ser un indicio.

Ahora demuestra su singularidad dentro del panorama español y abandona su zona de confort al recuperar con esta película la extraordinaria personalidad del escritor, comediógrafo y letrista Jerzy Jurandot. Antes de la guerra era un popular empresario y autor de revistas y cabaret. Recluido en el gueto de Varsovia, en colaboración con el compositor Ivo Wesby, decidió poner una comedia musical en escena para levantar la moral de los recluidos en el gueto, afirmar las ganas de vivir en un universo de muerte y rebelarse frente a una desesperación que era una forma de rendición. Logró sobrevivir, lo que no deja de ser excepcional ya que de los 400.000 judíos recluidos en el gueto sobrevivieron menos de 50.000, relatando sus experiencias en el libro autobiográfico Dos años en el gueto de Varsovia.

Partiendo de su comedia escrita en el gueto, que se ha conservado (aunque no la música de las canciones, reconstruida para la película), Cortés ha creado una hermosa, emocionante y poderosa película sobre el arte como necesidad, sobre la luz y el consuelo que pueda aportar siquiera durante un breve instante en el peor infierno que pueda imaginarse. Porque lo que está sucediendo fuera del local en el que la función tiene lugar es la más tenebrosa tragedia de la historia de la humanidad: el Holocausto o la Shoah. Allí los actores de la comedia de Jurandot tuvieron el valor de llevar una brizna de luz como quien enciende una cerilla -pequeña y breve luz vacilante- en la más vasta oscuridad.

Cortés hace una perfecta reconstrucción del microcosmos del gueto que no desmerece del poderoso precedente que supone la recreación de Polanski en El pianista. Se plantea como un desafío planteado en tiempo real el juego entre dos tiempos -el de la representación de la comedia y el de la vida real-, dos mundos -el del escenario o la ficción y el de la calle o la realidad- y dos sentimientos -el fingido de los personajes y el verdadero de los actores, interpretados con maestría por un reparto excepcional del que sobresale Clara Rugaard- y lo resuelve con maestría, pasando de uno a otro ritmo, de una a otra realidad y de unos a otros sentimientos con una riqueza de recursos fílmicos que suponen un importante paso adelante en su filmografía. Quizás porque aquí no se trata de enterrados vivos, videntes o internados siniestros sino de seres humanos reales que vivieron una tragedia real.

Hay también una interesante reflexión sobre la asombrosa capacidad de la cultura y/o el carácter judío centroeuropeo para verse desde fuera con ironía, auto caricaturizarse y no renunciar al humor ni aún en las peores circunstancias. Una cualidad que explica la pléyade de genios judíos del humor desde Chaplin a Adam Sandler pasando por los Marx, Jerry Lewis, Mel Brooks o Woody Allen. Y nunca el humor estuvo sometido tan a prueba como durante las cuatro semanas que milagrosamente logró mantenerse la obra de Jurandot sobre el escenario en 1942. Además de la muerte en las calles del gueto cinco meses después comenzaron las deportaciones a Treblinka.

Una emocionante, original, brillante y humana película que puede significar un antes y un después en la carrera de Cortés.

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