Crítica de Cine

Lejos de Casablanca

Marion Cotillard y Brad Pitt, protagonistas de 'Aliados', en una escena de la película.

Marion Cotillard y Brad Pitt, protagonistas de 'Aliados', en una escena de la película.

Zemeckis me cae bien, vaya esto por delante. Desde los años 80 este seguidor, amigo y protegido de Spielberg nos ha regalado al menos un par de grandes o interesantes películas por década capaces de representar la evolución del cine popular americano. En los 80 fueron Tras el corazón verde, Regreso al futuro y ¿Quién engañó a Roger Rabbit?; en los 90, Forrest Gump y Contacto; en la primera década del XXI, Náufrago y las animaciones de Polar Express y Cuento de Navidad; y en la actual década... Bueno, la verdad es que la segunda década de este aún joven siglo no se le ha dado bien al hombre. El asombro técnico de El desafío y poco más. Aliados no aporta nada significativo a su filmografía.

Su spielbergiano amor por el cine clásico de Hollywood lo ha llevado a jugar, sobre la base de un buen guión de Steven Knight (Promesas del Este, Redención, El caso Fisher), con elementos de Casablanca o de Encadenados. Brad Pitt podría ser un Humphrey Bogart (o un Paul Henried) que sospechara que su amante o esposa Ingrid Bergman -en este caso Marion Cotillard- era una espía nazi. O también podría ser un Claude Rains que, cegado por el amor, sucumbiera al engaño de Ingrid Bergman.

Si el guión juega inteligentemente con estos y otros modelos, Zemeckis no logra el mismo resultado en lo que a la fotografía, el tono narrativo y la mitificación glamurosa de sus intérpretes se refiere. Las poderosas presencias en pantalla de Bogart, Bergman, Rains o Grant se debían no sólo al talento de los directores de fotografía y los realizadores, sino a dos sistemas -el de los estudios y el de las estrellas-, a una época y a una forma de exhibir y vivir el cine (porque los espectadores eran coautores de las experiencias vividas en los palacios del sueño). Zemeckis no se inspira en aquel modo de representar y de narrar, sino que lo imita; y el resultado es necesariamente kitsch: cada forma de hacer (y de ver) cine pertenece a una época.

Pitt es en buen actor y un guaperas, pero no es Bogart ni Grant. Cotillard es atractiva y, sobre todo, una fabulosa actriz, pero no es la Bergman. Pitt y Cotillard son actores mientras que Bogart, Grant y la Bergman eran estrellas. Una estrella es una especie de ser mitológico formado a medias por la imagen que el estudio le ha construido y por los personajes que interpreta. Si a ellos les resulta imposible ser estrellas, a Zemeckis le resulta igualmente imposible ser Curtiz y no digamos ya Hitchcock. Es imposible hacer cine clásico de los 40 hoy. Coppola o Allen se inspiran en él, no lo copian. En este sentido Aliados recuerda aquella pifia de Soderbergh, El buen alemán, rodada en un blanco y negro muy distinto al de Manhattan o Toro salvaje. Y hay que añadir el problema de la sexualidad explícita. El relato clásico no la consiente. Recuérdese la doctrina Lubitsch: lo más interesante es lo que el espectador se imagina que pasa tras una puerta cerrada.

A Aliados le pasa, en su relación con el cine clásico, algo parecido a lo que le sucedía a ¿Quién engañó a Roger Rabbit? con los dibujos animados: estaban bien hechos -copiados, recreados- pero carecían de la gracia gamberra y el genio de los originales de la edad de oro de las Looney Tunes de la Warner. Entretenida y eficaz en su segunda parte -la primera flojea por su impostado énfasis erótico (¡qué nostalgia del erotismo de Marruecos de Sternberg y la Dietrich!) y el inapropiado enfoque de las escenas de acción-, esta correcta película queda por debajo de sus pretensiones.

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