Enemigos íntimos | Crítica

Las reglas del barrio

Reda Kateb y Mathias Schoenaerts en una imagen de 'Enemigos íntimos'.

Reda Kateb y Mathias Schoenaerts en una imagen de 'Enemigos íntimos'.

Con los viejos aromas del polar francés y el posmoderno envoltorio de la ciudad multicultural, los ritos y la fisonomía de la banlieu, el nuevo filme de David Oelhoffen (Lejos de los hombres) trabaja sobre materiales genéricos y dramáticos reconocibles y arquetípicos, todos muy masculinos, en su disección de golpes, fidelidades, traiciones, persecuciones y contragolpes a propósito de un puñado de viejos amigos del barrio sobre los que el destino cae como la noche oscura.

Tres amigos, dos de ellos de origen magrebí y uno francés, separados ahora a uno y otro lado de la ley aunque unidos de nuevo a su pesar en un clásico cruce de confidencias, chantaje y venganza que lleva la película a un laberíntico juego del gato y el ratón sobre el que pesan las conciencias como trasfondo moral mientras las balas silban por encima de la cabeza.

Vibrante, directo y expeditivo incluso en su retrato de los bajos fondos, la violencia y el movimiento constante de sus personajes, Oelhoffen deja descansar la densidad de su relato sobre las espaldas de sus dos protagonistas y sus respectivos intérpretes, unos Reda Kateb (Un profeta, Django) y Mathias Schoenaerts (De óxido y hueso, El fiel) que componen con credibilidad e intensidad física esa encrucijada moral y cultural (del gueto) que los empuja inevitablemente hacia la tragedia desde sus raíces y sus vínculos primarios. No era necesario subrayarlo más de la cuenta.