En primera persona

María, a tus ojos me encomiendo

  • Armados con un antifaz en los ojos, nos lanzamos a una experiencia inmersiva con personas invidentes: Ellos cumplen el sueño de conducir y nosotros, ‘a ciegas’ al volante

Un momento de la experiencia organizada por ONCE.

Perder el sentido de la vista dificulta nuestro día a día, pero no lo imposibilita. Para ponernos en el lugar de personas sin visión la ONCE organizó este martes un evento de intercambio vital: invidentes pudieron cumplir el sueño de ponerse al volante de un coche y personas con visión fueron ciegos por unos minutos. Miembros de la prensa nos lanzamos a ponernos en el lugar del otro, del que no ve, para aprender y entender mejor cómo es una vida a oscuras. Con tacto, disposición y la mente despejada de complejos como únicos instrumentos, allá nos soltamos a una experiencia cautivadora a los mandos de un vehículo, sin ver nada, encomendados a los ojos de otra persona.

Olga fue mi compañera ciega y María, nuestra guía, el nexo de esta experiencia. El primer turno fue para ella, que perdió totalmente la vista a los treinta y que nunca había tenido la ocasión de conducir un coche. Directrices básicas y echamos a rodar. Confianza total y absoluta que se transformó en un sueño cumplido para Olga, desbordada de felicidad, que parecía llevar toda la vida al volante.

Turno para uno mismo. Me siento en el coche de la autoescuela y me coloco todos los avíos necesarios. Antes de montarme, me entrego y encomiendo con absoluta confianza y el miedo o respeto, se disipa en seguida. Así las cosas, me sitúo en el asiento y ¡ras!. Ya no se ve nada. Antifaz por delante. Ahora oigo, siento, tanteo con las manos e intento recordar lo que sé como cuando tenía los ojos destapados.

“Una profesora de autoescuela hizo de guía y nexo entre ambas experiencias”

Es inevitable tratar de destaparse la vista pero guardo la calma, me tranquilizo y me mentalizo de que ahora no dependo de mí, si no que estoy en las manos de la profesora de autoescuela, en un coche ajeno, extraño, al que tengo que adaptarme. Pero esto no importa tanto cuando la que está a mi lado me lleva de la mano, como si lo único que existiese es lo imprescindible para abrirme paso en la carretera. Absoluta disposición, calma y confianza en el otro, porque aunque sabía que ella disponía de un freno y un acelerador, el volante lo llevaba yo. Sólo yo, asistido, pero sin ver nada.

Arranco y María me dice comience a desplazar el coche. Suelto el freno poco a poco y el embrague simultáneamente. Lentamente noto como el vehículo se mueve, pero a diferencia de lo cotidiano todo está en negro.

Pierdo la noción y me desoriento. Ahí era momento de blindar esa confianza que creamos ambos para dejarme llevar. Desde aquí estoy entregado a seguir las directrices de la copiloto, lo fundamental en esta coyuntura.

“Tranquilidad, confianza y absoluta disposición cuando todo está a oscuras: dejarse llevar”

Entramos a carretera y dejamos atrás la pequeña explanada de pruebas. Y ya estamos ahí, como quien ve, sin ojos. Planto cara a las dudas y siento la textura del volante. Desde ahí, rienda suelta. “Gira un poco, toca el freno, embraga, mete segunda...” y un sinfín de directrices para experimentar una de las sensaciones más íntimas que puede haber: dejar tu suerte en manos ajenas.

Pude sentir cómo las ruedas casi levitaban sobre el asfalto, y, al mismo tiempo, me imaginaba con total normalidad, allí en medio de la calle, como uno más. Sentí mucho más los otros sentidos. Era una sensación realmente extraña, como ir a un lugar inexplorado aunque estaba donde siempre.

Para Olga, al igual que otras tres personas más, era nuevo conducir, para mí lo era ir a ciegas. Y a veces eso hace mucha falta. El objetivo de todo esto era sentir la maravillosa sensación de aquellos que cumplen el sueño de conducir y ponerse en su piel. Como reza el lema de esta entrañable iniciativa de la ONCE: “Capaz de ser capaces”.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios