A VISTA DEL ÁGUILA

Escaparates de la memoria

  • En los años de la Transición, muchos locales comerciales jalonaban las aceras de la calle Ancha

  • Algunos muy emblemáticos, hoy desaparecidos, fueron captados por la cámara de Miguel Ángel del Águila

Galerías Villanueva.

Galerías Villanueva. / Archivo Hijas de Miguel Ángel del Águila

A partir de mediados del siglo pasado se incrementó el rol comercial de la calle. Detrás de muchas de sus fachadas no pocos comercios abrían sus puertas a unos viandantes que tenían en esta vía el destino de sus pasos y paseos. No solamente se convirtió en un hito en la ciudad, sino que era el camino preferido desde la plaza Alta al inicio del modesto y frustrado ensanche de Algeciras, que tenía en la Avenida su eje vertebrador. A la calle Ancha se podía acceder desde allí, desde los altos del Calvario, el Parque, la calle San Antonio o desde su otro extremo, donde confluían Rocha, Muñoz Cobos o el estrecho y transitado callejón de Cardona.

Había que arreglarse para llegar hasta allí; no se podía ir vestido de cualquier forma: zapatos lustrosos, blancos calcetines, pantalones planchados y camisas a tono con el poso que las madres nos hicieron asentar de un espacio de tiendas y relaciones, de médicos y encuentros, de dulces y de charlas. Una sucesión de escaparates fue ganando tamaño con los años, hasta llegar a los de la Transición, cuando grandes almacenes y locales de postín compitieron por ella, mientras la cámara de Miguel Ángel del Águila daba oportuno testimonio.

1. Galerías Villanueva

Durante décadas, junto con almacenes Mérida, galerías Villanueva fue un referente en el comercio local. Ambos eran negocios familiares foráneos pero cercanos. Desde Tarifa llegaron a Algeciras estas galerías, cuya sede se erigió en la confluencia de la calle Ancha con el callejón de Cardona, adonde se desplazó el fotógrafo una ventosa mañana de marzo de 1976.El levante hacía ondear las banderas que coronaban la mole de un edificio que sobrepasaba en altura a todos los del entorno. Siguiendo las modas, los dos testeros se mostraban cubiertos de paneles que resaltaban geométricos contornos claros y dejaban libre la esquina recubierta de paneles con azulejos rojos y blancos formando rombos que ganaban tamaño jugando con la perspectiva. La primera planta, dedicada a la confección, se abría a la calle con un largo cierro de cristal y aluminio donde en otros tiempos un balcón corrido había oído las mejores saetas de semanas santas ya olvidadas. Bajo anuncios luminosos conformados por hexágonos que enmarcaban el logo de la casa, unos toldos también rojos cubrían del sol escaparates que regularmente se renovaban coincidiendo con temporadas, estaciones y fechas señaladas.

Dentro se podía comprar todo el mundo donde crecimos: mapas mudos, lámparas de salón, lápices de colores, faldas escocesas, máquinas de afeitar, adornos de navidad, taquillones para la entrada, láminas enmarcadas, misales de comunión, sombra de ojos, balones de reglamento, cuadernos de anillas, rulos, estuches, mantones para la feria, ropa de alivio de luto y zapatos que subían hasta la última planta, hasta panorámicas ventanas circulares, hasta un olor a mantequilla con tostadas que sobrevive a los cierres y a las banderas.

Europrix. Europrix.

Europrix. / Archivo Hijas de Miguel Ángel del Águila

2. Europrix

Primavera temprana de 1976. Las humedad se posa en el asfalto de una calle Ancha por la que aún circulaban vehículos. Amenazaba lluvia cuando Miguel Ángel del Águila se desplazó hasta la esquina con San Antonio para plasmar los momentos iniciales de unos nuevos almacenes: la cadena Europrix, que se encontraba en pleno periodo de expansión. Había prisas por inaugurar un local que se mostraba ya listo cuando en la terraza del edificio aún había grúas para rematar unas fachadas que olían a recién pintadas.

El viejo chaflán del bar Bandera vio cambiar los muros de mampuesto y cal por listones de acero oscuro y vistosos letreros luminosos con el nombre del establecimiento. Bajo tres enseñas nacionales, los relucientes cristales dejan vislumbrar esbeltos maniquís con holgada ropa de verano: pamelas de playa, bolsos de rafia, amplias faldas, holgados vestidos de algodón y de bambula que contrastan con la ropa aún invernal de los viandantes que caminan a paso rápido frente a los nuevos almacenes: pantalones de campana, zapatos de plataforma, gabardinas inglesas de largos cortes traseros, abrigos cerrados, jerséis de cuello vuelto bajo sobrias chaquetas.

Mujeres del brazo, hombres con trencas y señoras con permanente de peluquería dirigen sus pasos hacia la entrada de la tienda junto a publicitarios anuncios de modas parisinas que se alzaban frente a las tentadoras puertas abiertas que de nuevo han vuelto a cerrar.

El Cabsy's El Cabsy's

El Cabsy's / Archivo Hijas de Miguel Ángel del Águila

3. El Cabsy's

Unos meses antes, el fotógrafo recogió esta imagen de la otra esquina de la calle Ancha con San Antonio. Era diciembre de 1975 y ya se había inaugurado el primer salón de té de la ciudad. Entre sobrios ventanales perfilados por irregulares ángulos rectos, una lisa fachada de veteado mármol ocre se decoraba con jardineras en chaflán y verdes cactus, bajo cúbicos voladizos donde se incrustaban rectangulares logos con rosas inspiradas en la vanguardia de Charles Rennie Mackintosh.

Aquella lluviosa tarde nadie pasaba frente a los verticales tiradores de metal engarzados a la puerta; un grupo de niños charla en la bajada entre blancos cuellos de camisas y oscuros jerséis de manga larga. Las cortinas impiden ver un interior que apenas se adivina con los globos de luz de la entrada flanqueada por un recogido escaparate poblado de pastas y bombones. Otra lámpara se asoma encendida en la planta alta sobre el respaldo de una butaca forrada de terciopelo que sintió tantas espaldas recostarse y tantas charlas de salón. Allí se cerraron tratos, se iniciaron relaciones, se fraguaron proyectos y se consumaron rupturas entre menguantes cuencos de frutos secos, restos de ceniza, hielo derretido, refrescos que perdieron su frescor y tazas que fueron vaciándose con la gradual constancia de los hechos consumados.

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