Bienal de Flamenco

Lo puro manda y condena

Imágenes cedidas por el ICAS. Ayuntamiento de Sevilla.

Cantaoras. Cante: Zamara Carrasco, Anabel Valencia, Amparo Lagares y Mara Rey. Guitarra: Manuel de la Luz y José Acedo. Compás: El Torombo y Fernando Jiménez. Dirección y adaptación: Hugo Pérez. Lugar: Espacio Santa Clara. Fecha: Miércoles 24 de septiembre. Aforo: Lleno.

Es curioso pero el atrevimiento puede ser sinónimo de valentía o de imprudencia, de arrojo o de temeridad. Por eso, sentimos cierto miedo por lo categórico del título de Cantaoras. Lo puro manda y por lo pretencioso de un programa de mano donde ya intuimos que la balanza se iba a inclinar sobre lo peyorativo del término.

El flamenco es muy difícil. Exige dedicación, oficio, estudio, pasión, entrega absoluta... y estar preparado para admitir que ni todo esto promete la gloria. En este sentido, poner la pureza como reclamo es un acto de osadía que habría que ahorrarse. Por un lado, por lo distorsionado del concepto y, por otro, porque no es honesto si no es verdad.

Zamara Carrasco, Mara Rey, Amparo Lagares y Anabel Valencia son artistas de raza que, en algunos casos, auguran importantes carreras pero tienen sus limitaciones. No son cantaoras largas y no estaban para abarcar un repertorio que incluía prácticamente todos los palos del flamenco y que pretendía recordar a casi todas las grandes del cante (La Serneta, La Peñaranda, La Perla de Cádiz, Pastora Pavón, La Paquera...). Lo sentimos, pero ambas cosas necesitan mucho recorrido. Y no es que buscáramos la imitación pero no basta con acancionar las letras.

El espectáculo estuvo la mayor parte del tiempo acelerado y forzado. Se acudía a la sobreactuación y a la apariencia como forma de distracción del espectador al que pocas veces se le invitó al recogimiento. Hubo también problemas de sonido y de reverb. Y no pudimos apenas disfrutar de las voces de cada una de estas cantaoras en solitario y de lo mejor que saben hacer porque se optó por lo recargado. Demasiada voz, demasiada competencia, demasiado en juego.

Aún así, es de justicia hacer diferencias y Anabel Valencia estuvo muy por encima de sus compañeras. No sólo porque fue la más flamenca sino porque se arremangó mucho más en los cantes y demostró unas cualidades vocales y una fuerza escénica que le hacen merecedora de un espacio propio. También Amparo Lagares dio cuentas de una voz dulce con la que puede hacer muchas cosas. Esperamos que ambas encuentren otros lugares en los que pararse y buscar el temple. Porque lo demás fue pose. Un flamenco que como ocurrió con las fotografías de las cantaoras homenajeadas quedó distorsionado por sus propios elementos.

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