Bienal de Flamenco

La necesidad de un cambio

Cualquiera sabe que la única posibilidad de universalidad reside en sabernos provincianos. Por eso hoy los grandilocuentes eslóganes de este festival, “la historia ocurre en la Bienal” y “el mayor festival flamenco del mundo”, me parecen vacíos. Las dos preguntas, pertinentes, necesarias, a que todo festival, incluso toda manifestación artística, ha de dar respuesta, siguen al día de hoy sin contestar: ¿Por qué? ¿Para quién?

Esta XV Bienal de Flamenco de Sevilla que ayer echó el cierre después de un mes de conciertos no arroja muchos motivos de esperanza. ¿Hay criterios de programación o se trata de un cajón de sastre? ¿Pretenden en serio convencernos de que espectáculos como Una forma de cantar o La noche de las tres lunas, sonados fracasos artísticos desde su concepción hasta su ejecución, de sobras conocidos porque ya estaban estrenados en otros ámbitos, aquí mismo en Sevilla, (en concreto en el ciclo Flamenco Viene del Sur) marcan efectivamente El futuro de lo jondo, como se dio en llamar el ciclo en el que se enmarcaron? Tampoco El pintor de sonidos va a pasar a la historia, sino como el hecho singular de que el amateurismo más ramplón invade las tablas dotadas con más medios, como son las del Teatro Central.

57 espectáculos en la programación oficial y sólo uno que me ha removido las entrañas, El final de este estado de cosas, estrenado hace un año en la defenestrada Málaga en Flamenco y vuelto a representar hace unos meses en el Festival de Jerez. Media docena de representaciones me han resultado novedosas, interesantes: Pasos para dos, Tórtola Valencia, Vamos al tiroteo, Oro viejo... Pero, ¿qué pasa con el resto? Lo mismo de siempre, hecho de la misma descuidada manera de siempre. ¿Para qué? ¿Por qué? ¿Para quién? El mismo humo del “estreno absoluto” de los últimos años.

El resultado, la reflexión, es que en muchos aspectos de organización y programación se ha hecho una Bienal “de cualquier manera”. ¿Qué idea del flamenco, tanto en relación a los artistas como al público, se pone de manifiesto en una programación sin deseo, sin riesgo? Porque esa es la única forma en la que no se pueden hacer las cosas en el arte, de cualquier manera.

Ha llegado la hora de plantearnos qué idea del flamenco es la que está detrás del gigantismo absurdo de este tipo de festivales, y cómo esta idea se compromete a lo largo de un mes y pico de programación. O si son otros intereses que los puramente estéticos los que priman en dichos festivales. La única posibilidad de que esta Bienal no se olvide sin pena ni gloria es que nos de algo de pena de los recursos, humanos, económicos, y de las ilusiones que en ella hemos invertido, en muchos, demasiados casos, inútilmente. Y la conciencia de esa inutilidad sirva, paradójicamente, como reflexión para el cambio necesario. El modelo actual está, obviamente, caduco.

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