Bienal de Flamenco

Ama y esclava de su arte único

Coreografía, dirección artística y musical y baile: Rocío Molina. Dramaturgia, dirección artística y material videográfico: Mateo Feijoo. Dirección musical, composición y arreglos para cantes: Rosario La Tremendita. Composición de guitarra original y arreglos para trombones: Eduardo Trassierra. Composición original para trombones de la pieza 'Mandato': Dorantes. Bailarines: Eduardo Guerrero y Fernando Jiménez. Músicos: Eduardo Trassierra (guitarra), José Ángel Carmona (cante y bajo eléctrico), José Manuel Ramos 'Oruco' (palmas y compás), Pablo Martín Jones (batería y electrónica), José Vicente Ortega Sierra 'Cuco' (trombón) y Agustín Orozco (trombón). Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Lunes 29 de septiembre. Aforo: Lleno.

El Maestranza estaba a rebosar con público de todas las latitudes. Y es que, después de varios años, una de nuestras artistas más aclamadas volvía a Sevilla con un trabajo de gran formato.

Muchos han sido los coproductores de este Bosque Ardora y más aún el tiempo que se tomó la malagueña para componerlo a base de improvisaciones y de empaparse, como la esponja que es, de cuanto estímulo encontraba a su paso en la vida y en el arte, tanto en Occidente como en Oriente.

El resultado es una fábula que tiene lugar en un bosque y que está representada por la bailaora y por ocho hombres: seis músicos y dos bailaores.

En medio de una instalación de árboles (algunos invertidos) con las raíces al aire, una amazona, o Diana cazadora, o cualquier otra diosa se entrega con los bailaores a una danza casi atávica, siguiendo el ritmo de los trombones y la batería. A partir de ahí, surgen las intenciones: la sensualidad para la conquista, la sumisión y un trabajo enorme para convertir las manos en garras de depredador o en pezuñas de sus víctimas. Porque el juego está servido. Unos serán dominadores y otros dominados, alimañas y presas. Luego bajan más árboles para espesar la foresta y, a su abrigo, dos hombres-animales luchan por el territorio y por la hembra; el vencedor inicia una danza de apareamiento con ésta, que queda bajo su yugo hasta que al final se libera y, cual ninfa herida, se entrega a una catártica y dramática soleá que no logra salvarla.

En realidad, podría tratarse de esto como de cualquier otra cosa, porque si es cierto que hay decenas de referencias en la pieza (al arte griego y egipcio, al Kabuki y otras danzas orientales, a la mitología, al contact, al cine, etcétera) no lo es menos que nada han hecho para compartir nada con el público, quedando claro que es un espectáculo narrativo con varias escenas llenas de dramatismo. Ni la dramaturgia sirve de guía, ni el ritmo del espectáculo marca en apariencia desarrollo alguno. Sólo las letras de los cantes espolean a veces la fantasía: "Eres ama y esclava del mundo" le espeta Carmona a Rocío...

Claro está que hay una buena música -tras la cual está Dorantes y la Tremendita-, un espectacular espacio escénico -aunque no saquen partido al suelo de follaje de los lados- cuidadosamente iluminado por Carlos Marqueríe, y unos magníficos bailarines. Pero a fin de cuentas, lo que queda de este Bosque Ardora es algo que ya sabíamos: que Molina no sólo es una bailarina/bailaora realmente maravillosa y llena de sorpresas, sino que, a sus 30 años, puede ya tomarse todas las libertades del mundo para expresar como le venga en gana sus ideas y sus emociones.

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