Hábitat | Crítica

Poderío y frescura de Argentina

La cantaora abrió el ciclo del Alcázar en la Bienal 2018.

La cantaora abrió el ciclo del Alcázar en la Bienal 2018. / Víctor Rodríguez

Hábitat es un recital de cante tradicional. En una voz muy joven. Y con unos arreglos brillantes. Un repertorio muy cuidado que ha sido pulido hasta el esplendor. Con unas guitarras pletóricas, briosas y lozanas. Porque Argentina es la contundencia épica y también la frescura.

Una voz poderosa, contundente. Y por eso se hace acompañar de un grupo en la misma línea: tres guitarras y tres palmeros. Un recital muy físico, por tanto. La sorpresa la puso el coro de Almonaster con el que Argentina cantó los primeros fandangos de su vida artística: El Cerro, Encinasola, Calañas, Almonaster. Un impulso de la raíz. La verdad de la calle.

Contundencia, sí. Pero también caben los matices, ¿como no? La delicadeza de la taranta, con la guitarra de Guerrero. O la intimidad de la soleá trianera, con la de Iglesias. Con José Quevedo cantó unas seguiriyas jerezanas rotundas, demoledoras.

También hubo espacio para la diversión y los coros, como en los tanguillos o, sorprendentemente, en el romance fronterizo. Estilos poco habituales como la mariana, que dedicó a la memoria del maestro José Menese.

O la asturiana, un recuerdo al Mochuelo y a una época en la que las fronteras del cante no eran tan rígidas. Por alegrías la Bahía toda: viveza, compás, melodía. Y por fandangos por soleá la ligereza de preguerra. El recuerdo a la Paquera, que es su gran referente, por la similitud en las portentosas condiciones vocales, vino por tientos y tangos. Y las rondeñas que las adobó con el toque solista de Ramón Montoya emulado por Guerrero.

Un recital muy completo, por tanto, tradicional pero fresco, natural. Porque Argentina se aleja instintivamente de todo aquello que huela a museo. En su garganta el cante flamenco clásico es un recién nacido.

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