Antípodas I Crítica

La belleza formal

'Antípodas', del Florencia Oz e Isidora O'Ryan, en la Bienal de Flamenco de Sevilla

La robustez de la bailaora Florencia Oz y la delicadeza de su gemela, la chelista y cantante, Isadora O’Ryan, se expanden y funden en este diálogo lírico y sensorial de exquisita factura e incuestionable excelencia. Así, en una atmósfera minimalista, cálida e íntima, iluminada magistralmente por Olga García, ambas aparecen en perfecta conjunción y armonía, como esas dos palomitas de Violeta Parra que se juntan en el árbol del amor, con que se inicia la obra.

A partir de ahí las dos se enfrentan y desdoblan en un delicado viaje de gran belleza formal en el que juegan a ser pájaros, flor o rocas, tratando de volar, desplumándose o volviéndose pétreas. De esta forma, mostrando una gran versatilidad y facilidad para intercambiar papeles, más que coreografías, van componiendo estrofas en las que conviven lo flamenco, lo clásico, lo contemporáneo y el folclore.

El lenguaje corporal regio y los movimientos rígidos de Florencia (con una ejecución pulcra y poderosa) contrasta aquí con la naturalidad de su hermana, mucho más expresiva y libre en la puesta en escena, también más cercana. De hecho, echamos de menos sentir la sonrisa de la primera, por ejemplo, en la guajira. Y, en general, verlas abandonar la métrica de la construcción poética para sumergirse en la verdadera génesis del poema, lo que le da el sentido.

Desde luego disfrutamos con ese imaginario en el que inevitablemente percibimos la huella de su director, David Coria, (también de Rocío Molina o incluso de Eva Yerbabuena), pero lo que resulta monótono u hostil de estas Antípodas es que se percibe una sensibilidad ensayada, que pone el foco más en la perfección estética que en la emoción orgánica. Como si faltara aún alcanzar lo más difícil: ahondar en esa profundidad que precisa la poesía, cuando aspira a transformar el mundo, o dejarnos desvalidos. 

 

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