La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

Hasta el gorro de los motivadores

No nos dejan experimentar la melancolía o la angustia y tratan de imponer un perpetuo estado de felicidad artificial

Hasta el gorro de los motivadores

Hasta el gorro de los motivadores

Advierte Fernando Savater que hemos construido una sociedad en la que no caben la melancolía, la tristeza, ni la falta del denominado pensamiento positivo. Debemos estar continuamente en ebullición, como futbolistas a la espera de rematar un saque de esquina. Estamos condicionados por los motivadores profesionales que nos invaden en los suplementos dominicales y en los mensajitos de las tazas y los azucarillos. Hay que ser positivos por narices y, además, contarlo. Es otro efecto más de la sociedad de consumo. No hay mayor misterio, como no hay mayor pesadez. Cada vez se deja menos espacio para la vida interior, siempre más auténtica por menos publicitada. Sea usted feliz, puede usted con todo, quién dijo miedo, no hay más límites que los que uno se autoimpone, lo mejor del lunes es que ya queda menos para el viernes... Y así las perlas del pensamiento débil, líquido, superfluo, banal e inconsistente.

La melancolía es un estado de ánimo perfectamente respetable y tan pasajero como el de la euforia. Algunos pretenden que vivamos las veinticuatro horas como en un espectáculo de Cantores de Híspalis, con el ánimo en todo lo alto, la emoción a flor de piel y literalmente en vibración. Arrinconamos tanto la seriedad y la tristeza que la inmensa mayoría usan las redes para exhibir viajes, fiestas, copas, abrazos y hasta estúpidas escenas donde se trabaja en supuesta armonía con un compi. Gente adulta que ha retornado a los años de Disney no ya en su horario de ocio, sino en el de trabajo.

Savater reivindica con toda la razón el derecho a no estar alegres por narices. Habría que añadir incluso el derecho a no tener que estar ofreciendo continuamente una imagen de integración social, supuesto éxito en cualquier vertiente o capacidad de trabajo desmesurada. La retransmisión de la vida cotidiana con la consiguiente pérdida de intimidad es uno de los males del tiempo que nos ha tocado vivir. Es llamativo cómo el personal te cuenta sin que le preguntes su esfuerzo por conciliar la vida familiar con la laboral, cómo organizan las pascuas o el veraneo. ¡La de pro-hombres sobre los que habría que hacer una película! Debe ser la moda que impone vender un relato (barrila) que no se ha solicitado en ningún momento. De pronto aparecen padres ejemplares, motivadores espontáneos que saltan al ruedo de tu vida y organizadores de tu tiempo libre.

Nadie, en cambio, te dice algo tan sencillo como que no te angusties en exceso, que todo pasa, que si hoy llueve mañana es probable que el cielo sea azul. O pasado. O el próximo domingo. La angustia forma parte de la existencia. Pero la quieren esconder. Es un sentimiento, nada que ver con la sensiblería.

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