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Capítulo 1: Cuarenta años

  • 'El cambio andaluz'. Éste es un relato de las causas que llevaron al PSOE a perder el Gobierno de la Junta en diciembre de 2018, es una crónica también de los acelerados años de la Presidencia de Susana Díaz. A continuación un extracto del primer capítulo del libro.

Juanma Moreno ha sido el primer presidente de la Junta de un partido distinto al PSOE desde 1982.

Juanma Moreno ha sido el primer presidente de la Junta de un partido distinto al PSOE desde 1982.

Cuarenta años son muchos en la vida de una persona. La mitad en el mejor de los casos, y sólo para los habitantes de unos pocos países donde una combinación de un estilo de alimentación saludable y un sistema sanitario muy avanzado en lo social y en lo científico han permitido extender la esperanza de vida hasta los 80 años. España es uno de ellos. Cuarenta años también es una medida de tiempo político en España. Son los que duró la dictadura del general Francisco Franco si consideramos también los tres años de la Guerra Civil. Del 18 de julio de 1936, día del golpe militar, hasta el 20 de noviembre de 1975, fecha del fallecimiento del dictador. Todos los que nacimos en algún momento de este tramo histórico reconocemos esta medida: los cuarenta años.

Cuarenta años son demasiados para que el poder resida en una misma persona o en un mismo partido. Cuarenta años es la mitad de la vida de una persona y el tiempo que dura una dictadura. Cuando la nueva democracia echó a andar en 1977 lo hizo en un contexto económico desfavorable.

Cuarenta años son demasiados para que el poder resida en una misma persona o en un mismo partido (...) Es la mitad de una vida

El desempleo, casi inexistente durante el franquismo, y la inflación llegaron en el mismo paquete que el parlamentarismo. Y, junto a estos dos jinetes, el del terrorismo y la gran novatada de las drogas que se llevó para siempre a muchas personas de mi generación. Cuando en octubre de 1982 el PSOE ganó en España sus primeras elecciones generales, el contexto económico era igual de malo, los Pactos de la Moncloa habían logrado embridar la inflación, y eso sólo fue la primera medida de urgencia para estabilizar el país. El saneamiento del sector industrial que acometió el Gobierno de Felipe González poco después llevó a la desesperanza a muchos trabajadores. Pero se trataba de aguantar estas fiebres de un sarampión infantil antes de convertirnos en un país con unos niveles de bienestar similares a los de los países del norte de Europa.

Franco había mandado durante cuarenta años; cuando éstos lleven otros cuarenta, hablamos.

Oí muchas veces esta frase en esos tiempos en los que la desesperanza comenzaba a cundir. Para quienes vivíamos en el seno de familias que confiaban en ese cambio, Suecia era como un paraíso prometido, la liebre a la que había que seguir. Los socialdemócratas habían gobernado allí desde 1932 a 1976. De nuevo la cifra de los cuarenta años. Son necesarias cuatro décadas para cambiar un país. A mejor o a peor, pero es una medida excelente para evaluar un sistema político y un tramo extraordinario, por inusual, para un mismo partido.

El PSOE ha gobernado Andalucía desde 1982 a 2018. Las elecciones para elegir el primer Parlamento andaluz de la historia se celebraron en marzo de 1982, pero antes hubo un período de preautonomía de cuatro años que tuvo a dos presidentes socialistas, Plácido Fernández Viagas y Rafael Escuredo. Otras cuatro décadas. Andalucía no es un país, es una comunidad autónoma donde sus gobiernos no tienen mando sobre todas las políticas, pero durante mucho tiempo, el PSOE gobernó a la vez la región y España. De algún modo, ese Estado del bienestar que se comenzó a construir en el país poco después de mediado el siglo XX prosiguió porque la alternancia, el Partido Popular, nunca lo puso en duda. Si algo lo ha golpeado, son las crisis económicas. Hasta ahora, ningún partido ha propuesto abandonar el modelo.

La alusión a los cuarenta años ha sido permanente durante la última campaña electoral en Andalucía. Cuarenta años de PSOE ya han sido demasiados. Éste ha sido el lema subyacente que han compartido los tres partidos de la oposición a los socialistas que han conseguido formar Gobierno en 2019. El PP aspiraba al cambio desde sus difíciles comienzos como Alianza Popular; Ciudadanos se presentó a las elecciones con la promesa de que nunca volvería a apuntalar a un presidente socialista, y Vox irrumpió como el último recurso para quienes aspiraban a una alternancia radical, sin concesiones, casi de desesperación. Por eso, en cuanto en la noche electoral del 2 de diciembre de 2019 se conoció que los tres partidos de la derecha y del centro derecha sumaban 59 escaños, cuatro por encima de la mayoría absoluta, también se supo que habría un Gobierno de cambio.

Una de las primeras imágenes de Susana Díaz y Juanma Moreno juntos. Una de las primeras imágenes de Susana Díaz y Juanma Moreno juntos.

Una de las primeras imágenes de Susana Díaz y Juanma Moreno juntos.

Era inevitable, inexorable, como la caída de la manzana. Las objeciones que se le pudieran hacer a Vox, la nueva formación de ultraderecha, eran diminutas en comparación con la voluntad de quienes comparten la expresión de que era demasiado tiempo para un mismo partido. Pero la medida de las cuatro décadas no sólo nos permite comprender el hartazgo político que está detrás de la derrota socialista, sino que nos sirve para evaluar la efectividad de las políticas del bienestar aplicadas por un partido que no ha tenido más limitaciones para implantarlas que las propias de la economía de libre mercado, a la que nunca ha cuestionado, y las constitucionales.

Este es un libro personal, fruto de una experiencia vital y de una trayectoria profesional como periodista, pero subjetivo. Quizás haya demasiadas alusiones a este observador, al cómo vivimos en segunda persona del plural los acontecimientos, pero creo que la impresión que trata de relatar ha sido compartida por una mayoría de andaluces. No se pretende demostrar una verdad, tampoco hay una nota evaluadora para un período histórico, pero sí una tesis, entendida como una propuesta de interpretación.

Andalucía ya no era tan diferente

Al Partido Socialista se le fue agotando el impulso del cambio con el que irrumpió en la década de los ochenta a medida que iba culminando esa transformación, que no era otra que la de la disminución de las diferencias sociales y económicas que los andaluces padecían entre ellos mismos y con el resto de España desde finales del siglo XIX. La singularidad andaluza ha sido esta diferencia, éramos diferentes. Así es como lo vieron los viajeros románticos europeos, un territorio aún ignoto, casi oriental, y así se siguió concibiendo por la intelectualidad española hasta bien entrado el siglo XX, pero donde los primeros disfrutaban de los amoríos entre bandoleros y sirvientas, los otros describían a un pueblo que en su sabiduría había prescindido de las formas de vida de la sociedad industrial.

Al PSOE se le fue agotando el impulso del cambio a medida que iba culminando la transformación de Andalucía

El precio era el atraso económico y, con ello, la pobreza en el campo, el analfabetismo y la debilidad de la clase media, una capa delgadísima entre la masa jornalera y el rico terrateniente. No es que el resto de España fuese Suecia, pero lo que pesaba sobre Andalucía, el rasgo distintivo, era esa diferencia. A medida que ese salto igualador se producía o que, al menos, corríamos a la misma velocidad que el resto de los españoles -lo que nos ha dejado siempre en una posición de retraso pero ya asumible-, los gobiernos socialistas han intentado estirar su propuesta de cambio. Esto les funcionó durante algún tiempo, pero finalmente el mecanismo se agotó porque el potencial causado por las diferencias -y hablamos en términos físicos- ya no causaba el movimiento. En cierto modo, el PSOE andaluz ha practicado un nacionalismo inverso, que ha buscado la integración en España por igualación, pero que se ha sustentado en una identidad colectiva de un pueblo que se reconocía a sí mismo por ser, negativamente, diferente.

El primer presidente preautonómico, Plácido Fernández Viagas, era un socialista ortodoxo, un jacobino, un magistrado respetado y respetuoso con la misión que se le encargó, convencer a los ocho presidentes de las diputaciones para poner en marcha la vía autonómica. Le sucedió, por imposición, Rafael Escuredo, que abrazó por convicción la bandera blanca y verde de Blas Infante, que introdujo el andalucismo en la base ideológica de este socialismo del sur y que fulminó, hábilmente, a los competidores del Partido Socialista de Andalucía (PSA), luego PA. Es cierto que el PSOE patrimonializó la aventura autonómica de Andalucía, pero tanto por apropiación como por los errores de los demás. Los siguientes presidentes, José Rodríguez de la Borbolla y Manuel Chaves, fueron andalucistas por pragmatismo. José Antonio Griñán, como Fernández Viagas, no lo fue, y Susana Díaz lo es porque ha nacido en una generación que lo vive de modo natural.

El PSOE ha practicado un nacionalismo inverso que ha buscado la integración de Andalucía en España por igualación

El otro componente del socialismo del sur ha sido la centralidad. Una vez que el PSOE vivió las elecciones generales de 1979 como un fracaso por no alcanzar a la UCD, Felipe González se desprendió del marxismo y de sus retóricas, y en Andalucía la radicalidad del irredentismo jornalero se dejó para otros partidos de izquierdas nucleados en torno al PCE. La reforma agraria se había olvidado con Rafael Escuredo.

A un cambio que se ha ido agotando al cumplir sus propios objetivos, se ha unido el inherente desgaste del poder practicado por un mismo partido. La acumulación de vicios durante tantos años, los casos de corrupción, la red clientelar y el acomodo de una pléyade de dirigentes acostumbrados a vivir a costa de las instituciones era un conjunto de elementos que ya eran conocidos desde mucho tiempo atrás, pero que de algún modo eran soportados porque el motor todavía avanzaba, aunque a trompicones. Y a estos factores que son habituales en otros partidos que también han estado demasiado tiempo en los gobiernos autonómicos, como el PNV en Euskadi y CiU en Cataluña, se suma otro que no es menor y que entronca con el hecho diferencial andaluz: el desempleo, causado por la incapacidad del tejido productivo para dar trabajo a una parte aceptable de la población activa. Esto es algo de lo que los andaluces no se han librado desde el siglo XIX, cuando el modelo de producción agraria se reveló insuficiente para satisfacer la propia vida de muchos andaluces.

No es casual que el mayor caso de corrupción en el que ha incurrido el PSOE, el de los ERE, esté relacionado con el empleo, porque ésta es la necesidad no cubierta, no ha existido ni un problema de financiación ilegal de un partido ni una fuga de millones a una cuenta en Suiza o en Andorra. El desempleo es vivido como una suerte de maldición bíblica, si muchos se afiliaban al PSOE o a las Juventudes Socialistas no era para enriquecerse, sino para garantizarse una buena ocupación de por vida.

Entonces, si esto es así, si aún cabe hablar de cierto atraso económico andaluz, ¿qué ha cambiado? ¿Qué explica la larga duración de los gobiernos socialistas?

todo, cambió todo

El peso del desempleo se ha sobrellevado porque se creó un sistema que aliviaba la situación de penuria en la que aún vivía Andalucía en la década de setenta del siglo pasado. Gracias a una educación pública y gratuita, que no es excelente pero sí muy equitativa, a un más que aceptable sistema de salud, y a unos subsidios que ejercían de red de seguridad en caso de caída e, incluso, como modelo de supervivencia durante lustros, Andalucía desarrolló lo que el sociólogo Manuel Pérez Yruela ha llamado la paradoja de la satisfacción. Hasta la crisis de 2008, los andaluces mostraban un alto nivel de satisfacción con la vida en general. Aun siendo conscientes de los problemas no resueltos, el grado de desarrollo de la comunidad respecto a España, la consolidación de las políticas del Estado del bienestar y la satisfacción con un estilo de vida personal les llevaba a bloquear una reflexión crítica con lo que estaba sucediendo.

La gran recesión vivida a partir de 2008 dio al traste con ello. Visto hora, el cambio político ha sido inevitable por esta circunstancia. La paradoja de la satisfacción no ha sido igual de intensa en todos los casos. Hubo una parte de la población, formada por las clases medias y altas, profesionales y funcionarios residentes en zonas urbanas, que ha relativizado este éxito y que ha condicionado su apoyo a que el sistema siga solucionando los problemas.

Y hay una parte de andaluces que siempre se han sentido desesperanzados, caso de los parados de larga duración. Pero la percepción mayoritaria era de valoración positiva de un cambio que se había sentido en la propia ascensión social de muchas de estas familias.

Juan Manuel Marqués Perales es el subdirector de Publicaciones del Grupo Joly. Ha sido director de 'El Día de Córdoba' y y director adjunto de 'Diario de Cádiz'. Desde 2008 escribe la crónica política de los periódicos del grupo.Una de las primeras imágenes de Susana Díaz y Juanma Moreno juntos. El líder del PP acababa de llegar.

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