Dos años del Gobierno del cambio en Andalucía

  • El socio parlamentario del Gobierno suele centrar la atención, ya sea por sus propuestas o por su capacidad de influencia como parte de la mayoría del cambio

Vox siempre está ahí

Alejandro Hernández, en su disputa con Marta Bosquet en el último Pleno del Parlamento. Alejandro Hernández, en su disputa con Marta Bosquet en el último Pleno del Parlamento.

Alejandro Hernández, en su disputa con Marta Bosquet en el último Pleno del Parlamento. / Julio Muñoz / Efe

Escrito por

· Carlos Rocha

Santiago Abascal desembarcó en Andalucía en su segundo intento. De la primera vez que Vox se presentó a unas elecciones autonómicas se recuerda un mitin solitario en el barrio de Triana con el líder del partido y Francisco Serrano subidos a un cajón de fruta. Les tiraron piedras. Tres años después, cuando todavía se podían celebrar actos multitudinarios, llenaron un auditorio con 1.800 simpatizantes. Entonces había encuestas que no le daban ni un escaño. La más optimista le daba dos. Lograron 12. Desde entonces, Vox siempre está ahí. Es lógico cuando un partido se convierte en la llave de un cambio que se hizo tanto esperar que parecía imposible. Vox, de la mano del malogrado juez Serrano, le abrió las puertas de San Telmo al PP con el peor resultado desde que lleva ese nombre. Por eso es normal que reciba una inusitada atención mediática a pesar de ser la fuerza minoritaria en el Parlamento. En Vox lo saben y lo aprovechan, aunque a veces se quejen de que los medios no les prestan toda la atención que, según ellos, merecen.

El pico de esa atención es reciente. Alejandro Hernández, un correctísimo abogado cordobés, se salió de sus casillas. “A la porra, a tomar por culo”, se escuchó en las radios. En realidad fue Susana Díaz quien lo sacó de sus casillas al comparar su apoyo a PP y Cs en Andalucía con el de Bildu al Gobierno del PSOE y Podemos en los Presupuestos Generales del Estado. Tras salir del Pleno haciendo aspavientos, volvió para explicar su enfado en un ejemplo más de la expectación que levanta Vox en Andalucía, aunque en esta ocasión por motivos más polémicos que políticos.

Al partido de Abascal se le oye cuando pide los nombres de los trabajadores de las unidades de violencia de género, cuando aseguran que el 28-F no tienen nada que celebrar porque ven a Blas Infante como un “islamófilo” de ideas confusas. También se oye a Vox cuando dejan en el aire dos proyectos de presupuestos consecutivos y presentan vetos a las cuentas de un Gobierno que los considera “socios preferentes” e incluso les pide disculpas por los incumplimientos en los cuatro pactos que llevan firmados en lo que va de legislatura: tres presupuestarios y el acuerdo de investidura de Juanma Moreno.

Cosa distinta es que el Ejecutivo de PP y Cs aproveche a su socio para impulsar medidas más o menos impopulares, pero que están en su zurrón de ideas, como poner coto al sector público o cambiar de nombre a Canal Sur, en ambos casos para poner distancia con la herencia socialista. Como ocurre con el dinosaurio del cuento de Monterroso, Vox siempre está ahí, ya sea con propuestas peregrinas o con medidas que podrían salir perfectamente de un despacho de San Telmo.

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