Desempolvando la trinchera andaluza

Moreno amenaza desde el Sur a Sánchez: "No nos quedaremos de brazos cruzados" en este OK Corral en que se ha convertido la política nacional

Juanma Moreno y Juan Marín.

Juanma Moreno y Juan Marín. / Juan Ayala

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"Andalucía no se quedará de brazos cruzados"… casi sonaba amenazante Moreno Bonilla ante la investidura. Claro que, estos días, casi todo va sonando amenazante en el lenguaje político. Está cuajando una retórica tipo Far West, como si la política española se hubiera desplazado a OK Corral. En todo caso, es obvio que Andalucía volverá a ser una trinchera clave, el Frente del Sur en la política española. Chaves cavó ese foso contra el Gobierno Aznar, y Susana Díaz bajó ahí contra el Gobierno Rajoy. Siempre ha funcionado con la misma lógica: con la mano izquierda, se defienden los intereses andaluces; con la mano derecha, se le presta un servicio al partido. Al PP le indignaba esa instrumentalización institucional; ahora, como en tantas cosas, es su turno.

Un portavoz del PP, vicesecretario general, ha hablado del Gobierno del Tritanic. No es particularmente ingenioso; pero, claro, tampoco lo era lo de Trifachito, y aún menos lo de Trifálico. Corren tiempos groseros, más propicios para el brochazo. Toni Martín, con todo, se dejó pocas balas en el cargador para calificar algo que todavía no ha ocurrido: "Va a hundir España con todo el pasaje dentro". Y por supuesto ofrece su partido para "defender siempre España frente al populismo, el nacionalismo y el separatismo y no abandonar a los españoles". Claro que esto suscita, una vez más, una pregunta: ¿por qué todo el mundo promete defender a España del populismo haciendo descaradamente populismo? En fin, el PP ya ha establecido que el nuevo gabinete "será el peor enemigo de Andalucía en mucho tiempo". ¿Para qué esperar a comprobarlo?

También desde Ciudadanos se han puesto estupendos asegurando que "no tolerarán que el futuro Gobierno de España otorgue privilegios a unos territorios sobre otros, ni a unos españoles sobre otros, ni que se discrimine a Andalucía". Más allá del disgusto que se van a llevar cuando vean lo que da de sí tener diez escaños, hasta el punto de que en el orden del debates caen detrás del Grupo Plural a la hora golfa en San Jerónimo, Marín ya ha visto claro el futuro: "El Gobierno de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, junto a Otegi, Rufián, Junqueras y Torra [sic], sólo traerá más pobreza a nuestra comunidad autónoma". ¿Para qué esperar a comprobarlo?

Alguien debería recomendar paciencia a los partidos de la mayoría andaluza. Va a sobrar tiempo para enfrentarse a un Gobierno que, en efecto, no augura lo mejor para Andalucía. Pero los pataleos preventivos corren el riesgo no sólo de resultar ridículos, sino de haber dilapidado la credibilidad de las protestas cuando éstas sí sean razonables.

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Moreno Bonilla, en este contexto, se enfrenta al reto de proteger su autoridad moral y el prestigio institucional. En este clima de retórica volcánica, una verdadera tómbola de tremendismos palabreros, se le plantea la elección de bajar al barro o situarse au-dessus de la mêlée elevándose sobre la bronca. Por momentos, aunque sea por momentos, se diría que Moreno ha renunciado a la sutileza y ha optado por el barro: "Parece que busca que Andalucía no levante cabeza", decía días atrás en Córdoba sobre Sánchez. Las apariencias no siempre engañan, pero un presidente gana autoridad cuando habla de hechos, no de hipótesis. Para esos brochazos le sobran portavoces en el Parlamento.

Tal vez, más que nunca desde la batalla por el 151, Andalucía tendrá que actuar de contrapeso del eje Cataluña-Euskadi con Madrid. Acaso estableciendo un eje con Feijóo en Galicia, pero Andalucía debería ser determinante. Por eso es una imposición moral para Moreno Bonilla estar ahí a la altura. Y esto requiere que su discurso no baje al barro. Es el momento de parecerse a Clavero, no ser el Rufián del Sur. Con su "no toleraremos ningún tipo de discriminación hacia Andalucía" ya dijo lo que tenía que decir.

En su discurso de investidura, Sánchez se comprometió a mejorar los mecanismos de colaboración institucional con todas las comunidades: "Más eficiencia, más claridad y más concreción en el reparto competencial". Habrá que ver ese compromiso en qué queda, si queda en algo. Bien puede suceder que sea nada. Pero tal vez sea el momento de templar hasta ver qué sucede, por inquietante que sea el pacto con que va a resolverse la investidura. Hay mucho tiempo por delante para bajar a la trinchera, y cuesta creer que hacerlo en el cuerpo de gastadores sea la mejor opción para Moreno Bonilla.

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Todo esto va dejando en una posición cada vez más incómoda a Susana Díaz, que siempre estuvo en primera línea de fuego en esa trinchera con Rajoy en La Moncloa, envuelta en la bandera de Andalucía para liderar al pueblo como en el cuadro revolucionario de Delacroix. Ahora le toca ver no ya dolorosamente cómo Moreno hace de Susana desde San Telmo, sino cómo a ella le toca hacer de Moreno plegándose a la estrategia central de su partido. O más, forzada por una necesidad particular: su futuro como número 1 del socialismo, para repetir como candidata a la Junta, pasa por el aval de Sánchez.

Su silencio prolongado durante la negociación resultaba demasiado obvio, aún más que otros silencios a su izquierda. En algún momento tuvo que aparecer Micaela Navarro para hablar de "tranquilidad absoluta" del PSOE andaluz ante el pacto con ERC para investir a Pedro Sánchez: "Ninguna duda". También Jiménez Barrios. Finalmente ella ayer en el Congreso hizo algo muy semejante a dar un cheque en blanco a Sánchez: "Quien me conoce sabe que siempre, siendo presidenta de la Junta y al frente de la Secretaría General del PSOE andaluz, siempre lo más importante para mí ha sido la defensa de la Constitución, de la democracia, de la unidad de España y de la igualdad de todos los españoles". ¿Y? El problema es el futuro, no el pasado. Hubiera sido sencillo añadir, ante un Gobierno de alianzas inquietantes, que se comprometen a seguir vigilando y peleando por los intereses de Andalucía y la igualdad de todos. ¿O ya no tan sencillo?

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