A vista Del Águila

La lonja del mar

  • A finales de los sesenta, Algeciras era de los principales puertos pesqueros de España

  • La lonja, fielmente retratada por Miguel Ángel del Águila, fue testimonio de pasadas abundancias

La lonja, desde una azotea, el 10 de abril de 1971.

La lonja, desde una azotea, el 10 de abril de 1971. / Miguel Ángel del Águila

A mediados del siglo pasado, Algeciras era una ciudad marinera: las olas no solamente rompían en los pies del escarpe del callejón del Muro; desde la bocana del río se embarcaba rumbo a los puertos del Estrecho o camino de transatlánticos de cine y neoyorkinos perfiles. Hasta los cercanos y accesibles muelles llegaban cada noche toneladas de atunes, chocos, sardinas, rascacios, merluzas, gallos y peces espada que se depositaban bajo las bóvedas laicas de la lonja antes de ser subastadas y distribuidas hasta lejanos territorios en pocos cinematográficos camiones.

Después de la construcción del muelle de Villanueva se hizo necesaria la erección de una lonja pesquera en sus inmediaciones, que se concluyó en 1946. De forma inmediata, se puso de manifiesto su reducida capacidad en relación al volumen de pesca y trece años después se iniciaron las obras de la que conocimos como lonja Antigua, que se puso en funcionamiento en 1964. El imparable crecimiento de las pesquerías empujó a construir unas nuevas instalaciones siguiendo el eje lineal primitivo, las cuales se inauguraron al principio de la nueva década… y entonces comenzó el declive. La cámara de Miguel Ángel Del Águila recogió estos últimos años de abundancias.

La lonja, en 1970 La lonja, en 1970

La lonja, en 1970 / Miguel Ángel del Águila

La lonja antigua y la ciudad nueva

Las barcas de tres en tres… El malagueño Manuel Altolaguirre se habría quedado corto si su inspiración hubiera sido el puerto pesquero de Algeciras en estos tiempos. Y de cuatro en cuatro y hasta de cinco en cinco se apareaban las quillas en las jornadas cuando la muy numerosa flota local recalaba a puerto tras recoger las redes en los caladeros marroquís y saharianos. La lonja era lugar de alboradas. El fotógrafo acudió a ella una mañana de invierno de 1970. La lluvia había acabado de regar los adoquines que los noráis separaban del mar: juego de reflejos que la sal y la hondura distinguían.

Tras un primer plano vacío, los barcos, atracados en paralelo al cantil del muelle, amparan oscuros cuerpos apenas iluminados por las titilantes farolas y manos en los bolsillos que han realizado su labor. Un barco acude a faenar, dejando a estribor a los otros y a babor los geométricos edificios que cerraron la ciudad al mar, como una nueva muralla de vanos y terrazas. El paseo se ha separado del puerto y no se observan rastros de vegetación alguna. Erección de líneas paralelas sobre el azogue. Hiladas de cemento entre la mar y el cielo.

La lonja, en septiembre de 1971. La lonja, en septiembre de 1971.

La lonja, en septiembre de 1971. / Miguel Ángel del Águila

La lonja del mar

Mañana de septiembre de 1971. Luminosa, a pesar de las bóvedas de cañón de la lonja Antigua y de los lineales focos encendidos. El resplandor deslumbra los ventanales abiertos a poniente, a la dársena de donde se han descargado las toneladas de pescado que yacen linealmente ordenadas sobre los chorreantes adoquines del suelo. Aletas, lomos agallas, colas en paralelo, formando marinas ondas versales, surcos de mar sobre el granito, escamas que relucen sobre la luz impostada de los humanos vatios. Remitentes, patrones, pescadores, se agrupan y caminan con cuidado de no maltratar la vida muerta generadora de riqueza de la que todos se mantienen.

Templo de ofertas y demandas, de subastas y pujas que concluyen llevando el pescado en cajas de madera hasta los camiones que esperan en la nave de la derecha. Marcas nacionales, matrículas en relieve, azules viseras nominadas transportarán el mar hasta la tierra.  Hileras de silencios, miradas bajo redondas bóvedas profanas. Todo se ha consumado. Debajo de las sumas, las restas y las multiplicaciones hay gotas de sangre de escualos, ríos de vida que fluyen en al alba no mentida de una ciudad que también tenía a su poeta.  

La lonja, desde una azotea, el 10 de abril de 1971. La lonja, desde una azotea, el 10 de abril de 1971.

La lonja, desde una azotea, el 10 de abril de 1971. / Miguel Ángel del Águila

Expectativas frustradas

Más de cincuenta mil toneladas de pesca se desembarcaba en el puerto en los años sesenta. Eso hizo que la antigua lonja, cuyas bóvedas semiesféricas asoman por el lateral derecho de la foto, se mostraran pronto insuficientes. Esta razón determinó la rápida erección de una lonja nueva que se edificó siguiendo la linealidad de la anterior tras las oportunas obras de relleno.

La flamante construcción, de considerables dimensiones, se remató con unas cubiertas de quebradas líneas y se continuó con la de una nueva fábrica de hielo. Fue inaugurada en 1970 con la oportuna visita de varios ministros del ala pragmática del régimen. El 10 de abril del año siguiente, el fotógrafo volvió a subir a las azoteas para captar esta imagen de la lonja con el esplendor de lo nuevo: los barcos, atracados de cuatro en cuatro, acababan de desembarcar la pesca y había terminado el cotidiano trajín de cada mañana como lo demuestran sus puertas cerradas. Ninguna proa se hace a una mar ahora diferente, orlada de chimeneas y surcada por petroleros; sin embargo, la quietud que transmite la imagen es una prolepsis de la paralización progresiva de su actividad.

Con el tiempo, los caladeros africanos fueron vedados, el volumen de pesca descendió a impensadas cifras y el edificio acabó convirtiéndose en un enorme espacio vacío que apenas servía para felicitarnos con luces cada navidad. En estos últimos meses, gran parte de la línea quebrada de su techo ha dejado de formar parte de nuestro horizonte y ha sido demolido como tantos otros quicios del pasado. Ya no hay reflejos de lomos ni aletas sobre los adoquines del puerto y el olor a escamas y a sal con la luz apenas presentida forma parte de la batalla perdida de los recuerdos.

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