A vista del Águila

Parques y jardines

  • Los años de la Transición generaron cambios en la percepción de las zonas verdes de la ciudad, como Miguel Ángel Del Águila pudo fotografiar

La glorieta del María Cristina.

La glorieta del María Cristina. / Miguel Ángel del Águila

Si contemplamos las ortofotos de los vuelos americanos de 1956, se observa una Algeciras de tamaño manejable con un casco histórico que venía a coincidir con el de las dos villas medievales que se encontraban rodeadas al norte, al oeste y al sur por despejadas colinas calvas, donde sucesivas talas habían acabado con la vegetación autóctona de alcornoques, quejigos, encinas, acebuches o lentiscos.

El uso indiscriminado de su madera motivó en parte que desde el siglo XIX esta vegetación desapareciera de las laderas próximas, circunscribiéndose a espacios más apartados y menos accesibles. En el claro páramo yermo donde se levantaba la ciudad a mediados del siglo pasado destacaban dos manchas oscuras perfectamente captadas por los aviones estadounidenses: el parque de María Cristina, en el extremo norte de la ciudad y el conjunto formado por los jardines del hotel Reina Cristina y villa Smith en el sur.

Al contrario que otros islotes verdes, asociados a mansiones inglesas que orillaban el Secano y que acabaron engullidos por el asfalto, las dos grandes masas forestales históricas se han conservado hasta la actualidad. Miguel Ángel Del Águila las fotografió en unos años en que comenzó a manifestarse una incipiente concienciación pública por ellas.

La glorieta del María Cristina

La glorieta del María Cristina. La glorieta del María Cristina.

La glorieta del María Cristina. / Miguel Ángel del Águila

El parque de María Cristina es el espacio verde más antiguo de Algeciras. Las primeras noticias que tenemos de él se remontan a los años en que el romanticismo literario triunfó en España tras el fallecimiento de Fernando VII. En terrenos pertenecientes a la fundación Bálsamo, a partir de 1834 se proyectaron paseos orillados de álamos que se convirtieron en lugar de asueto donde tuvieron lugar ferias y desfiles entre la Perseverancia y el Cuartel.

Durante décadas, las parcelas del rectángulo central fueron objeto de más de un litigio, hasta que en 1929 se cerró su perímetro, se replantó la masa arbórea y se orillaron sus sendas con cerámica trianera. Así se mantuvo hasta que la ejecución de la Avenida desgajó su linde occidental tres décadas más tarde. El fotógrafo tomó esta instantánea en su epicentro una mañana de principios de agosto de 1971.

Las palmeras canarias y los plátanos de sombra habían alcanzado un considerable porte y la glorieta de zahorra se había cubierto de hileras de sillas milimétricamente dispuestas de cara al escenario donde todo estaba preparado para la función vespertina del espectáculo que formaba parte de la programación de los Festivales de España de aquel año. Carteles de toros, guitarras, sombreros, abanicos, rejas, macetas, bambalinas de ramas de palmera reciben el solitario sol de mediodía mientras una atrevida paloma atraviesa la fila 11 de los pares a los impares sin abonar entrada.

El nuevo parque infantil

El nuevo parque infantil. El nuevo parque infantil.

El nuevo parque infantil. / Miguel Ángel del Águila

A mediados de los sesenta, junto con el desarrollismo, se comenzó a tomar otra conciencia de los espacios verdes urbanos. Consecuencia de ello fue la creación de los parques infantiles. El de Algeciras se inauguró en la primavera de 1970 y una mañana festiva de abril, el fotógrafo se desplazó hasta el extremo septentrional del María Cristina, donde se habilitó un espacio tras la desafección de usos anteriores.

Hasta entonces fue un lugar donde las canchas deportivas convivían con el albero donde cada mes de junio se instalaban casetas de feria, antes del traslado a Las Palomas. En la imagen se ve cómo el terrizo fue aplanado y el recinto oportunamente acondicionado. Entre los rectos troncos de los viejos plátanos y ante el muro blanco con tejas azules que separaba el parque de los cuarteles, los niños disfrutan de las instalaciones que estrenaban.

Pantalones largos nuevos, calcetines blancos, zapatos de cordones, minúsculos bolsos de falso charol, cocos, lazos, trenzas. La chiquillería goza sobre angulosas estructuras giratorias de hierro, sobre chirriantes columpios también de hierro, sin más medidas de seguridad que el padre que empuja las cunas mientras mira al objetivo o el abuelo que sujeta cuidadoso a su nieta con zapatos gastados de atravesar trochas, pantalón de rayas grises, rostro curtido de nobles surcos y su chaqueta de domingo.

Inauguración del parque Smith

Inauguración del parque Smith. Inauguración del parque Smith.

Inauguración del parque Smith. / Miguel Ángel del Águila

El parque Smith fue inaugurado un largo crepúsculo de verano de 1976. Ocho décadas antes, un potentado inglés así apellidado parceló los terrenos de la Villa Vieja que había comprado a precio de suelo rústico. Entonces la cima de la meseta era una sucesión de huertos de habas sobre el solar de los muros medievales.

En un primer estadio urbanizador, la propiedad más extensa fue destinada a la construcción del hotel Reina Cristina y Guillermo Smith vendió otras a oligarcas gibraltareños para la construcción de casas de recreo. Se reservó la parcela aledaña al hotel para erigir una eduardiana mansión, que diseñó el mismo arquitecto de la británica y exclusiva hostería. Exóticas especies se plantaron en los jardines, que se mantuvieron hasta que fueron adquiridos por el consistorio después de impedir operaciones urbanísticas que hubieran acabado con la arboleda y la edificación.

En la fotografía posan antiguos alcaldes junto a otros en ejercicio, periodistas y altos cargos militares con uniforme civil que acompañan al padre Cruceira quien, con estola al cuello e hisopo en mano, bendice la nueva zona verde pública. Una superviviente columna de la Perseverancia se alza frente a coloniales cubiertas de tejas inglesas.

Cipreses y bauhinias recién plantadas empezaron a convivir con las antiguas palmeras, secuoyas, cedros, robles, hayas, tilos, boneteros, dragos y la enorme ceiba que desafió bombardeos y temporales, antes de que las acacias invadieran los británicos jardines y les dieran nombre; antes de que empezáramos a descubrir una Algeciras poco reconocida hasta entonces: una ciudad de historias paralelas, cosmopolitas pieles, cerveza negra y té a las cinco; políglotas espías, fronteras permeables, arquitectura victoriana, acentos sajones e hispanizados nombres que bautizaron parques y jardines.

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