30 años del Instituto de Estudios Campogibraltareños

Semblanza de Tío Mollino

  • La seguiriya de Tío Mollino, que a sus 76 años grabó su primer disco, está a la altura de esos grandes monstruos del cante

Tío Mollino.

Tío Mollino.

Habíase hecho la mañana, ya erguía orgullosa en el horizonte una inmensa bola de fuego, atrás quedaba la noche, una noche hermosa para los recuerdos. Una luna presumida ocultaba su cara, en un claro intento de coque­tería.

Su garganta todavía caliente del penúltimo fandan­go. Sonreía muy felizmente; aún continuaban sin apagar­ se esos ecos. Su ingenua mente seguía estrujando rebo­sante de fantasía el juguete de su escaparate. Su castillo no era de arena, era tan veraz como esa noche, como ese paseo bajo las estrellas.

Su corazón latía más deprisa que de costumbre, por su memoria desfilaron épocas y personajes que ya nunca volverán, su caminar era lento. Dos manzanas más abajo quedaban los estudios de grabación. Salimos al paso a re­cogerle. Lo encontramos sentado de espaldas en un bar y con mucho frío encima; sin embargo la tarde no era desapacible. Aún lucía el sol. Nos saludamos afectuosa­mente y él nos dejó ver un cierto aire de preocupación; era su primer disco y se sabía contento por ello.

Su mente acariciaba viejos recuerdos, pero esas os­curas golondrinas ya nunca volverán sosteniendo entre sus picos a Manueles y Tomases ni a Corrucos ni Macan­dés.

Tío Mollino siente la imperiosa necesidad de abrir ese equipaje, sus ya temblorosas manos no consiguen descorrer el nudo que impide hurgar en ese tesoro. Tío Mollino no permanece ajeno a ese ayer, quiere absorber, extraer sustancias de esa lejana noche. El silencio, guar­dián celoso del pensamiento humano, le invita a viajar en el túnel del tiempo.

Se le había escapado un leve suspiro, ninguno repa­ramos en ello, excepto el guitarrista, viejo conocedor de nuestro Mollino y hombre con mucho oficio en estos me­nesteres. Habíamos llegado a la puerta del edificio, los estu­dios quedan en la décima planta. Tío Mollino se niega "en redondo" a utilizar el ascensor, argumentando "que no era la primera vez que se quedaba encerrao en el cuarto y hala a esperar la mañana"; el guitarrista se ofre­ció gentilmente en acompañarle, lo que agradecimos cortésmente.

Tío Mollino tiene 76 años; para disuadirle en su empeño, no fueron suficientes doscientos peldaños. Llegó algo cansado, quizás menos que el guitarrista al que casi do­blaba la edad. Sabíamos que en aquel lugar, y a esa hora, el decidir volcar todo el arte de Tío Mollino era un tremendo dis­parate. Las paradojas de la vida, tantos años esperando este momento, y ahora sin más preámbulos, había que hacerlo. El tiempo, el más injusto de los tiranos, una vez más imponía su ley.

Tío Mollino y el guitarrista Andrés Rodríguez. Tío Mollino y el guitarrista Andrés Rodríguez.

Tío Mollino y el guitarrista Andrés Rodríguez.

Un cuarto técnicamente muy bien condicionado, pero poco apto lógicamente para ejercer este arte tan nuestro, era un escenario esperado. El sabía y asumía que en ese cuarto tendría que volcar, como fuese, toda la solera de su sentir gitano, que tendría que combatir esa frialdad, que no podría defraudar, ni defraudarse. Confesamos que nuestro miedo era muy superior al suyo, pero al propio tiempo teníamos una confianza cie­ga en él.

La guitarra dejó oír las primeras notas. Tío Molino busca el temple. Con valentía y coraje vierte sus melis­ mas, él desea y siente llegar el reencuentro consigo mismo. Sus lamentos se hacen cada vez más densos, de nue­vo acude a otro envite. Ahora sí descorre el nudo de ese viejo equipaje, se desfoga, sus venas se hinchan al aire, su sangre adquiere calor, como un volcán siente la urgencia de desprender el fuego que abraza su garganta, como aquella noche. Su voz estalla como una ráfaga sonora. Fandangos, soleares y bulerías se derraman con violen­cia sobre nuestros oídos.

Aquello fue un impacto impresionante que nos llenó de estupor, Tío Mollino, 76 años, diez minutos antes subía andando 200 peldaños. Tío Mollino se siente dueño y señor de ese pequeño espacio de apenas diez metros cuadrados. Parecía como si tuviera con él a los cabales, sin embargo, aparte de Andrés el guitarrista, su compañía no era otra que los micrófonos, los monitores y dos sillas, pero, Tío Mollino no se percataba de eso.

Tío Mollino sube al cénit expresivo cuando acomete con la toná "Hasta el olivarito del valle", cuando arreme­te con la seguiriya "Que me estoy quemando"; "La comía que como"; "San Antonio bendito" hasta siete seguiriyas sin repetir una sola letra y sin darse el más leve de canso.

Tío Mollino, gradualmente, ha sabido transitar y transmitir esos ecos milenarios, ha vencido una vez más en esa pelea consigo mismo. Ahora sí han vuelto las os­curas golondrinas, y los espíritus de Manuel Torre, de Tío Agujeta, revolotean en ese cuarto. Junto a él se dan cita las escuelas buleareras de Cai, Jerez y Los Puertos. También se da cita un hombre al que la muerte se llevó sin ofrecer resistencia, el Bizco Amate, y cómo no, los más grandes en su cante por seguiriya, Joaquín La Cher­na, Francisco La Perla, etc. En su cante por soleá, El Mellizo, Frijones y cien flamencos más, todos ellos gran­ des artistas, y también casi todos ellos, por una causa o por otra, familia de nuestro Manuel Arroyo Jiménez, Tío Mollino.

Esa tarde-noche, cuando ya moría el octubre de mil novecientos ochenta y nueve, el ruido trepidante de una excavadora no hubiese podido acallar el lamento de la voz ancestralmente gitana de Tío Mollino. Él, cuando canta a gusto, hace copartícipe al aficionao de ese arte suyo, generando anímicamente una situación límite que puede romper hasta la respiración con un sólo quejío jondo. Su eco es estremecedor, su lamento cobra una dimensión que raya en lo inconmensurable, su manera de decir el cante, su expresión conmueve y trastorna.

Su cante es arrancao, a ráfagas, con sacudidas que duelen hasta lastimar, su seguiriya es locura sin equilibrios, sus soníos negros producen catarsis, su fandango es de empuje y rebosante de quiebros melódicos, su bu­lería es enardecedora. Eleva la soleá hasta lo más alto de las cumbres gitano-andaluzas con su forma majestuosa. Su grito en la toná causa pavor y dolor, en los tangos recoge y saborea lo más rico de toda la geografía flamenca de la Baja Andalucía.

Posee un extraño sentido autónomo del compás, descomponiendo y recomponiendo hasta lo infinito el rit­mo y la medida en el cante. Se desgarra en melismas, re­corriendo toda la escala musical, nutriéndose de ricos matices melódicos. Su cante es exasperadamente dulce y desesperadamente amargo, milenario, arcaico, atávico y decididamente telúrico .

Alguien, y no recordamos donde, dijo alguna vez que arte y dinero sostienen una riña sin tregua y tan insalvable como insoluble. De esa confrontación, Tío Mo­llino, al igual que otros muchos, ha salido perjudicado.

"Mi cante no está pagao con ná". No fueron pocos los que aún con cierta vanidad, pero también con orgullo y dignidad, lucieron suya esa frase de quizás con algún que otro siglo. Tío Mollino ha cantado, canta y seguirá cantando para cuatro amigos, para aquellos que él sabe, dan valor y dimensión a su arte.

Él no fue un hombre al que la suerte sonrió, si es que ésta es producto de "éxitos" y pesetas, si ésta es cociente y balance del egoísmo humano. Su suerte tiene otra dimensión, la de su rostro milenario rebosante de bondad y la de su lamento gitano. ¿Cuántos pueden ofre­cer un saldo tan impresionante y conmovedor?

Tío Mollino, quizás dejó muchos años pasar, y se apeó de muchos trenes en marcha, nunca se planteó eso de ser artista. Para él "eso era demasiao, artistas han sio Manuel Torre, Tomás, Pastora, Vallejo, Terremoto, Mairena, Caracol".

Pero pese a esta opinión, la suya, la seguiriya de Tío Mollino está a la altura de esos grandes monstruos del cante. Todavía, y muy a pesar de sus 76 años, su voz suena como un cañón. Tío Mollino, heredero legítimo de los primeros gita­nos asentados en la Baja Andalucía, conserva los rasgos esenciales de autenticidad, de aquellos legendarios músi­cos emigrados de la Región del Punjab. Tío Mollino pertenece a nuestro patrimonio cultural gitano-andaluz. Sus antepasados se cuentan en decenas de generaciones en este suelo algecireño del Sur de An­dalucía. Bajamos de los estudios. Tío Mollino ha grabado su primer disco. ¿Por qué hemos tardado tantos siglos en darnos cuenta?

Artículo publicado en el número 2 de Almoraima. Revista de Estudios Campogibraltareños (Noviembre 1989).

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