Algeciras

El perdón de una madre (II)

  • Isidro e Isabel asisten al regreso a Algeciras de los victoriosos voluntarios locales en la batalla de Bailén

  • Años después su hijo Fernando recibe como muchos algecireños al general Riego y sus tropas liberales

  • El perdón de una madre (I)

El joven Fernando bien pudo ser testigo de la jura de La Pepa en la Plaza Alta.

El joven Fernando bien pudo ser testigo de la jura de La Pepa en la Plaza Alta.

Isabel, que transitaría como cualquier otra vecina por las calles de Algeciras con su hijo de la mano, ya fuera para, por ejemplo, comprar el pan en la tahona que tenía abierta en la calle del Muro Elías de Torre, panadero que estaba casado con Francisca Banco; o atender alguna otra necesidad familiar rutinaria; ambos, madre e hijo, bien pudieron ver, al igual que el resto de los algecireños, el bando publicado y firmado por el popular general Castaños, en el que se podía leer: La Junta de Gobierno de ésta ciudad, con presencia al alistamiento formados para los que voluntariamente se han ofrecido a tomar las armas para la defensa de la Patria y la Religión, ha visto con sumo gusto que el Pueblo de Algeciras ha producido 150 hombres, de los que se hallan entregados a diferentes cuerpos de exércitos 110, sin comprende en ellos los que con armas y caballos, y objeto; y lo que faltan hasta el completo de aquel número espera la Junta lo verifique en el término de tercero día para darles la correspondiente agregación.

Tras su lectura, Isabel en lo más profundo de su ser, seguramente no pararía de dar las gracias a todos los santos del cielo, y especialmente a su Virgen del Rosario que habían librado de la guerra a su marido; por lo que no sería nada de extrañar que esta casareña acogida en Algeciras, entrase en la iglesia parroquial, y arrodillada frente a su altar mayor rezara a aquella imagen que pasaría a formar parte de su “particular” corte celestial, imagen que los algecireños llamaban Virgen de la Palma. No sería tampoco extraño en mujer tan devota que, en las sucesivas visitas a la parroquia realizadas junto a su marido en cumplimiento con los preceptos de misas, triduos o novenas, Isabel coincidiese con la figura del presbítero responsable del templo mayor de la ciudad, el constitucionalista Vicente Terrero Monesterio, aguerrido cura que cuando la ocasión se presentó tomó las armas frente al francés.

Si bien Isidro por su condición de casado y padre de un hijo pequeño se libró del reclutamiento general impuesto por las Juntas Supremas andaluzas y, por ende, de estar presente en la posterior batalla que se desarrolló en los campos de Bailén, donde tantos y tantos campogibraltareños dejaron sus vidas, el casareño no pudo zafarse en cambio aunque alegara responsabilidades familiares de engrosar las filas de la Milicia creada para llenar el vacío de “vigilancia y orden”, dejado por las fuerzas que marcharon junto a Castaños para enfrentarse al francés en tierras jienenses. Isidro, por tanto, como está documentado, no desatendió el texto del siguiente bando: Cuerpo de Milicias Urbanas. Ha acordado la Junta se formen alistamiento para la formación de las Compañías que haya en los tres Pueblos de este Campo; debiendo comprender dicho Alistamiento todos los Mozos Solteros, Casados y Viudos sin hijos, desde la edad de 16 años hasta la de 45 […] y espera la Junta que ninguno se retraerá de dicho Alistamiento por el Zelo patriótico que anima a este Vecindario. Y para que llegue a noticia de todos se ha mandado publicar por Bando y Edictos.= Dado en la ciudad de Algeciras a 8 de junio de 1808.

Como buen padre de familia que procuraba lo mejor para los suyos, quizá vería en su incorporación a la Milicia Urbana de Algeciras, una gran posibilidad de integración aún mayor en la comunidad algecireña, facilitándole en un momento dado una mejor ocupación e ingresos -hasta entonces se empleaba en lo que salía- que mejorara su vida y la de su familia. Quizá para entonces, bien pudiera pagar el alquiler de algunos de los cuartos o casas que en patios de vecinos con pozo negro y blanco arrendaba de modo más asequible que el resto de propietarios, el matrimonio tarifeño afincado en Algeciras, compuesto por Pedro Antonio García e Isabel García de la Espá, con propiedades inmuebles en el barrio de Matagorda (San Isidro), calles: Montereros y Gloria; además de regentar un magnífico comercio de venta de tocino, aceite y vinagre en el centro bajo. Todo cual les aseguraba pingües beneficios a los citados y trabajadores esposos originarios de Tarifa.

Isidro e Isabel junto a su hijo Fernando, bien pudieron dar testimonio, junto al vecindario algecireño, del regreso de los victoriosos voluntarios locales que sobrevivieron a la dura batalla que libraron frente al francés junto a Castaños, y que años después le valdría al famoso general para obtener el ducado de Bailén. Igualmente y conforme pasó el tiempo, los miembros de aquella familia bien pudieron haber sido testigos del olvido al que la memoria condenó a aquellos héroes que habían dejado familia y haciendas para defender la libertad de la nación. Doscientos años más tarde, el Ayuntamiento de Algeciras aprobó dedicar la calle central del parque María Cristina a aquellos voluntarios; colocando una pequeña placa con el siguiente texto:

PASEO

VOLUNTARIOS DE ALGECIRAS

EN LA

BATALLA D BAILÉN

(1808-2008)

Y conforme pasaban los años, los efectos de la guerra fueron disminuyendo en la zona. Y mientras, el pequeño Fernando seguía creciendo, corría junto a sus nuevos amigos sobre las losas de la cantera de Getares que Castaños había hecho colocar, años antes de la guerra, para adecentar la plaza que los algecireños llamaban Alta. Decididamente la familia Bansenble, sin perder el cariño hacia su pueblo natal de Casares, había optado por quedarse en Algeciras confiados en las posibilidades que nuestra ciudad les ofrecía dada su envidiable situación geográfica.

Coincidiendo con el abandono de la infancia por el ya adolescente Fernando, este junto a su familia, bien pudieron dar testimonio presencial de cómo el lugar de juegos antaño de la Plaza Alta, hogaño, sería escenario de la jura de la Constitución que todos llamaban “La Pepa”, recogiéndose documentalmente: Salió el Cuerpo Capitular y se dirigió a la Plaza Real, en cuyo frente, se hallaba constituido el tablado dispuesto por el ayuntamiento, al tiempo que repicaban las campanas de la parroquia y demás iglesias y saludaban la artillería de Mar e Isla Verde, estando formada una calle de bancos ante el citado tablado y a su costado la Compañía Fija de los Escopeteros de Getares, y habiendo subido las autoridades con algunos jefes al tablado, por el señor Alcalde estando todos en pié y descubiertas las cabezas, en voz alta se leyó toda la constitución, de seguido el mandamiento del Supremo Consejo de Regencia para su observación. Una vez finalizado el juramento en la Plaza Alta o Real, Fernando junto a sus padres bien pudieron observar como la comitiva: Con todo el acompañamiento referido, se dirigió a la plaza Baja, siguiendo la citada tropa y continuando los repiques y saludos, subió el Ayuntamiento al tablado con los señores que lo hicieron en la Plaza Real, volviendo a leerse la Constitución y mandamiento arriba referido, y se concluyó este solemne acto con vivas y aclamaciones del pueblo que en ambas plazas estuvo congregado, retirándose el ayuntamiento a las salas consistoriales.

Para entonces, Fernando ya era todo un jovenzuelo. Isabel proseguía su sencilla vida junto a su marido Isidro. Mujer religiosa desde que de pequeña aprendió el catecismo, de seguro se convertiría en feligresa habitual de misa diaria en la Iglesia parroquial de la Palma; donde, en no pocas ocasiones, las funciones serían celebradas por el presbítero doceañísta Terrero, participante en el sueño constitucionalista que Fernando VII tras su regreso se ocuparía de desvanecer, para mal de la nación española en general, y para el “liberal” de don Vicente en particular.

Pasaron los húmedos inviernos algecireños, y quizá fruto de las penurias vividas, aconteció la muerte del cabeza de familia Isidro Bansenble. A partir de entonces, Isabel, la pobre Isabel, tuvo que asumir la rienda del destino familiar cuando aún su hijo Fernando no había dejado la adolescencia.

La Isla Verde fue utilizada como cárcel. La Isla Verde fue utilizada como cárcel.

La Isla Verde fue utilizada como cárcel.

Y los años transcurrieron, y no sin sacrificio, la viuda Isabel Malavilla, mujer sumida en la mayor soledad sin su esposo Isidro, bien pudo sacar a su familia adelante. Para entonces Fernando Bansenble había dejado atrás la dura adolescencia que le había tocado vivir sin la figura paterna; heredando de su difunto padre la cualidad de hombre trabajador; por lo que aquella viuda, que había dejado en el olvido los rasgos de su juventud, contaría como el mayor de sus tesoros, con el cariño y la compañía de su hijo para seguir luchando.

Isabel se había refugiado en su fe. Sus constantes visitas al templo parroquial, ya fuese para orar o para oír misa, la habían convertido en una feligresa ejemplar en aquella Algeciras que estaba a punto de dejar atrás la segunda década del siglo XIX. Y entonces aconteció un histórico hecho que no solo marcaría los tres años sucesivos en la historia de España; si no que también dejaría una huella imborrable de tristeza en el ánimo de Isabel Malavilla que le acompañaría hasta su muerte.

Al mismo tiempo que el joven Fernando atendía sus ocupaciones a la par que su viuda madre iba envejeciendo, en un pequeño municipio sevillano denominado Las Cabezas de San Juan, saltaba una chispa al grito de ¡¡Viva la Constitución!!. Grito que si bien alegró el corazón de los liberales españoles en todo el país, siendo -sin duda alguna-, el primero en saltar de júbilo el párroco de la Palma don Vicente Terrero; también no sería menos cierto, que el citado grito helaría el corazón de muchas madres, que como Isabel sabían perfectamente por experiencia el alto precio de dolor que aquellos pronunciamientos y revueltas costaban. Y como es consabido: El corazón de una madre nunca se equivoca.

El inquieto mozo Fernando Bansenble, bien pudo ver en aquel acontecimiento una gran oportunidad para volar para ser él mismo; pero de seguro temería dejar sola a su madre. Y pasaron los días, y en los corrillos se comentaba las proezas del general liberal Rafael de Riego y su proclama en favor de la restauración de “La Pepa”. Los diarios tertulianos que se daban cita en las reboticas, como la de Julián Balbán, situada en la calle Real, cercana a la plaza Baja; o en la de Almagro, en el centro alto, seguirían las noticias del levantamiento llegadas a través de las diligencias provenientes de Cádiz o Málaga; o por mar, desde los distintos puertos con los que habitualmente mantenía comercio el fondeadero algecireño. Observándose con gran preocupación o alegría, según la “esencia” política de la tertulia, el cada vez más claro destino que había tomado Rafael de Riego y sus soldados: Algeciras.

Y Riego entró en la Plaza Alta por la calle de Jerez, y allí -de seguro estaría Fernando-, entre el público algecireño que daba la bienvenida a las tropas de los libertadores del absolutismo. Recogiéndose documentalmente: Y entró a las 7 de la noche en Algeciras, donde fue recibida con las más vivas demostraciones de alegría, y con una afluencia del Pueblo tan extraordinaria, que dio esperanzas de un pronunciamiento general y de un alzamiento pronto en masa. Las crónicas de la época expresaban: Todo este patriotismo se redujo a viva y voces por aquella noche. No pocas de aquellas voces serían dadas por jóvenes, que como el hijo de Isabel, estarían, quizá, enfervorizados ante la circunstancia histórica de la cual eran testigos. A lo largo de los siguientes días, el templo de la Palma sería testigo de la masiva presencia de las madres algecireñas, incluida Isabel que rezaban ante el temor de que se produjera un baño de sangre por las calles de Algeciras; pues las tropas absolutistas de José O'Donnell, anterior Gobernador Militar, ocupaban las poblaciones cercanas del Campo de Gibraltar.

(Continuará)

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