HISTORIAS DE ALGECIRAS

Una triste noche

  • El jornalero José Herrera intentó sin éxito que un médico asistiera al parto de su esposa, Mercedes, un fatídico 22 de julio de 1910

La calle Real fue escenario de la tragedia de José.

La calle Real fue escenario de la tragedia de José.

Aquella noche del mes de julio de 1910, haría como es natural, un gran calor en Algeciras. Hacía prácticamente un mes que habían concluido los tres días de la Feria Real y los populares establecimientos, como por ejemplo la freiduría de Soto, sita en la calle del Ángel 16, el almacén de vino de Rafaela Ferreiro, ubicado en el número 17 de la de Carretas, o el cercano al Real y archiconocido Café Piñero, propiedad de Miguel Piñero, todos, en mayor o menor medida, aún se encontraban haciendo cuentas tras aquellas tres magníficas jornadas para la caja de los negocios locales.

Días feriados que eran esperados por sus respectivos propietarios y dueños como auténtica “agua de mayo”, que en este caso caía en el mes junio. Aquellos primeros años del nuevo siglo, comenzaron de forma muy prospera para nuestra ciudad, el cambio social y económico que había significado la llegada del ferrocarril durante la última década del siglo anterior, se vio bien reflejado en el comienzo de la nueva centuria. Aún en aquel caluroso verano, se recordaban los fastos por la Conferencia diplomática que tuvo como principal escenario la Casa Consistorial en la calle Convento, o más cercano aún en el tiempo, la visita real del joven Alfonso XIII a la zona y que tuvo al novísimo y aristocrático Hotel Reina Cristina como lugar de descanso durante su visita al Campo de Gibraltar y Ceuta. En definitiva, fueron unos años excelentes para el progreso de Algeciras.

Sea como fuere aquella época -en contraposición a la realidad económica que se estaba sufriendo en el resto del país- significó para nuestra ciudad, la bonanza de unos años de cierta prosperidad que impulsó la creación de nuevos negocios. Tal fue el caso del nacimiento, entre otras, de la “Sociedad de Julio Salas y Cía”, compuesta por el linense Julio Salas Mañeto, propietario a su vez de un establecimiento en nuestra localidad, sito en la esquina de calle Real (Canovas del Castillo) con calle Carretas (General Castaños); y el algecireño José Vento Jiménez, industrial que había sido empleado de un histórico comerciante algecireño como lo fue en el próximo pasado José Reberdito; este último, entre otros negocios poseía una casilla o cajón -concretamente la número 17- en la plaza de Abastos; aunque su tienda mas popular -y rentable- estuviese en la calle Panadería o Soria (Castelar), esquina calle Larga. Ambos emprendedores -Salas y Vento-, pusieron en marcha en aquellos ilusionantes años, la empresa que dedicaron a la compra y venta, según la información documental de: “Alhajas, ropas y toda clase de efectos”, y a la que bautizaron con el nombre de “La Seguridad”.

Este ambiente de progreso y aparente desarrollo local, no era óbice para que tras la finalización de la Feria Real, se produjeran escenas como la que sigue: “Un gitano de esos que hacen canastas tuvo esta mañana una humorada original. El hombre por lo visto bebió más de lo necesario, y como le podía haber dado por acostarse, le dio en cambio por preguntar a un cabrero si era Bombista o Machaquista. El pastorcete prosigue el documento- por salir del paso, dijo que Machaquista porque nunca esperaría el estacazo que le descargó el cañí tirándolo al suelo en donde hubiese quedado mal parado si un carabinero no actúa de providencia”.

Las rivalidades taurinas surgidas de las faenas efectuadas en La Perseverancia, se mantenían en el tiempo, aunque hubiera pasado un mes de la finalización de los espectáculos en el famoso coso. El cartel en concreto de aquel año de 1910 -compuesto de dos corridas-, estuvo protagonizado por Bombita y Machaquito, teniendo un papel secundario Moreno de Alcalá. Sin embargo, este ambiente festivo, de esperanzadora prosperidad o de taurina pasión, no alcanzaba a la realidad de muchas familias algecireñas, cuya pobre posición social marcaba su diario destino.

Tal fue el caso de José Herrera, un jornalero más que tenía por domicilio el número 91 de la larga calle Matadero o Nueva (Tte. Farmacéutico Miranda). Aquella calurosa tarde de aquel infausto día 22 de julio de 1910, José volvería a su hogar cansado tras largas horas de trabajo bajo un duro sol, dejándose la salud en un tajo que no se correspondía con su corto jornal. Hombre joven, pero con la responsabilidad asumida tras su matrimonio con Mercedes, se esforzaría sin duda por darle a esta lo mejor; y más aún, ahora, que su esposa estaba en estado de buena esperanza.

En aquella época, los algecireños faltos de recursos que desgraciadamente no eran pocos, podían acudir a la Beneficencia Municipal, como así lo hicieron los convecinos de la calle de José y Mercedes, los padres del niño de 6 años Ramón Barmonial, que tenía su seña en el popular patio del Silencio, siendo asistido este menor por el médico J. García. El también vecino Antonio Carrasco, que tenía su hogar en el número 4 de dicha vía, y que de salud enfermiza era visitado por el médico J. Palacios; o la embarazada como Mercedes, Catalina Calvente quién tenía su domicilio en el número 16 de la citada calle Matadero, esta última fue asistida por el titular Gómez.

Tras atravesar el escalón de su humilde hogar, José se dio de bruces con una realidad que le llevaría a sufrir durante las siguientes horas, todo un calvario que dejó plasmado por escrito en una carta que tuvo como destinatario a un popular galeno local y que literalmente dice así: “A Don José Zurita. Muy Sr. mío: Con referencia á los hechos relacionados con la muerte de mi mujer ocurrida hace poco, creo de mi deber dirigir á usted la presente carta a fin de que pueda usted hacer de ella el uso que por conveniente tenga”.

En este primer párrafo de la misiva, además de recoger el doloroso hecho del fallecimiento de su esposa, concede el protagonismo como destinatario al doctor Zurita, hombre de ciencia que al parecer gozaba de cierto reconocimiento entre las personas humildes que visitaba, como así se recoge en este otro documento: “Asistió a la enferma el Profesor José Zurita […] con gran desvelo y acierto a la cabecera de la feliz madre de un robusto niño”.

El autor de la carta de modo ordenado, expresa: “1º.- Mi mujer Mercedes Ruiz Benítez, falleció en esta ciudad, el próximo pasado día 22 sin asistencia facultativo á pesar de que lo procuré por todos los medios posibles. 2º.- En la madrugada del 22 habiéndose puesto mi mujer muy mala por parto me dirigí en busca de ayuda […] Me dirigí a la calle Ancha, llamé a la puerta y desde el balcón me preguntaron que qué quería, diciendo yo que iba para que fuera el médico a ver a mi mujer que estaba muy mala en la calle de Matadero número 91 contestándome que le avisarían al médico […] que volviera para mi casa y que esperara allí. 3º.- En vista de que no iba [...]volví a buscarlo y entonces me dijo que no podía ir por hallarse enfermo y haber tomado un purgante, dejando esta contestación al Guardacalle llamado el Andaluz”.

Comienzo de la carta de Herrera. Comienzo de la carta de Herrera.

Comienzo de la carta de Herrera.

En esta parte de la carta, el atribulado José Herrera, hace mención al guarda o sereno que prestaba sus servicios en el distrito de la Merced, quedando la calle Regino Martínez o Ancha, dentro de la jurisdicción de este. Sobre estos servidores algecireños, expresaba una denuncia pública: “Tenemos la idea de lo miserable de la vida de estos hombres, nuestro corazón se subleva a la vista de estos municipales, que no se conocen que son empleados públicos sino por la costumbre de verlos mal vestidos a cualquier hora de la noche, pululando por las esquinas esperando, quizá, la limosna de los compasivos vecinos que al fin y al cabo no les deja morir materialmente de hambre y de frío”. En cuanto al apelativo el Andaluz del sereno o guardacalles, expresar que en aquella época existía en nuestra ciudad una familia con tal apellido, siendo su miembro mas destacado Andrés Andaluz Beneroso, que trabajaba como encargado en la tienda de calzados y curtidos sito en la calle Cánovas del Castillo, propiedad de Sebastián Moreno. La verdadera vocación de este otro Andaluz, era la música; según demuestra el siguiente documento: “Si en el Real de la Feria se colocase un tablado y se contratara una banda de música aunque fuera la que capitaneaba el conocidísimo y popular Andrés Andaluz...”.

De regreso a la carta de José, prosigue la narración de los hechos: “4º.- Que en vista de esta negativa me dirigí al domicilio de usted y antes de llegar me encontré al guardacalles á quién pregunté si sabía si estaba usted en casa y me dijo que le parecía que no y entonces llamamos a la puerta de su casa de usted, y salió al balcón una señora que el guarda dijo era de usted, y á quién le dije que de parte de la Rosario que era conocida de usted se llegara á la calle de Matadero número 91 que estaba mi mujer muy mala contestándome que usted no estaba en su casa por haber salido á asistir á un parto como había dicho el guardacalles”. En este párrafo, Herrera se refiere directamente al destinatario de su carta: José Zurita Gómez, quién tenía su domicilio en la calle Real o Cánovas del Castillo, 7. Así como también a la figura del guardacalles, en este caso perteneciente al distrito del Pósito.

Prosigue el puntualizado texto: “5º.- Que entonces me fui a buscar a […] que llegué a su casa y le dije que fuera a ver a mi mujer y le dije que estaba muy mala de parto y preguntó quién la asistía y le dije que una mujer llamada María Josefa y él contestó que no podía ir”. Negativa aparte, comentar que la figura de la partera se mantuvo hasta bien entrado el nuevo siglo. Oficialmente ejercían por aquella época en nuestra ciudad, matronas como: María Cano o Dominga Barragán, hermana esta última del constructor Epifanio Barragán. Uniéndose a este grupo de profesionales, también por aquellos años, Carmen Mellado, quién tenía su domicilio en el número 30 de la calle Sagasta o San Antonio.

Tras la negativa recibida, José Herrera Vázquez, que así era su nombre completo, diligentemente marchó, según recoge en el siguiente punto: “6º.- Desde allí me fui a la plaza baja […] llamé a la puerta […], pero no me enteré si me contestaban ó no porque no oía con el ruido del mar. 7º.- Me fui entonces y ya era de día a casa de [...] y como estaba la puerta abierta subí hasta el piso y salió una señora que no conocí y le dije que llamara para que fuera á ver á mi mujer: me preguntaron si era de beneficencia, dije que no, que lo llamaba por mi dinero y me contestaron que no podía ir por muy temprano y solo iría al ser de día. 8º.- Durante toda la noche me encontré varias veces al Cabo de la Partida que llaman Torres á quién le dije lo que me pasaba y le pedí me prestara socorro contestando que no podía hacerlo. 9º.- Por último y en el estado desesperado que es natural me fui á casa del Señor Alcalde y cuando iba llegando, se me hizo presente el Cabo Torres, y le dije iba en busca del Alcalde para que pusiera remedio a lo ocurrido y me dijo que me fuera á mi casa y que si llamaba en casa del Alcalde me metería en la cárcel, y entonces me fui á mi casa y me encontré muerta á mi mujer”. Concluyendo José Herrera su tremendo relato “Esta es la verdad de lo ocurrido y por ello le escribo a usted la presente carta por medio de otra persona por mi mala letra, y para que pueda usted hacer de ella el uso que quiera quedando de usted affmo. José Herrera”.

Epílogo de la triste carta de José. Epílogo de la triste carta de José.

Epílogo de la triste carta de José.

Horas después de de estos hechos, los camareros del Café Cordón, sito en la esquina de la calle Sacramento con la plaza Palma, abrirían sus puertas como cada mañana; del mismo modo, procedería el fiel Juan Gallego, encargado del comercio propiedad de Manuel Fillol, ubicado en el número 2 de la calle Cánovas del Castillo; e incluso el Alcalde de la época (Juan Guadalupe o Rodríguez Gamba, pues ambos compartieron el consistorio aquel año), acudiría, como cada día, al consistorio, sin saber -como los anteriormente reseñados-, la tragedia que había sufrido un vecino llamado José Herrera. Y mientras Algeciras se disponía a vivir con rutinaria intención un día más, en un humilde hogar de la calle Matadero, señalado con el número 91, una familia lloraba la pérdida de uno de los suyos víctima de la realidad social de su tiempo.

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