Historias de Algeciras

Mujeres de la vida (IV)

  • La prostitución pasó de ser una cuestión de moral a un problema sanitario en la ciudad con la llegada de numerosos soldados durante la primera guerra de Marruecos

Estación de tren

Estación de tren

La prostitución en nuestra ciudad pasó de ser un simple asunto moral a un gran problema sanitario. Coincidiendo con la primera guerra de Marruecos (1859), las meretrices llegan en gran número hasta Algeciras con la clara intención de quedarse dada la gran presencia de tropas –y por tanto de “negocio”-, que esperaban durante días para embarcar. Tal fue la situación de posible peligro sanitario que se generó, que la Junta Local Sanitaria, amparada por el personal médico-militar, puso en funcionamiento el Dispensario Venéreo; reseñado en un anterior capítulo. Poniéndose al frente del citado al Dr. González.

Rápidamente se pudo observar que los males secretos, no solamente se les diagnosticaban a los incautos reclutas venidos desde las más alejadas ciudades y pueblos de España; también las enfermedades por transmisión sexual, aumentaron con gran rapidez entre los jóvenes y no tan jóvenes algecireños; bien sabido es, como el refranero enseña: Que la jodienda no tiene enmienda. Pero como a veces ocurre, tras una urgente impronta para resolver el problema, surge un periodo de relajación, y así se prolongó la situación durante años, a pesar de mantenerse los factores que lo hacían posible, como eran: por un lado la miseria social, y por el otro la guerra contra los rifeños. Tal actitud motivó la siguiente crítica: “Por fin la Junta de Sanidad de la región dá señales de vida, reuniéndose el día 5 de este mes a las 11 de la mañana. Se ha de suponer que en esa Junta quedará resuelto el intrincado asunto de higiene de la prostitución en beneficio de la salud de la juventud y de los derechos de esas infelices tan atropelladas y escarnecidas en contra de las leyes y tan explotadas por gentes de conciencia poco recta”. Se omite en la crítica cualquier comentario sobre el ente militar; luego, se ha de suponer que las autoridades sanitarias castrenses debidamente instaladas en el Hospital Militar de la calle Imperial, mantendrían las inspecciones sanitarias llevadas a cabo en cuarteles, como: Caballería, junto al popular callejón de la Mosca -hoy, calle Isaac Peral-; Calvario; o Transporte, junto a la calle de la Estación o Ramón Chíes, entre otros.

Si bien las medidas preventivas tomadas por los profesionales sanitarios, podían prevenir los efectos de aquellas practicas, en modo alguno incidirían en otros campos como la apreciación moral de las conductas, como recoge la siguiente crítica documentada: “La prostitución se encuentra abandonada en su loco frenesí a empleados venales que la política protege de manera relajante, hacen que los respetos a la moral no aparezcan en parte alguna a tal extremo que lo que es más perjudicial al ejemplo de la juventud, lo creen de derecho esas celestinas que burlándose de las leyes explotan la prostitución”.

El señalamiento al gran problema moral que sufre la ciudad, posteriormente se reflejaría en el campo de la sanidad, concretando como foco la denuncia documentada: “En una de las calles centrales del pueblo, en una de las más transitadas, en la calle Sevilla […], se permite establecerse una de esas casas de higiene pública, que en todos los pueblos cultos se les regala sitios apartados de la honradez y de la virtud; así ha venido subsistiendo, unas veces con recato y otras con escándalos; más esa tolerancia ha sido causa de que esa celestina que en la actualidad la explota, hállase creído reina y señora de aquella calle. Tolerada por el indiferentismo […], ha hecho que la prostitución que dá de comer a esos seres avaros que solo la vil materia reina en ellos, se creen con suficiente poder para hacer de la calle entera el campo de sus escándalos”.

La denuncia reseñada demuestra que el peligro de contagio podría alcanzar a los más débiles, al especificar: “Allí se tolera que niños de 11 y 12 años hagan de recaderos; allí se tolera que niños menores de 10 años entren y salgan presenciando espectáculos asquerosos que corrompen su alma. Llega el cinismo y el descaro de esas desaprensivas amas del lupanar -prosigue el documento consultado-, pupilas y empleados municipales á consentir que abierto el lupanar con esplendorosas luces, tenga que presenciar todo el vecindario, los más terribles jaleos o barahúndas, las más horrorosas escenas, pués no siéndole bastante las casas pasean por el barrio a todas horas luciendo sus desvergüenzas y sus repugnantes carnes”. Se cuenta que La Pachocho, en uno de aquellos encendidos escándalos a voz en grito, para ser bien oída por los circunstanciales espectadores manifestó airadamente que: “Tras manual limpieza en palangana con aguamanil de sus intimas partes; el resultante de tan higiénica practica convertido en sopa de almejas (sic), sería repartido generosamente entre todo el vecindario que la increpaba”.

La supuesta “tolerancia municipal” que cita el documento, demostraría una total falta de coordinación entre los servicios sanitarios municipales y los de orden público, prosiguiendo el texto: “Así se halla Algeciras, así se viene tolerando […] se tiene entendido que el Excmo. Sr. Delegado de Gobernación ha dado órdenes enérgicas á sus empleados en vista del indiferentismo de los Alcaldes. Confiamos en que tan digna autoridad velando por los intereses morales de Algeciras, dará termino á estos escándalos a esta perversión, sintiendo que la conducta indiferente de las autoridades populares, las más obligadas, haya dado lugar á las molestias que esto impone a la primera autoridad de este Campo”.

Las enfermedades sexuales alcanzaron tanto a las tropas como a los algecireños, aumentando rápidamente en jóvenes y no tan jóvenes

En referencia al Gobernador Militar, sus competencias le permitían reordenar la coordinación de los servicios preventivos sanitarios de los estamentos civiles y militares; demostrando con ello que en la actuación por sí mismos los resultados dejaban bastante que desear, como se ha podido comprobar. No obstante, el control de la situación se haría esperar, y la actuación no sería fácil para las fuerzas del orden: “Anoche se produjo un formidable escándalo en el callejón del Muro á consecuencias de ciertas irregularidades, cuya repetición es frecuente en las casas de mal vivir allí establecidas. Las autoridades deben actuar con más energía para acabar de una vez con el origen de tan continuas querellas y abusos”.

Mientras las fuerzas del orden intentaban controlar aquella actividad, las sanitarias proseguían con su periódico control sobre las meretrices censadas: “María B. y María O. sanas; Josefa G. se encuentra enferma, María R. enferma de venérea; Gertrudis S. enferma; Ana B. enferma; Matilde B. y María O. enfermas; Josefa M., María F., Mercedes C., María O. sanas, mientras que Ángela G., está enferma; Margarita C y Luisa O., sanas; Manuela L. se encuentra menstruando; Carmen G. M. se encuentra sana; María F., Rafaela F. y Antonia M., enfermas; Juana M, sana; Victoria G., enferma; María R., sana; María C., sana; Josefa D. ó María R., la primera enferma, mientras que la segunda está menstruando”.

Carta de María R. a la Alcaldía algecireña buscando a su hija. Carta de María R. a la Alcaldía algecireña buscando a su hija.

Carta de María R. a la Alcaldía algecireña buscando a su hija.

De vueltas a la presencia de la joven en casa de la Ditera, ésta al día siguiente cogió su hatillo, donde envuelto llevaba atado su triste pasado y su oscuro presente, y salió de la casa de la calle de Las Huertas de nuestra ciudad. La patrona se asomó a la puerta siguiéndola con la mirada hasta que la vio doblar la esquina con la calle Larga (Cristóbal Colón, futura Emilio Santacana).

Parafraseando a los futuros autores Valverde, León y Quiroga, la Ditera: Se apoyó en el quicio de su mancebía, y se trasladó al pasado recordando unos: Ojos verdes con brillo de faca que una noche -mientras esperaban el embarque para Marruecos- se le clavaron en el corazón. Exclamando modulado en un suspiro: - ¡Er destino de ca' uno!.

A aquellas alturas de su vida, sin saber quién fue Lutero y maldita la falta que le hacía, María sin necesidad de intermediarios, solo daba cuentas a Dios. Orgullosa de ser dueña de sí misma en un mundo de hombres, se había bastado sola, sin necesidad de acudir a un chulo que la protegiera a cambio del conocido “pan de coño”, para enfrentarse al mundo y sus monarquías. Las gongorianas mantequillas y panes tiernos, se los había ganado ejerciendo como Virgen del pecado, según definición de un ubetense poeta urbano, nacido décadas más tarde. Venturoso aquel -como dijo Cervantes- a quién el cielo dió un trozo de pan sin que tenga obligación de a nadie agradecerlo. En cuanto “al que dirán”, María respondía con su particular arco autodenominado: Ojo del Muelle; anatómico lugar conformado por sus dos largas piernas por donde se pasaba la crítica ajena.

De regreso a la joven descarriada de nombre María B. que por una noche se hospedó en la “casa” de María, vecina del carpintero Bartolomé y del Alguacil Cabrera; esta, no hizo caso a los buenos consejos de la Ditera. Terminando en un tugurio del distrito del Convento, conocido como “Casa de Manolo”. A la Ditera, le dio mucha pena cuando tuvo conocimiento de la mala decisión tomada por la joven. Pensando en voz alta: -Y además en aquel boquete de mala muerte.

Meses después, y en la Alcaldía algecireña, se recibió una carta remitida desde la ciudad de Málaga, por una madre desconsolada, y en los siguientes términos: Señor Alcalde Constitucional de Algeciras. Muy Señor mío y de mi mayor respeto. La presente tiene por objeto que teniendo en esa (ciudad), una hija en casa de Manolo en la calle Munición número 41, y habiéndole escrito varias veces al amo y a ella, y no teniendo contestación recurro á Usía a ver sí por caridad me pudiera V dar razón de ella, pués no sé de ella hace 9 meses y se llama María B. Aguardo impaciente su contestación en calle del Pulidero (Málaga), y no molestando más se despide de V su más humilde servidora. María R.”.

Las fichas médicas elaboradas por los facultativos que inspeccionaban a las mujeres servían de medio muy eficaz para su localización

A veces las fichas médicas elaboradas por los facultativos que inspeccionaban a las meretrices, servían de medio muy eficaz para su localización -mejor que las que pudieran tener las fuerzas de orden público-, dada su permanente actualización. La carta pasó al Hospital Civil informándose posteriormente a la alcaldía: “Contestada conforme a los antecedentes que obran en esta sección del hospital”. Lo que demostraba que la hija buscada se encontraba en nuestra ciudad; y de ello, desde el hospital algecireño se dio cuenta a la desconsolada madre.

Días después María R. y su localizada hija, arrancada de aquel tugurio de la calle Munición, partían para Málaga. En aquellos años, Algeciras estaba comunicada con la futura capital de la Costa del Sol, por vía marítima y férrea. En el primero de los casos, la línea correspondía a los vapores de la Compañía Sevillana, que salían todos los martes á las 5 de la tarde para Málaga, Almería, Cartagena, Alicante, Valencia, Barcelona y Marsella, admitiendo carga y pasaje; en el segundo, se trataba de un largo y cansado trayecto cuyos caros precios variaban entre las 31’30 pesetas en 1ª y 14’25 en 3ª.

Al mismo tiempo que aquellas vecinas de Málaga emprendieron el viaje de vuelta hacia su ciudad y hacia sus renacidas vidas, un hombre apoyado en un bastón y con las secuelas de la guerra bien visibles en su cuerpo, entraba en el madrileño Café Colonial, situado en el número 3 de la calle de Alcalá, junto a la Puerta del Sol. Una vez sentado, y tras pedir un carajillo, abrió el periódico El Imparcial, que recogía entre otras, la información con fotografías incluidas, del embarque de tropas en el fondeadero de Algeciras, rumbo a la guerra del Rif. Sus verdes ojos se quedaron fijos en la imagen de la barcaza retratada repleta de soldados; y en la silueta de Gibraltar al fondo. Cerró el diario y su mente le trasladó a la imagen de una mujer y un cuarto desde donde vieron despertar el día, tras una noche de mayo que nunca volvió a vivir. Y pensó: -La estación de Atocha no estaba tan lejos; Algeciras no estaba tan lejos.

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