Historias de Algeciras

Un algecireño en Nueva York (y V)

  • La trayectoria vital del matrimonio de José y Josefa demuestra que la pobre España de los albores del siglo XX no era una tierra propicia para su espíritu luchador y emprendedor

Emigrantes europeos en la Isla de Ellis.

Emigrantes europeos en la Isla de Ellis.

Todos le señalaron al escribano de origen latino Antonio E. González, como el más indicado. En la placa puesta a la entrada de su estudio, se podía leer: "Abogado y Notario Público del Estado de Nueva York".

Comentado el asunto que fundamentaba su presencia, el escribano redactó: "En la Ciudad, Condado y Estado de Nueva York, de los Estados Unidos de América, el día 9 de mayo del año de 1894 [...], compareció el Sr. Don José Gutiérrez Alonso, 29 años de edad, casado, jornalero, natural de Algeciras, provincia de Cádiz, España y vecino de la ciudad de Brookling (sic), Condado de Rings, en este Estado de Nueva York, a quién doy fe y conozco, asegurando hallarse en pleno goce de sus derechos civiles [...], y dijo: que daba y confería por la presente poder bastante, cumplido y amplio [...], a su esposa Doña Josefa Corral Peña, 31 años de edad, casada, dedicada a sus labores, y vecina de la Línea de la Concepción, en dicha provincia de Cádiz, para que en nombre del otorgante pueda [...], escriturar hipoteca bajo las cláusulas y requisitos legales haciendo las correspondientes cancelaciones en su caso [...], así lo otorga teniendo como testigos a Don Samuel Hermann y Don Luís Castro López, ambos mayores de edad y de este vecindario de Nueva York=. Sello”.

A pesar de la legalidad del acto, aún el documento no estaba lo suficientemente validado para emprender el camino contrario que hizo José, y ejercer el efecto que la legislación española le imponía. Faltaba su paso por el Consulado de España en la city que a partir de los años veinte del siguiente siglo, sería apodada como: La Gran Manzana. Trámite éste, que fue debidamente cumplimentado, según recoge el pié del texto legal: “Visto en este Consulado General de España. Nueva York 10 de mayo de 1894. El Cónsul General de España. P.O. El Vice-Cónsul Felipe de Castro. Sello del Consulado de España en Nueva York".

Una vez obtenida todas las bendiciones legales, fue enviado el “poder” con todas las garantías posibles que el correo de la época podía ofrecer, esperando que el documento llegara hasta su destinataria, reseñando el gran sobre: "Doña Josefa Corral, calle de las Flores s/n. La Línea de la Concepción. Cádiz. (España). Remitente: Don José Gutiérrez Alonso. Brookling, Condado de Rings. Estado de Nueva York (U.S.A.)".

Mientras esperaba el documento, Josefa, mujer diligente donde las hubiera, ya había realizado las gestiones con la persona que le prestaría la cantidad necesaria para hacer posible el pago de la deuda y facilitar la posterior reunión junto a su esposo. Ejerciendo como prestamista la vecina de Gibraltar, cuyo apellido Bado, estaba muy unido al comercio de la colonia. Emparentada con Federico y Joaquín Bado; ambos, con establecimientos y propiedades en la calle Real; o, Emilio Bado, con domicilio en el popular Callejón de los Masones. El apellido gibraltareño Bado, también tenía propiedades en Algeciras, adquirida una de ellas en subasta por impago, constando en el expediente: “Casa-almacén, sito en calle San Quintín, propiedad de Juan Tort García, vendido en subasta promovida por la Agencia Ejecutiva por impago, a Federico Bado Peralta, casado, propietario y de Gibraltar, en la cantidad de 2.700 pesetas”.

Otras veces, las propiedades fueron adquiridas por los Bado por transmisión en el seno familiar: ”Ana Mariana Pérez Carrasco, natural de Gaucín con domicilio en esta Ciudad, calle General Castaños 7-8. Nombra como heredera a su hermana política Carlota Bado y Hurtado”. Sobre esta última reseña de los Bado, valga comentar la anécdota, de los buenos sentimientos de esta familia, cuando en su lecho de muerte, ordenó Carlota Bado que a su sirvienta, natural de Algeciras y llamada María Mejías Martínez: “Se le entregase por la dedicación y afecto demostrado hacia su persona durante su enfermedad la cantidad de 250 pesetas”.

De regreso a la petición del préstamo, comentar que esta práctica de rápida obtención de dinero, era muy común en aquella época. Dos años antes, la acción prestataria que estaba a punto de solicitar el matrimonio Gutiérrez-Corral, también la hizo el vecino de la calle de las Flores, Francisco Rodríguez Muñoz, cuando: “Con fecha 30 de Junio de 1894, contrajo con el vecino de Gibraltar Jaime Danero y Origo, de 40 años, casado y propietario, la obligación de devolución de un préstamo de 2.000 pesetas para atender sus negocios [...] constituyendo hipoteca sobre casa de su propiedad en construcción situada en calle de las Flores de la villa de La Línea de la Concepción. La cual linda por poniente a la espalda, con otra de Tomás Haynes; sur o izquierda con otra de Antonio Mullo y Norte o derecha con terrenos de Juan García”.

Recibido el documento, deudora y acreedora, legalizaron la situación contractual, expresando documentalmente: “Doña Josefa Corral Peña, haciendo uso de las facultades que le confiere el presente poder, en nombre de su marido Don José Gutiérrez Alonso, y para atender otro préstamo que el mismo tenía contraído, va a hipotecarse [...], recibiendo en préstamo de Doña Clotilde Bado Fernández, soltera, propietaria, súbdita británica y vecina de Gibraltar, la cantidad de 2.000 pesetas que esta le entrega en dinero efectivo [...] Doña Josefa Corral deja obligado a su marido á devolver las 2.000 pesetas prestadas en el término de dos años, á contar desde hoy concluyendo en igual de 1896”.

Prosiguiendo el documento consultado: “Así mismo pagará por interés el 12% anual que ha de ser satisfecho por mensualidades anticipadas y el cual continuará devengándose por todo tiempo que el préstamo conserve en su poder el capital prestado si llega el día del vencimiento no lo satisficiere [...], que da facultad a la prestamista para reclamar ejecutivamente los devengados y la devolución del capital aunque se hallase sin decorrer los dos años de tiempo estipulados [..], queda obligado Don José Gutiérrez Alonso á asegurar de incendio la casa que va a hipotecar en Compañía que merezca crédito reconocido. Para garantizar este contrato [...] Doña Josefa Corral Peña, constituye hipoteca expresa sobre finca de la pertenencia de su marido á saber: casa de cuerpo alto y bajo, situada en la Villa de la Línea de la Concepción y en su calle de las Flores sin número, compuesta de altos y bajos, de 5 habitaciones, cocina, cuadra, escusado, patio y horno de cocer pan, y el alto de dos habitaciones y azotea, tiene su fachada principal a un callejón sin salida llamado de Las Flores, y otra fachada con puerta también de entrada á la calle de igual nombre. Linda al frente por la fachada principal o sea con el callejón expresado; derecha, hace esquina a calle sin nombre; por la izquierda con casa de María Bernal; y por la fachada de la calle de Las Flores a la derecha con la casa de la Bernal e izquierda con otra de José Navarro así como por su espalda”.

Aquellos dineros – ¡por fin!-, facilitarían el reencuentro de ambos cónyuges. Durante los siguientes años, aquel trabajador matrimonio pudo empezar a recoger el fruto de tantos sacrificios y esfuerzos. Desgraciadamente, cuatro años más tarde, durante la crisis y posterior guerra del 98 contra los Estados Unidos, ser español y vivir en aquella nación no era fácil. De seguro, que en no pocas ocasiones, el matrimonio conformado por la linense y el algecireño, se verían obligados a esconder su naturaleza española y confundirse, aprovechando el común idioma, con la numerosa comunidad mejicana o puertorriqueña existente en aquella gran ciudad.

Viajeros asomados a la cubierta de un barco a su llegada a Nueva York. Viajeros asomados a la cubierta de un barco a su llegada a Nueva York.

Viajeros asomados a la cubierta de un barco a su llegada a Nueva York.

Por aquellos días, y especialmente en Nueva York, la opinión pública atacaba muy duramente a España por el hundimiento del Maine; sabotaje nada claro, que sirvió de pretexto para dar comienzo a las hostilidades y posterior enfrentamiento armado. Los españoles tuvieron que sufrir las iras de la población yankée azuzada por la prensa amarilla; valga como ejemplo lo acontecido en Chicago, pero que bien pudo haber ocurrido en otra gran ciudad norteamericana: “En una sala de fiestas un grupo de hombres disfrazados de guardiamarinas norteamericanos, entró llevando un barquito que representaba al Maine; de entre bastidores salieron varias personas vestidas de soldados españoles, a las órdenes de un individuo disfrazado de oficial español, colocándole éste al barco un petardo al que prendió fuego. Al ruido de la explosión, los disfrazados de soldados norteamericanos se lanzaron sobre los españoles, representando de mentirijillas (sic), que los mataban […] los supuestos soldados españoles fueron arrastrados por los pies, mientras que la bandera española fue arrastrada y pisoteada”.

Pasada la guerra, la vida para aquel matrimonio volvería a la normalidad, siguiendo en contacto con sus respectivas familias, y cuidando de su humilde propiedad de la calle de Las Flores. Atrás quedaba la España de la pobreza y del ejercicio de la caridad hecha virtud para los que tenían posibles, pero poco acogedora para emprendedores y luchadores como José y Josefa. En el mundo anglosajón -a pesar de los defectos de aquella sociedad-, encontraron estos campogibraltareños justa recompensa a sus esfuerzos.

Atrás quedaba España, como dijo un escritor anglosajón: Varada como una gran ballena en la playa de la historia; perdiendo nuevamente el tren del progreso, esperando lo que tuviera a bien reservarle el destino, en vez de salir a su encuentro: “Venga Vd mañana”, “Andar a la sopa boba”; o, “Que inventen ellos”; constituían frases lapidarias que definían una posición equivocada ante la modernidad que exigían los nuevos tiempos.

Mientras, en los países avanzados se implantaban las políticas sociales solidarias como herramientas para eliminar la lucha de clases; aquí, se prosigue con el ejercicio de la caridad para alcanzar como premio la gloria tras la muerte de quién la práctica. Como muy bien recogió la literatura costumbrista de la época (Galdós), poniendo en boca de uno de sus personajes de clase alta: La limosna vale más que todos los mendrugos y todos los trapos; y está cargada de consideración, dignidad y buen nombre. No. Decididamente, no. Ni Josefa ni José eran ciudadanos para vivir en aquella desfasada sociedad española.

En 1899, según el censo elaborado por el Excmo. Ayuntamiento de La Línea de la Concepción, la casa sita en calle de Las Flores s/n, aún constaba como propiedad de José Gutiérrez Alonso, natural de la ciudad de Algeciras y vecino del barrio de Brooklin (Nueva York). Aunque totalmente establecidos en los Estados Unidos, Josefa y José, siguieron manteniendo sus raíces, hasta bien entrado el nuevo siglo.

Dedicado a mis amigos Eugenio y David, dueños de La Bodeguilla; a Guillermo, propietario del Café Modelo; y muy especialmente a José Duarte Rueda, linense de adopción y corazón.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios