Campo chico

De lo que me contó Isabelita

  • Hacia 1915, Isabelita Luque y su familia se instalaron en un caserón del número 11 de la calle Larga

  • Don Juan Rondón y su hermana Meme desarrollaban allí sus habilidades de maestros de la vieja escuela

La Africana, en 1925.

La Africana, en 1925. / E.S.

Isabelita Luque Matías era una jovencita de muy buen ver, que llegó a Algeciras de pequeña, con cinco años. Su padre, Antonio Luque Conde, veterinario, cordobés de hondas raíces, había estudiado en la Escuela de su ciudad natal. La actual Facultad de Veterinaria de Córdoba es la sucesora de esa institución universitaria (diríamos hoy), una de las más antiguas y de más solera de cuantas constituyen el patrimonio español de centros de educación y formación superior. Se creó en 1847 (Real Orden del 19 de agosto) junto a la de Zaragoza. Ambas como dependencias subordinadas a la Escuela Superior de Veterinaria de Madrid, fundada en 1792. Cuando en 1972 fue creada la Universidad de Córdoba, su Facultad de Veterinaria dejó de depender de la Universidad de Sevilla que, junto a la de Granada, pertenecen al elenco de las universidades medievales europeas. Precisamente, la nueva universidad que se puso en marcha en Córdoba se basó estructuralmente en su Facultad de Veterinaria y en la Escuela de Ingenieros Agrónomos (hoy también de Montes) que fue creada bajo la autoridad de la Universidad de Sevilla en 1968.

Antonio desarrolló su carrera en unos cuantos destinos de las provincias de Córdoba y Cádiz. Veterinaria era, por razones obvias, una profesión muy ligada a la actividad pública, concretamente a los ayuntamientos. No ha perdido ese carácter, pero ya está mucho más diversificada. Los hijos de Antonio e Isabel Matías Rosales, también ella cordobesa, nacieron en diferentes lugares. Antonio, el mayor, en Córdoba y los otros dos, José en Setenil de las Bodegas, e Isabel en San Fernando, ésta última en una gran casa aneja al edifico principal del ayuntamiento. Todos los hijos tuvieron una formación asociada a la sanidad. Incluso la madre, Isabel, había estudiado enfermería y especializado en obstetricia. Era, lo que se llamaba entonces, profesora en partos. Cuando Antonio (padre) murió, en Chiclana, con apenas cincuenta años, Isabel (madre) se encontró viuda y con tres hijos pequeños, el mayor de diez años. Además, estaba Doña Pura, la abuela materna de los niños, ya mayor y con la movilidad muy limitada por una parálisis de las piernas. Mamá Isabel obtuvo una plaza de partera en Algeciras y todos se trasladaron a nuestra ciudad en 1915. En cuanto a los hijos, Antonio se hizo practicante, José anduvo zascandileando por donde buenamente pudo e Isabel se colocó de cajera en La Africana, una gran tienda de tejidos. Se extendía por la esquina de Jose Antonio (o Real) a lo largo de un buen tramo del frente sur de la Plaza Alta. Un poco más al oeste, la mantequería Mari Carmen, de don Antonio Enamorado, ofrecía al viandante una espléndida oferta de productos de esos que hoy llamamos de gourmet.

Hacia 1915, Isabelita Luque y su familia se instalaron en un caserón del número 11 de la calle Larga, que aunque aguantando la ruina, aún hoy existe. Alquilaron una de las viviendas de los altos de un gran patio y allí vivieron el advenimiento de la Segunda República, los asaltos a las iglesias y a las instituciones religiosas y los movidos años treinta. De jovencita, Isabel pudo ver cómo saqueaban el colegio de las monjas, en la calle Panadería, y cómo arrastraban las imágenes de la iglesia de La Palma por la plaza Alta y la calle Convento. Me lo contaba cuando yo era niño y lo hacía con pena, sin animosidad alguna. Me hablaba de cómo veía caer por las ventanas del colegio, las labores de las alumnas, alguna imagen y algún crucifijo. De los comentarios de la gente en la calle sobre “los paseos” que llevaban a ciertos paisanos a los muros del cementerio para ser tiroteados. De los jóvenes que marchaban en camiones al frente. Se refería a todo aquello con una mezcla de tristeza y horror. Decía que uno de los que arrastraban las imágenes, fue después un fervoroso hermano de una de las cofradías de Semana Santa. Me insistía en que no me metiera jamás en política, a la que achacaba todos los males que sintió próximos en su juventud. Tanto es así que ni siquiera anduve por el Frente de Juventudes, tan natural, tan a la medida del tiempo y por el que pasó la práctica totalidad de la adolescencia de mi generación.

El edificio que ocupaba gran parte del callejón Santa María en su esquina con la calle Real, tenía en la azotea un par de grandes soportes ornamentales que destacaban de modo ostensible. Uno de ellos conservaba los efectos de un proyectil del bombardeo que sobre Algeciras llevó a cabo, a lo largo de día 7 de agosto de 1936 y desde la madrugada, el acorazado Jaime I. Lo veía desde el balcón de mi casa de la calle Real y resultaba chocante aquel enorme tajo en primer plano. Un día, Isabelita me explicó que aquel día del Jaime, pasaron mucho miedo. Se había casado hacía poco. El día 8 de abril de ese año entraron de novios y ya al anochecer, por la sacristía de La Palma, en el costado de Ventura Morón. No estaba bien visto casarse por la iglesia así que todo se organizó muy discretamente. Al principio vivieron en la calle Larga y hasta aquel patio alcanzó uno de los proyectiles del Jaime, que quedó incrustado en el suelo de losetas sin llegar a explotar.

Cuando en 1975 tomé posesión de la cátedra de Matemáticas de la Escuela de Ingenieros Agrónomos de Córdoba, tras una variada actividad académica, tuve la sensación de que de algún modo, aquello tenía que ver con la procedencia y formación de mi abuelo Antonio. Luego, Dios me orientaría por otros derroteros y apenas si tuve ocasión de familiarizarme con aquel destino. El presidente de la Comisión Gestora que creó aquella universidad, el profesor Castejón, era cordobés y catedrático de Veterinaria. Como lo es el actual rector, el profesor Gómez Villamandos. Y cuando, allá por 1951, Doña Cari recomendó a mi madre que yo hiciera ingreso y primero en el Instituto, me llevaron a una academia instalada en una aparente zapatería de la calle Larga, justo al lado del patio de Isabelita. Don Juan Rondón y su hermana Meme, aquel para los mayores y ésta para los pequeños, desarrollaban allí sus habilidades de maestros de la vieja escuela. Prometo contarlo en la próxima entrega.

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